viernes, 9 de octubre de 2009

Locos por "Dirty Dancing"


Nadie arrincona a Baby. Y nadie arrinconó a "Dirty Dancing" a finales de los ochenta.
Como su protagonista femenina, la película empezó tímida, y todos acabaron bailando a su ritmo.


"Dirty Dancing" conquistó al mundo entero, fue reina indestronable de las baldas del vídeoclub durante años y su banda sonora batió todos los récords.


Un fenómeno que la crítica prefirió siempre mirar con condescendencia; hubo quien la calificó de idiota y superficial.
Sin duda, tales epítetos responden a un comportamiento habitual entre los comentaristas de cine más rancios, que sólo colocan cinco estrellas a musicales previos a 1963.


1963, aquellos maravillosos años, el hotel veraniego de Catskills. Todos la llaman Baby.
La canción y la danza son una invitación al amor; para Baby, serán la manera de acercarse a Johnny, el profesor de baile, que derrocha maromeo e insolencia rebelde.


La fórmula es fácil y previsible, pero funciona a las mil maravillas.
¿Cuál fue la novedad? El punto de vista. Ella es la que mira, la que desea. Él es el objeto, el que será conquistado y el que no será juzgado por su pasado.


"Dirty Dancing", que parte de un guión autobiográfico, relata una historia de primer amor, primer sexo y primera desobediencia.
Su sencilla conclusión indica que, como Baby, todos tenemos que perder el miedo y dar el salto definitivo hacia la vida.


Detrás del bonito mensaje, está la clave: esta película es todo un sentido homenaje a la música pop.
Cuando pop suponía una acepción negativa, "Dirty Dancing" reivindicó ese sonido kitsch y comercial.
Así, enlazó pegadizos temas de los sesenta con los acordes ochenteros; el público adoró la idea.


En medio de ese popurrí, sus protagonistas no dudan en lanzarse al playback en una secuencia musical.
Reivindicación, homenaje y playback: las tres llaves de un musical posmoderno, que "Dirty Dancing" reafirmó para la posteridad.


"Dirty Dancing" era la primera película de Vestron, una productora que nunca esperó semejante éxito.
El boca-oreja fue esencial en la ascensión comercial del film hasta el número 1 y, pronto, se convirtió en la película de 1987.


Al año siguiente, Patrick Swayze y Jennifer Grey ya eran estrellas y se paseaban por la alfombra roja de los Oscars. En esa edición, la canción "Time of My Life" ganaba la estatuilla dorada.


Echando un vistazo a la película, se comprende porqué Patrick y Jennifer fueron la pareja de moda. Ella está especialmente espléndida, mientras él todavía sigue cortando el aliento.


"Dirty Dancing" va derecha al corazón; su última secuencia impregna de ritmo y ganas de bailoteo hasta al más cínico de los espectadores.
La muerte de Patrick Swayze ha sido una oportunidad para revisitarla. Veinte años después, se puede afirmar que el encanto sigue intacto.


Nadie arrincona a los fans de esta película.

3 comentarios:

Lee dijo...

Fan, fan, fan... y muy fan de Patrick, que qué pena que se nos halla muerto :(

Eduardo Fuembuena dijo...

Adoro esta película.

Para mí tampoco el encanto ha permanecido intacto a lo largo de los años.

Una historia universal y unas canciones gloriosas hacen que películas como esta, (o flashdance) sigan funcionando.

Como extraño dato adicional, la productora Vestrom quebró al año siguiente de estrenar esta película. La víctima inocente fue The Rainbow, maravillosa película de Ken Russell a la que se le negó cualquier tipo de publicidad y distribución conveniente.

Lord Alfre

Josito Montez dijo...

Pues yo llevaba veinte años sin verla, ahí es nada.
Me alegro de que os guste, lovelies.