lunes, 12 de julio de 2010

La Vida es...


- Una sorpresa detrás de otra.
- Triunfo, frivolidad, miseria, esperanza y renovación.
- Trabajos de amor perdidos... ¡y ganados!
- Cerebro funcional y latidos del corazón.
- Sinfonía de la existencia.


- Conocer la alegría, tropezar con la desgracia.
- ¡Respira!
- Vigilias y sueños de un mundo imperfecto.


- El antídoto ideal contra la muerte.
- El bien más preciado.


- Para mí, escribir.
- De la que nadie sale vivo.
- Mejor no buscarle el sentido, ni calibrar su velocidad, ni preveer su dirección...


- ... o, en todo caso, preguntarle al pulpo.
- Placeres y obligaciones del ser humano.
- Comer, beber, mear, cagar.
- Perra, incierta, incontrolable, a veces trágica.


- Un guión que no se puede leer. Toca improvisar.
- Una serie larguísima, con personajes fijos e intervenciones especiales.
- Buscar incansablemente el amor...


- ...'cause without love, it's just an imitation of life.
- Decir adioses que expresan hasta pronto.
- Tener el gusto de conocerte.


- Tener el gusto de mandarte a la mierda.
- Ser generoso con uno mismo, y ver el vaso medio lleno.
- Llorarte hasta quedarme seco.


- El tiempo que nos resta.
- Que mañana salga el sol, que esta noche follemos.
- Todo lo que nos ha enseñado "Puntos Suspensivos".


- Bah, bah y siempre bah.

domingo, 11 de julio de 2010

Maria


Fue la reina del Technicolor, la suma sacerdotisa del exotismo de estudio, la Sherezade del Desierto de Arizona.
Se llamaba María África Gracia Vidal, pero el mundo la conoció con el nombre de Maria Montez.


Maria nació en la localidad dominicana de Barahona, era hija de un cónsul español y fue educada en Canarias.
Se hizo mayor y regresó a su país de origen. Allí se casaba con un banquero norteamericano y miraba al futuro con ambición.


En 1939, Maria estaba divorciada y trabajaba como modelo en Nueva York.
Contrató a un agente, se cambió el nombre y se quitó edad. Al poco tiempo, la Universal le ofrecía su primera película.


Pronto, la eligieron como la ideal protagonista de una sucesión de aventuras ambientadas en mundos imaginarios y lejanos.
Sus películas transportaban al público a otra realidad, escapando así de las crisis y las guerras.


En decorados de cartón piedra, ataviada con bisutería de plástico y con la cara poseída de Max Factor, irrumpía la Montez, interpretando a las heroínas de las Mil y Una Noches, de la Orientalia y de los Mares del Sur.
En esta época gloriosa, Maria se hizo una de las estrellas más queridas por el público.


Su galán favorito en estos empeños se llamaba Jon Hall, mientras el toque foráneo se potenciaba con las recurrentes apariciones de Sabu y Turhan Bey.


Lo irónico del mito es que Maria Montez era una actriz malísima e inexpresiva, con un acento horroroso.


En su novela, "Myron", el escritor Gore Vidal parodiaba el asunto; la simpar Myra Breckinridge viajaba en el tiempo y cambiaba el curso de la Historia de manera tan determinante que Maria Montez podía ganar el Oscar.


Las poses de la Montez acabaron por consagrarla como inevitable mito camp con el paso del tiempo.
Los delirantes bailes rituales en los que prorrumpía en sus películas todavía provocan el más alto grado de estupefacción en todo cinéfago que se precie.


Para entenderlo, sólo hay que ver una película como "Cobra Woman", donde Maria interpretaba a dos gemelas rivales, la pérfida Nadja y la bondadosa Tollea.
La locura de colorines parece toda una antesala del Pop Art. Hail, Cobra!


En Hollywood, Maria conoció al actor francés Jean-Pierre Aumont, segundo marido y padre de su hija, Tina.


Maria y Jean-Pierre protagonizaron una película deliciosamente maldita llamada "La Atlántida", donde ella estuvo más seductora que nunca.


El estatus de Maria Montez no sobrevivió a la década de los cuarenta y, tras asumirlo, se asentó en París con Jean-Pierre y su hija.


