miércoles, 24 de noviembre de 2010

Los Mil Días de Liz y Richard


Como todos los grandes amores, nació en el momento inoportuno y murió de viejo y cansado.
En medio, inflamó de pasión a sus protagonistas, los hizo miserables y, a los ojos de los demás, les concedió la inmortalidad.


Cuando Liz encontró a Dick, empezó la tormenta. Fue una relación larga, interrumpida, traumática, llena de violencia y terriblemente celebrity.


Richard Burton y Elizabeth Taylor, el respetable actor y la estrella de Hollywood, la primera pareja perseguida sistemáticamente por la prensa internacional.


Todo empezó con "Cleopatra". De la misma manera que la Reina del Nilo transitó de César a Marco Antonio, Elizabeth se divorció de Eddie Fisher para empezar su aventura con Richard.


"Desde Roma, nos enamoramos", diría ella al rememorarlo. Ni la publicidad del romance ilícito pudo salvar a la película de la ruina comercial.
Era demasiado cara, todo era muy grande. El país entero fue a verla, pero la Fox no pudo rentabilizar semejante coloso.


Como la película que los unió, la pareja que formaron Liz y Richard era demasiado enorme para ser digerida con facilidad, ni por ellos ni por su público.


En lo que respecta a Liz, el asunto fue decisivo. Nunca más interpretó un papel de buena chica en el cine; sólo mujeres caprichosas, fatales o histéricas.


Porque no era la primera vez que la Taylor hacía de las suyas como reina de corazones. Casarse con Burton la consagró como una auténtica loba, porque llamarla zorra era quedarse corto.


Los Burton se peleaban mucho. Eso decían todos. Y el alcohol era el tercero en discordia en su matrimonio.
En "¿Quién Teme a Virginia Woolf?", la pareja interpretó a un matrimonio viejo, que se recrimina atrozmente durante una brutal sesión alcohólica.


El mundo siempre se quedó con la idea de que Liz y Dick eran así en la vida real.
En realidad, no era tan viejos ni se detestaban. Se querían con locura, pero se conocieron en el momento menos adecuado de sus vidas.


La muerte del padre de Liz la había dejado destrozada. Además, la Taylor tuvo que someterse a una histerectomía a los 35 años, y unos fuertes dolores de espalda la atosigaron durante años.
Los calmantes no parecían suficientes, y como Richard, hidrató dolor con ingentes cantidades de alcohol.


Por su parte, Richard había sido un borrachuzo toda su vida.
Algunos biógrafos aseguran que, con los tragos largos, calmaba sus deseos homosexuales.
Pero ya se sabe que las adicciones nunca tienen una sola causa, y a veces, ni siquiera tienen ninguna.


En el caso de Burton, se intensificó a raíz de un trágico accidente.
En plena cogorza, su hermano mayor, Ifor, se cayó contra una ventana, se partió el cuello y se quedó inválido.
La desgracia obligó, más que nunca, a rellenar el vaso.


Dos alcoholismos yuxtapuestos nunca llevaron a buen puerto. La Taylor seguía apurando Valium con scotch, mientras él duplicaba el consumo.
No llevaban bien la presión de su fama ni la esporádica irrupción del fracaso ni el hecho de que ese matrimonio les había hecho merecedores de cierto descrédito artístico.


Viajaron por todo el mundo. En todo sitio turístico que se precie, se cuenta la leyenda: "Aquí estuvieron los Burton: Richard, Liz y una caja de whisky".
Él perdió potencia sexual, y el médico le dijo que la palmaría en cinco años si seguía bebiendo.


El hecho de que ella tuviese dos Oscars y él ninguno tampoco sentaba bien a Richard, que era aún más vanidoso que Elizabeth.


Entre discusiones infernales, violentas broncas y lágrimas de frustración, los Burton se divorciaron, por primera vez, tras diez años de matrimonio.
Al año siguiente, en el parque nacional de Botswana, se daban otra oportunidad, pasando de nuevo por el altar.


La reconciliación duró sólo unos meses. "Cuando aceptó casarse de nuevo, me emborraché", diría Richard, "sabía que acabaría desde el momento en que volvió a empezar".
En 1975, Liz y Dick terminaron para siempre. Así se contó: el amor, a veces, no es suficiente.
"Lo quería con todas las fibras de mi alma, pero, simplemente, no podíamos estar juntos", contaría Liz.


Muchos envidian pasiones como esta.
Pero los que han vivido historias semejantes suelen asegurar que no merece la pena. Que es más destructiva que inspiradora; que no trae alegría, sino desgracia.


Para Elizabeth Taylor y Richard Burton, supuso el final de sus carreras y de sus bellezas. Se buscaron en otros y en otras, mientras se hacían viejos.
Él todavía le escribía cartas de amor y arrepentimiento, meses antes de morir en 1984.


Ella sigue viva. Sin él.

1 comentario:

Marianella dijo...
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