martes, 1 de noviembre de 2011

La Televisión y Los Números


La televisión existe para ser vista por sociedades enteras.
Las audiencias masivas son su razón de ser y, por tanto, desaparecerá cuando todos pulsen el botón de apagado de manera categórica.


Se la llamó "caja tonta" desde sus mismos orígenes; se la ha calificado de aberrante y nociva cuando sus contenidos de impacto se han hecho su línea de programación primordial.
Como medio de comunicación, no aspira a ser inteligente, sólo ofrece su discurso de manera directa y clara.


Como electrodoméstico, es un aparato de encendido permanente, al que se le presta una atención relativa.
Todo se define por el volumen de la gente que la sintoniza. Sus contenidos y su estética están supeditados a los datos de audiencia, los llamados ratings.


El sistema de conteo más extendido se llama Nielsen, especie de macroencuesta comparada.
Se reparten aparatos medidores en diversas familias, que representan, teóricamente, a todos los estratos de la sociedad.
Esos datos serán cotejados con sondeos telefónicos.


Ofrecen, por tanto, datos aproximados, aunque bastante creíbles para las empresas de publicidad.
Bien sabemos que la televisión vive de su carácter de súpermercado; interrumpir y condimentar sus espacios con publicidad es su fundamento económico.


Los encuentros deportivos suponen el mayor triunfo de los ratings. No sólo entra en juego la pasión por el deporte en concreto, sino que el visionado en directo se hace obligatorio.
La emoción se basa en el minuto y resultado. Grabarlo para verlo después no tiene sentido.


A los publicistas ya no les interesa el volumen, sino la calidad de la audiencia.
Con un público cada vez más segmentado, conseguir la unanimidad que alcanzaban los espacios hace treinta años es impensable.
Además, no preocupa que haya mucha gente al otro lado. Lo que interesa es que sean jóvenes y tengan apetito por gastar dinero.


Entran en juego los datos demográficos. Recogen el porcentaje de personas entre 18 y 49 años que están viendo el espacio concreto.
Últimamente, la televisión norteamericana vive y muere por estas cifras.


En la temporada pasada, "Glee" era considerado un éxito, aunque no fuese el espacio con más espectadores de su franja horaria. En cambio, arrasaba entre ese público codiciado que ilustran los demográficos.
"The Good Wife", por su parte, se hacía lo más visto de sus noches, pero sus bajos datos demográficos la llegaron a poner en peligro, de cara a la renovación.


Las últimas ceremonias de los Oscars aspiran a atraer esa audiencia atractiva, a través de la participación de actores juveniles, estrellas del pop y presentadores de caras amables.


Las series persiguen esas audiencias privilegiadas más que ningún otro espacio.
Sus argumentos están diseñados para jóvenes y adultos, residentes en zonas urbanas, con ganas de emoción y aventura.


Por tanto, también se rastrean seguimientos no conteables: las descargas por Internet, las compras posteriores en DVD y cualquier fanatismo coleccionable.
Es lo que sostuvo "Lost" durante sus últimas temporadas o lo que permitió que "Fringe" renovase por un cuarto año.


En la televisión por cable, también se contean las reposiciones inmediatas de sus capítulos.
Es el caso del arranque de la segunda temporada de "The Walking Dead", cuya repetición incrementó aún más el nivel de seguimiento.


Recientemente, el Nielsen también cuenta lo acontecido en TiVo, la plataforma de grabación directa más extendida en Estados Unidos.


El descenso de audiencia de "Pan Am" desde su estreno ha sido severo.
Cuando se produce ese desplome directo, parece claro que el espectador no se impresionó por lo que vio, considerándolo prescindible.


A vista de pájaro, se hubiese ganado una fulminante cancelación a estas alturas.
Pero la grabación TiVo registra apreciables datos para "Pan Am", por lo que la cadena ABC ha decidido no apresurarse.
Ahora, la ha considerado "mejorable" antes que "cancelable".


El sistema de audiencias ha sido ampliamente criticado.
Por un lado, dice representar a toda la sociedad, cuando no hay un solo audímetro en hogares del interior, residencias de inmigrantes u otros sectores desprotegidos.


Por otro, a veces, registra cosas inexplicables.
Es el caso de la serie "NCIS", que goza de unos datos de audiencia monumentales y, en cambio, posee una fama tan discreta, que parece que nadie la ve, en realidad.


En cualquier caso, ¿qué es lo que, verdaderamente, atrae a los espectadores?
Se considera deprimente cuando se dejan los ojos en reality shows, programas del corazón y otras basuras que explotan lo peor de la sociedad.
Al mismo tiempo, se celebra que "Downton Abbey" sea un éxito en todo el mundo.
Es muy confuso. ¿Quieren basura o calidad?


Hay dos coordenadas fundamentales. La primera, el espectador es muy vago. Un programa debe estar muy gastado para que deje de verlo, y un estreno tiene que ser arrollador para que cambie sus hábitos de seguimiento.
Y, por otro, exige cosas bien hechas. Hasta el programa más dudoso debe estar correctamente manufacturado y dar sensación de frescura.


Esa frescura es lo que busca la televisión, aunque la suele confundir con gilipollez; un asunto extendible a todos los medios de comunicación del planeta.
La pequeña pantalla, problemática e hipnotizadora pasarela de modos y maneras, entretiene y abotarga, al mismo tiempo.
Entusiasma, a la par que decepciona.


Mantiene una historia de amor tortuosa con sus espectadores. Éstos no pueden zafarse, pero vivirían mejor sin ella.

1 comentario:

El Malvado Ming dijo...

Lo de NCIS me tiene hablando sola.