viernes, 25 de noviembre de 2011

Detrás de La Cortina


Misterio llaman a lo desconocido. Secreto califican a lo guardado. Escondidos ambos, por interés latente, bajo deseo expreso.
Cuando no pueden mentir o engañar, los seres humanos callan y ocultan. Mejor pecar por omisión, confiando en que Dios siga chitón.


En nombre de la justicia o por curiosidad, otros harán lo posible por destaparlo.
Espías, al teléfono. Pinchan las comunicaciones, esperando que los poderosos digan algo de poder.
Espías, al oído de los famosos para que revelen noticias exclusivas. Espías, para que los mafiosos caigan en la red.
Espías, para secretos intervenidos, para desmadejar misterios.


Los aficionados miran con prismáticos, se acercan a los jardines. A veces, se quedan parados frente a las ventanas de otros.
Son los mirones, escrutando el interior, respirando vidas que no son suyas, enamorados de los morbos, embriagados de los secretos que no saben desvelar.


Los secretos y los misterios. ¿Quién los teme? Los rodea la oscuridad del tiempo. Y ésta sólo se soluciona con oportunas confesiones.
Sacar a la luz es iluminar nuestra turbiedad. Por eso, dicen que contar un secreto es librarse de un peso muerto.
Es librarse de la muerte del alma, si tenemos el día hiperbólico.


¿Se puede vivir con la oscuridad del secreto? Unos pueden, otros no.
Quizá nunca atrapen al asesino, tal vez jamás se sepa lo que pasó, es probable que nadie confiese haber matado a Natalie Wood.
El mar es ancho. El mundo no es una película.


Si una película no despeja sus incógnitas, la llamarán irregular y tramposa, mientras muchos espectadores dirán que no han entendido nada.
Vaya fraude de historia, protestarán.


Esa película inacabada será lo más parecido a la vida. El mar es ancho y todo se lo traga.


La naturaleza mistérica y secreta de la existencia humana tiene que ver con su necesidad de privacidad y ocultación.
Por un lado, para protegerse del juicio ajeno. Por otro, para ejercer poder.


Detrás de la cortina, gobiernan jefes y sacerdotes desde el primer día.
Amparados en lo que escriben los libros inalcanzables, celosos de que otros conozcan la verdad.
El analfabetismo y la ignorancia cimentaron la mejor manera de dominación. Si no lo sabes, qué vas a saber.


En "El Mago de Oz", Dorothy y sus amigos descorren la cortina. Y detrás está el "poderoso", mejor contado que nunca.
Un hombre pequeño, que ha usado la incógnita de su personalidad para elevarse como rey.
"Sólo soy un farsante", dice el Mago. Su secreto revelado, el misterio expuesto. ¿Quién puede vivir con esa terrible verdad a partir de entonces?


Grandes misterios de la humanidad hay miles. Tantísimos, que la filosofía, la ciencia y la religión están servidas a ellos.
Ninguna ha resuelto los más importantes, aunque han hallado la mejor estrategia para que aliviemos el suspense.


El misterio más grande es aquel que se pregunta qué pasa cuando la espichamos. Pero nadie en su sano juicio tiene interés en apresurarse a desvelarlo.
Nadie quiere ver al hombre detrás de la cortina. Es sólo un farsante. De algún modo, lo intuimos. En cierta manera, lo sabíamos desde el primer episodio.


Qué decir de la urgencia del secreto.
Para proteger a tus hijos, para que tus padres no sufran con lo que has hecho, porque no quieres ir a la cárcel, porque deseas volver a casa esta noche.
O, simplemente, para ignorar lo que eres y en lo que te has convertido.


Los secretos se cuentan en cuchicheos.
¿Confías a quien se lo acabas de susurrar? Si es indiscreto y te traiciona al ir contándolo por ahí, padecerás mucha vergüenza, te mirarán de manera distinta o, a lo mejor, no importe.


Al final, descansa y vigila un secreto que no le has contado a nadie. Sólo a tu confesor. O ni siquiera a Dios.
Tal vez, seas mejor que lo que escondes. Quizá, es todo lo que eres.


La medida de tu mayor misterio.

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