domingo, 23 de mayo de 2010

Carmen


La sombrerera brasileña que llegó a ser la artista mejor pagada de Estados Unidos, Carmen Miranda estalló en plenos años cuarenta, con su samba infecciosa, sus inefables canciones y sus atrezzadas puestas en escena.


Se puso el frutero en la cabeza y venció en tiempos que necesitaban de su delirio.
Desorbitaba los ojos, parecía morir de placer mientras cantaba y revoloteaban sus manos al compás de la música.


Con aquella cara tan expresiva, la Miranda sólo podía ser una loca, salida del manicomio del Technicolor. Es decir, el mejor de los manicomios.


Los ambientes más kitsch del Hollywood de la época quisieron contar con su presencia, y allí estaba ella, al lado de Don Ameche, de Xavier Cugat, de Alice Faye y de todos los grandes entertainers de la Segunda Guerra Mundial.
Su misión era cantar, bailar y ofrecer la posibilidad del escapismo.


Carmen fue la mayor estrella latina del cine de entonces, revalidada por el mismísimo Roosevelt.
El Tío Sam quería lazos con sus vecinos del Sur, y la así llamada "política de buena vecindad" tuvo en Carmen una de sus imágenes más contundentes.


Cuenta la leyenda que escondía la cocaína en los tacones.
Su hermana Aurora dijo que el declive personal de Carmen comenzó cuando se enamoró del hombre equivocado.


Desobeciendo a familia y amigos, la Miranda se casó con David Sebastian, un productor fracasado, que sólo la quiso por su dinero, potenció su alcoholismo y la maltrató repetidas veces.


El matrimonio duró pocos meses, pero la católica Carmen nunca quiso divorciarse.
La Miranda también vivió con la amargura de ser rechazada por su Brasil, que la tachó de dar una imagen negativa del país.


A pesar de todo, el espectáculo de Carmen Miranda, la tutti-frutti, la chica-chica boom, duró hasta el último momento.
En el show de Jimmy Durante, Carmen tuvo un infarto en plena actuación y se apartó desfallecida. Sin saber lo que le ocurría a su corazón, volvió, soltó su característica carcajada y terminó su actuación.
Esa noche, murió en su casa de Beverly Hills, a los 46 años de edad.


Detrás, quedó la leyenda de la bomba brasileña, la mejor definición posible del camp y el puro epítome del show-business.
Carmen Miranda se esculpió a sí misma, casi por azar, sin miedo, sin vergüenza. Su disfraz sólo fue la coartada de la autenticidad.


Como las grandes trágicas, la Miranda fue breve, excesiva y desgraciada.
Como las fabulosas, no dejó de sonreír ni un instante para ese público que soñaba con las doradas noches en Río que ella prometía.

1 comentario:

Pati Difusa dijo...

¿Por qué la alegría siempre es tan fugaz?