viernes, 7 de mayo de 2010

Llorar con el Cine


Agarra el pañuelo, que suenan violines.
Conquistar al público siempre se ha conseguido a base de historias mayestáticas, que se mueven entre lo sentimental y lo restallante.
Provocar la lágrima en el espectador supone la victoria definitiva. El arte busca la emoción; la industria también.


Las películas de llorar establecen una relación perfecta entre lo que se puede ganar y lo que se puede perder, entre la injusticia y la recompensa, entre el amor realizable y la renuncia honrosa.
Cualquiera que sea la resolución de la historia, triste o alegre, inspiradora o deprimente, el secreto de la emotividad es contarla con suspense, con pasión y con ganas.


Pese al carisma indiscutible de las películas emocionantes, siempre ha habido gente que se ha resistido a ellas, del mismo modo que prefiere no demostrar sus sentimientos fuera del cine.


Una buena parte del público - la mayoría, hombres, para qué nos vamos a engañar - encuentra cursis las historias cargadas.


Así, normalmente no sólo se las califica de melodramas, como si ese término fuese peyorativo, sino también como "películas para mujeres".


Lo que sí es cierto es que el tear-jerker hollywoodiense es totalmente artificial.
En los momentos indicados, irrumpe una orquestación tremenda, y sólo falta un letrero que ponga "aquí se llora".
En "2666", Roberto Bolaño las define con sorna como "las películas emocionantísimas".


Steven Spielberg es un maestro de la lágrima fácil, heredero de las estrategias de los viejos folletines.
Así, ha arrancado el llanto de la manera más directa y efectiva.
Los que prefieren dejar el lacrimal seco jamás se lo han perdonado.


Se suele decir que podría diferenciarse entre las emociones profundas, brindadas por el cine europeo, y las emociones light, tan afectas del cine norteamericano.


Es decir, llorar está bien cuando se trata del neorrealismo, cuando hablamos de Umberto D. o cuando Rossellini cuenta las vidas de mártires contemporáneos.


Pero, ¿qué importa? La emoción es la emoción, sea ligera o profunda, se olvide en un instante o permanezca grabada para siempre.
Reza esa poschorrada del Dogma que el cine debe liberarse del artificio y transitar hacia lo natural.
Que sea precisamente el señor Lars von Trier quien sostenga esas tesis no me produce llanto, sino más bien risa.


El cine es ilusión y es mentira.
Pero sentir las películas, desde el sobrio drama hasta el más rosáceo de los culebrones, es una gran verdad.
Y nosotros, el público desprejuiciado y entregado, lo apreciamos de la misma manera.


Si una película conmueve aquí y en Pekín, es probable que se trate de una obra maestra.
Pongamos tres ejemplos de películas que hacen llorar en todo el mundo.


"El Intendente Sansho", de Kenji Mizoguchi, "Precious", de Lee Daniels, e "Imitación a la Vida", de Douglas Sirk.


Las tres historias van derechas a los sentimientos más arraigados: la maternidad, la familia y la injusticia. Así, recurren a lo básico y son excesivas, pero se expresan con finura.
Se resuenan en la verdad de lo irreparable, y se matizan con las nociones de esperanza y dignidad.


Nos gusta llorar. Lloramos con el final de "Six Feet Under". Lloramos con Kurt y cuando canta Rachel.
Y lloramos cuando aparece el fantasma en el último segundo de los episodios de "Cold Case".


Por mi parte, me emociono como un loco, cada vez más y por menos. Porque llorar es bueno, gratis y muy recomendable.

4 comentarios:

Camilo dijo...

Yo siempre lloro:

1. En la última escena de Sentido y Sensibilidad.

2. En la escena del pin de La lista de Schindler.

3. Cuando los Ents deciden ir a la guerra en Las dos torres.

Y 4. Una vez en la primera película de Pokémon, porque Pikachu no podía reanimar a Ash con sus descargas eléctricas y de tanto intentarlo casi se deja la vida.

Una película que hace llorar es buena aunque sea horrible.

CaféOlé dijo...

Yo siempre lloro con la película Magnolias de Acero y también en la última escena de El retorno del Rey, cuando Frodo se "marcha".
Llorar con Lo que el viento se llevó es un clásico pero también se me saltan las lágrimas con películas más actuales.
La gente es que es la monda: cuando hay que llorar, se llora y punto.
También nos reimos cuando nos hace gracia una escena en una película y nos ponemos como motos cuando el rollo va de acción y nadie dice nada.
Buen finde.
Besitos.

Athena dijo...

Yo siempre lloro con la escena de "Ben-Hur" en la que él saca a su madre y a su hermana del Valle de los Leprosos. Esa madre rogándole al hijo que no la toque para que no se infecte de lepra es muy emocionante.

También lloro con el momento en el que Helen Keller logra entender el lenguaje que Ana Sullivan le está enseñando, cerca del final de "El milagro de Ana Sullivan".

Josito Montez dijo...

"Una película que hace llorar es buena aunque sea horrible". Amén.

"La gente es que es la monda: cuando hay que llorar, se llora y punto."
Amén.

Athena, has recordado "El milagro de Anna Sullivan" y me he emocionado, jejeje.