lunes, 7 de noviembre de 2011

Rostros de la Vanidad


Como la mayor feria de la vanidad que jamás existió, Hollywood tiene que lucir bella. Y, sobre todo, joven.
Sus estrellas deben mirarse periódicamente en los espejos y hacerse la pregunta. ¿Puedo continuar viviendo en este reino?
Al fin y al cabo, el cine norteamericano siempre ha cimentado su poder en emanaciones de sex-appeal. Cuando sus seres lo pierden con la edad, hay un serio problema.


En líneas generales, los rostros de la pantalla sufren acoso y escrutinio sobre su imagen y su figura, de manera continuada.
Tradicionalmente, más las mujeres que los hombres, y siempre con las coordenadas éxito/fracaso en juego.


La competencia es brutal, los jóvenes llegan arrasando y el público se escapa.
¿Dónde está la solución? El cirujano plástico ha llegado, para ocultar los años de verdad y aumentar las ilusiones de la imagen.


Lana Turner fue una de las primeras actrices de Hollywood en someterse a una intervención de cirugía plástica, allá por los años setenta.
La leyenda cuenta que la Turner acudió al doctor con una foto de "Los Tres Mosqueteros", donde había interpretado a una majestuosa y muy lúbrica Milady de Winter.


Le dijo: "Quiero volver a ser así".
Ingenua primeriza de las cosas del bisturí cosmético, Lana nunca pudo recuperar su físico de 1948.


La cirugía plástica con fines rejuvenecedores es peligrosa y, en general, bastante frustrante.
Cirujanos hábiles pueden simular su rastro y dar un toque más o menos apropiado; otros, simplemente crean unos seres grotescos.


En ambas ocasiones, sitúan los rostros y los cuerpos en un tiempo impreciso. No son jóvenes ni viejos, no tienen ni veinte ni noventa.
Viven en el tiempo particular de la gente operada.


Durante los años ochenta, la cirugía plástica en todas sus facetas se impuso en las opciones estéticas del star-system.
Liftings, liposucciones e implantes de silicona reinaron felices, y las momias hacían acto de aparición.


¿El amargo chiste? A nadie le gustan los rostros operados de los actores, especialmente en sus variantes más extremas.
De hecho, someterse a cirugía plástica es casi políticamente incorrecto. La prensa etiqueta al actor de frívolo y el público se burla del resultado.
Por eso, las operaciones prefieren mantenerse en secreto y los médicos llegan a firmar acuerdos de confidencialidad con sus pacientes VIP.


Identificar las operaciones se ha hecho una especie de placer culpable y existen webs enteramente dedicadas a comparar el antes y el después de las criaturas de Hollywood.


Se descubre así que todas las caras del estrellato han pasado por algún tipo de intervención o corrección.
Es el llamado little touch; no canta hasta que no se compara con imágenes anteriores.


En el caso de Janine Turner, la cirugía plástica parece una inadvertida declaración de intenciones.


La maravillosa O'Connell de "Doctor en Alaska" se ha vuelto una señora bastante reaccionaria con los años; desde hace cierto tiempo, es activista del Partido Republicano y fuerza viva del ultraconservador Tea Party.


En el camino, las múltiples intervenciones transformaban a una de las bellezas de los años noventa en un engendro inexplicable.
Falsa por dentro, falsa por fuera.


En las últimas décadas, la brutal sesión de quirófano para estirar el rostro se ha sustituido por el eventual toque de bótox.
Consiste en una inyección de toxinas paralizantes, de vigencia determinada.


Hasta su legalización en Estados Unidos, la comunidad médica internacional lo desaconsejaba notoriamente.


Como de algo hay que morirse, las agujas penetraron en sienes, pómulos y labios. El resultado ha sido demencial.


Nicole Kidman es el caso más popular; de cómo una gran actriz se convirtió en una momia inexpresiva.
El asunto de la Kidman es un cuento moral disuasorio, sobre los riesgos de buscar la belleza y encontrar la fealdad. Y, de paso, ganarse la incompetencia artística.


Los hombres también se prestan al coqueteo y han sucumbido a las tentaciones de las agujas de bótox.


Se relaciona con la nueva imagen masculina de las estrellas, mucho más fitness de lo que fue en otros tiempos.
En cualquier caso, la durabilidad sigue siendo más favorable para los caballeros. Basta recurrir a un ejemplo televisivo.


La serie de reciente estreno, "Unforgettable, está protagonizada por Poppy Montgomery y Dylan Walsh.
Ella tiene 36 años y le han metido un atracón de bótox bastante severo; él, en cambio, puede lucir sin complejos un cuello muy acorde con sus 48.


¿Quién está detrás de estas decisiones?
Por un lado, los equipos estilísticos, en connivencia con las productoras. Cuando ven irregularidad o falta de tersura, se ponen nerviosos.


Animan y hasta presionan a las estrellas a someterse a pequeñas intervenciones, que se hacen más drásticas a medida que pasa el tiempo.


Los actores y actrices suelen ser personas terriblemente inseguras y viven indecisos sobre los rumbos de sus carreras.
Especialmente, aquellos que viven encasillados en un tipo de papel que requiere juventud y frescura.


De manera decisiva, entra la opinión de las audiencias.
Se quejan cuando está vieja, cuando está operada, cuando está barrigón o cuando adelgazó y se le quitó el encanto.
Son el juez más implacable de los productos y rostros que consumen en pantalla.


Unos factores alimentan a otros, y dan pábulo a la necesidad de la juventud no sólo para protagonizar películas y campañas de moda, sino para seguir andando por la vida.


La vejez es ese espanto que nadie quiere ver. Y mucho menos devorando palomitas en el cine.


Detrás, está la dificultad de entender que el tiempo transcurre inexorable para divinos y humanos.

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