Con sólo 39 años, Maria apareció ahogada en la bañera.
Se reveló que había sufrido un infarto; la leyenda cuenta que el agua estaba tan caliente que se convirtió en un caldo letal para la Montez.
Murió de la misma manera en la que había vivido, rodeada de misterio, sorpresa y pura fascinación.


En su Barahona natal, no sólo la honraron con una calle, sino que inauguraron un aeropuerto con su nombre.
La lápida parisina de Maria recoge su falso año de nacimiento, el mismo que inventó en Nueva York para ser artista.


El mito vive. Porque, evidentemente, Josito no sería Montez sin Maria.


Una diva integral, su frase más famosa la resume: "Cuando me observo en la pantalla, me veo tan guapa que tengo ganas de gritar".

sábado, 10 de julio de 2010

"Malcolm In The Middle"


La cara de desconcierto de Frankie Muniz es la inconfundible imagen emblema de "Malcom In The Middle".
Malcolm mira a cámara y, como si fuéramos su refugio, nos cuenta lo que piensa sobre la situación que está viviendo.


"Malcom In The Middle" es un retrato de la disfuncionalidad, vista a través de los ojos de un niño superdotado.
Hablamos de una serie para todas las edades; pero, a diferencia de los prototípicos shows familiares, no cae jamás ni en la cursilería ni en el sentimentalismo.


Es una comedia tan accesible y simpática como corrosiva y naturalista.
La ligereza de los treinta minutos de duración de cada episodio no evita que irrumpan ácidas observaciones sobre la vida cotidiana de todos aquellos que no llegan a fin de mes.


Sus personajes componen una familia de perdedores, contados al estilo de "Los Simpson" o "Roseanne".
Viven en una casa sucia, están llenos de deudas y, como gran misterio de la vida, siguen adelante.


Lois, la madre autoritaria, controladora y fundamentalmente desquiciada es el personaje clave de "Malcolm In The Middle", que resume la mezcla de dureza y carisma de la serie.


La intuitiva interpretación de Jane Kaczmarek da en ese exacto punto de miedo y atracción que provocan las mejores madres.


Frente a ella, están sus hijos, todos varones, desobedientes, desordenados y proclives a orquestar unas gamberradas apoteósicas.


Los severos castigos y los demenciales gritos de Lois no son suficientes.
Como auténticos nihilistas, Malcolm y sus hermanos siguen portándose mal, sin poder detenerse.


Cada personaje de la serie tiene un universo propio y un lenguaje específico.
El padre, Hal, es un adorable niño grande, que se entusiasma por las pequeñas cosas. Venera a su mujer y mantiene intacta una envidiable pasión sexual hacia ella.


Los puños y las tonterías son coto de Reese, mientras el misterio se cierne sobre el pequeño Dewey, la linda mascota que guarda la mayor sorpresa.


"Malcolm In The Middle" se ambienta en la casa familiar, en los trabajos de los padres y en los centros escolares de los chicos.


Mientras, en paralelo, se cuentan las increíbles aventuras del desterrado hermano mayor, Francis, interpretado por el delicioso Christopher Masterson.


El piloto de "Malcolm In The Middle" es más osado que el resto de la serie, con la imborrable imagen de Lois afeitando a Hal desnudo en la cocina.


El tono se atenúa inmediatamente en el segundo episodio, pero no hay un solo paso en falso en la primera temporada; de largo, la mejor de la serie.
Destacan inolvidables momentos, como Hal enseñando patinaje a Malcolm, o Reese haciéndose cheerleader masculino para conquistar a una chica.


En la season finale, aparece Bea Arthur, interpretando a una niñera que llega a cuidar a Dewey; inesperadamente, hacen buenas migas y bailan al ritmo de "Fernando".
Éste no es sólo el mejor momento de la serie, sino uno de esos valiosos instantes en que la pantalla desprende pura magia.


"Malcolm In The Middle" mantiene su buena dosis de humor y observancia durante sus siete temporadas, sin un capítulo equivocado, sin ningún mal momento, y con unos actores siempre sensacionales.


Sin embargo, pronto se enamora demasiado de su fórmula y se vuelve un tanto repetitiva.
Además, los niños pierden cierto encanto al crecer, y se aprietan las tornas en los personajes más histriónicos; Lois resulta demasiado loca, y Reese, demasiado imbécil.


