miércoles, 17 de noviembre de 2010

Sexo y 'Thriller' en Los Noventa


Para los amantes del placer culpable, un capítulo muy especial lo componen los thrillers eróticos de la década de los noventa.
Originalmente, fueron diseñados para saciar las ganas del personal, en tiempos donde el porno no era tan accesible.
El erotismo lujoso se ponía de moda.


La intriga combinada con sexo nace del mismísimo Hitchcock que, a tenor de tiempos y censuras, lo dejó todo emplazado a la sugerencia y al morbo.
En los ochenta, Brian de Palma ofrecía la variante explícita de las mismas historias, con los primeros polvos turbios del cine comercial norteamericano.


Adrian Lyne fue otro pionero del sleazy de postín.


En "Nueve Semanas y Media" y "Atracción Fatal", Lyne nos contaba que el ñiqui-ñiqui puede ser muy peligroso.
Sus personajes quedaron como símbolos de la paranoia en torno a las relaciones sexuales que se viven en el mundo urbano.


Con la llegada de los noventa, y de manera definitiva, la escena sexual ya había dejado de suponerse en el fundido a negro.
Pero el público todavía se sentía incómodo cuando los protagonistas de una película daban rienda suelta a sus pasiones, como dirían los cursis.


Las luces se atenuaban, las sábanas caían ligeras sobre los cuerpos, los amantes se miraban como si se les fuera la vida en el polvo y la música insinuante acompañaba el asunto.
Pero de la misma manera que provocaba incomodidad, también suscitaba la mayor de las curiosidades.


En esa dicotomía, nació el título clave del thriller erótico noventero: "Instinto Básico".
También es la mejor de la colección; simplemente, porque se ríe de sí misma como casi ninguna otra película de su época.


Una escritora de best-sellers de lo más millonaria y viciosa se encuentra con un policía machomen y agobiadísimo.
Éste la investiga por una serie de asesinatos, cometidos a golpe de punzón interruptus.


El policía no puede resistirse a la red que le tiende semejante hembra del peligro, y sus pesquisas quedan coloridamente acompañadas por encendidas muestras de apareamiento.
El resultado: el film más taquillero de 1992, la revelación de Sharon Stone como la reina de estos empeños, y la consagración del guionista Joe Eszterhas como el apropiado manufacturador.


También habría que mencionar a Jeanne Tripplehorn, esa estrella secreta de "Instinto Básico".
La Tripplehorn interpreta a un personaje clásico del thriller erótico: la que, sin comerlo ni beberlo, se gana la follada demencial.


El thriller erótico es lo más cercano al porno que ha estado nunca Hollywood.
Porque el argumento acaba por ser una excusa, en medio de los periódicos momentos sexuales.
Éstos hoy suscitan una risita perversa, por su mezcla de exageración, flú y solemnidad.
Pero, en su momento, resultaban de lo más chocantes, y muchos se dejaban el dedo en el Rewind y el Pause para vivirlos y revivirlos.


Por su parte, las intrigas que ofrecen sus historias siempre han despertado altas cotas de vergüenza ajena, tanto entonces como hoy.


La proverbial necesidad de que la identificación del asesino fuera una sorpresa llevaba a un juego de trucos, pelucas y gente sospechosísima.
El resultado final se movía entre la imitación hitchcockiana, el neo-noir y el puro camp melodramático.
¿Quién no se parte de risa con los finales de "El Color de la Noche" o "Sliver"?


El éxito de "Instinto Básico", tanto en el cine como en sus compulsivos alquileres en VHS, llevó a este reboost del erotismo explotativo.


Normalmente, querían trufarse de morbo ya desde el título, asociando lo sensual con lo violento, lo deseable con lo mortífero: "Carnal Crimes", "Dangerous Indiscretion", "Mortal Passions", "Sexual Malice".


Sucedió en todos los estratos de la producción hollywoodiense; desde las películas de gran presupuesto, protagonizadas por estrellas y por los culos de los Baldwin, hasta los reductos del vídeoclub y las sesiones de medianoche.


Los reyes siempre fueron Andrew Stevens y Shannon Tweed, protagonistas de películas baratas y completamente delirantes, con hombres depilados y mujeres asesinas, enzarzados en camas de delito y engaños de pasión.


Y todo aderezado con esa pretenciosidad noventera, disfrazada de coolness, que sólo contribuye a realzar la bendita ridiculez del conjunto.


Se dice que el título que finiquitó el subgénero fue "Showgirls", la reunión de Verhoeven y Eszterhas, considerada el acabóse por público y crítica.
Curioso, porque "Showgirls" no es un thriller erótico en sentido estricto, y hoy resulta la película menos tramposa que escribiera Eszterhas.


En cualquier caso, las películas sexplotaitive de primera línea agonizaron pronto, tras esta siempre incomprendida "Showgirls".
Y, mientras, Sharon Stone y Rebecca de Mornay sentían que habían asesinado sus carreras por enseñar tanto las tetas.


Pero la importancia de estos títulos se muestra crucial, porque libró de la mojigatería a la imagen cinematográfica y al espectador, al mismo tiempo.
Que hoy nos parezca entrañable lo que ayer sonaba escandaloso debe ser considerado como un paso adelante.
Ahora omitir una escena sexual ya no es sinónimo de buen gusto. Sólo de cobardía.


Oh, sí, sí, sí, sigue, sigue...

1 comentario:

Josito Montez dijo...

Es que Andrew Stevens era el nene de "La Furia", qué más hay que contar, jejeje.