Es el personaje de Malcolm el que gana riqueza con el tiempo.
Le acompleja ser un genio y, ante la mediocridad del ambiente, prefiere caer en el cinismo y la continua queja.


La serie acaba expresando que el ambiente familiar y social puede ser más nocivo que beneficioso para el desarrollo de una persona inteligente.
Y, sin duda, esa es la tesis más audaz de este gran "Malcolm In The Middle".

viernes, 9 de julio de 2010

Las 'Boy Bands'


Fueron reyes en la década de los noventa.
Son los grupos de chicos, que bailan, cantan y conquistan a la correspondiente generación de adolescentes.
Éstos se enamoran de ellos, compran sus discos, leen sus curiosidades en las revistas pop y gritan con histerismo cuando tienen la suerte de verlos en directo.


Y, también, lloran desconsoladamente cuando se anuncia que se separan.


La industria musical lanza con periodicidad este producto prefabricado, de funcionamiento efectivo, pero durabilidad limitada.
Suelen ser cinco nenes, de aspecto aniñado, a veces incluso afeminado.


En general, cada uno responde a un tipo de chico: el rebelde, el sensible, el elegante, el gracioso, el descarado,...


Pero estos niños de la música hacen lo que ninguno de los chicos de la vida cotidiana se atreve: hablan de amor y bailan.


Ninguno de los componentes de la boy band será un macho man, ni se mostrará especialmente peludo, ni tendrá aspecto de duro.
Todos deben ser lindos y suaves, porque lo cute manda en la adolescencia.


En esa etapa hormonal y pre-sexual que vive su público potencial, la candidez indica que el amor y la devoción deban poseer sólo una pizca de picante.


La boy band está confeccionada para las chicas de la edad más especial, pero también se guiña el ojo sutilmente al público gay.
Vídeos de Take That como "Do What You Want" o "Relight My Fire" tienen un fuerte componente camp, que resulta más claro con el paso del tiempo.


Los pioneros en la boy band noventera fueron los New Kids On The Block.


Originalmente, era un grupo de raperos blancos, que se transmutó rápidamente al pop más industrial, a medida que su éxito se hizo descomunal.
Su tema más popular, "Step By Step", resume las coordenadas de la canción de la boy band: interminable, repetitiva, bailable, terriblemente contagiosa.


Los británicos Take That componen, sin lugar a dudas, la mejor boy band. Es la más fina, con buenas canciones y los chicos más guapos.


Take That es una excepción a muchas reglas.


Como todas, duró poco, pero ha podido volver con fuerza y atesorar un renovado éxito.
El secreto ha sido rastrear a su público original, y reconvertir su pop adolescente en música para veintitantos.


Y de su alineación clásica, nació una estrella, Robbie Williams.


Salvo el caso de Robbie, Ronan Keating o Justin Timberlake, la boy band suele ser un punto de no retorno.
Los chicos quedan absorbidos por la fórmula, y algunos, inmejorables artistas, no pueden superar el encasillamiento de haber pertenecido a un grupo del estilo.


La supervivencia de la boy band no sólo está en su naturaleza de flor de temporada, sino también en las tensiones inevitables que se producen entre sus muchachos.


Si el éxito es indigesta responsabilidad para un artista, más lo será si se está inmerso en un grupo con millones de fans.
El pánico escénico de Jonathan, de los New Kids, o el alcoholismo de A.J., de los Backstreet Boys, son ejemplos de la siempre accidentada vida del show-business.


Las insinuaciones sobre homosexualidad también constituyen una de las cruces de la boy band. En general, los chicos no hablan de su vida privada, y jamás deben revelar que tienen novia. Y, mucho menos, novio.


Stephen Gately, de Boyzone, tristemente fallecido el año pasado, fue el primero que se atrevió a salir del armario.
Le siguieron Lance Bass, de 'N'Sync, Duncan James, de Blue, y el maravilloso Mark Feehily, de Westlife.


Criticadas por insustanciales y desvergonzadamente comerciales, podría decirse, no obstante, que muchas boy bands son parte de la historia sentimental de muchas y muchos.
Las recordamos con cariño y con un poco de vergüenza. Y recuperar sus temazos nos conduce rápidamente a las más altas cotas del placer culpable.