viernes, 19 de diciembre de 2008

Cocaína


De los Andes a los bolsillos de los necesitados de energía. La cocaína viaja desde el cártel hasta tu tocador. Allí está, preparada para la nariz y con destino al sistema nervioso, para estimular y alterar.
Abre bien los ojos, inspira y deja que el ácido polvo blanco se resbale por la garganta.
La sensación de felicidad es total, pero la necesidad de tabaco y alcohol para acompañar la euforia es inmediata.
El corazón empieza a bombear con fuerza, todos los sentidos se vuelven alerta, las ideas son equívocas y no hay sueño que valga.


Se entra en una espiral de intoxicación masiva cuando se prueba la primera raya. Es la droga non-stop; un tiro no vale, hay que vaciar el cargador.
Le gusta a los mafiosos, a los ejecutivos, a las celebrities y a todos los que buscan alterarse en sociedades aburridas.
Es cara, mentirosa y asegura la histeria y la impotencia, pero destila el placer de lo peligroso y lo clandestino.


Desterrada al cuarto de baño, cortada con tarjetas de crédito, esnifada a través de billetes enrollados, es la droga secreta y glamourosa. Pero, como cualquier sustancia controlada, el infierno es el precio.
Carmen Miranda la escondía en los tacones. Se cuenta que Frank Sinatra tuvo que implantarse un tabique nasal de platino y que Peter Lawford inició a sus propios hijos en el consumo.


El corazón de Andy Gibb no soportó el torrente de cocaína, consumida por la mala digestión de una fama inmediata.
De vuelta de su rehabilitación, Elton John miró por la ventana del avión y sintió que toda la nieve de los Pirineos no se podía comparar con todo lo blanco que habían conocido sus fosas nasales.
El "Daily Mirror" no dudó en ilustrarnos que Kate Moss también es una adepta de las líneas de moda.


Entre confidencias, recuerdos y reproches, Cecilia Roth no paraba de consumir merca en "Martín (Hache)".
Ray Liotta se volvía loco por la coca en "Uno de los Nuestros".
Y Michelle Pfeiffer visitaba el baño de la discoteca de "Scarface" con la frecuencia que demandaban sus exquisitas narices.
Después bailaba con Al Pacino, otro que no dudaba en ponerse hasta las cejas, interpretando a Tony Camonte.
Empolvarse la napia también era la afición favorita de Uma Thurman en "Pulp Fiction", tanto como los milkshakes caros y rebuscar en los bolsillos de las chaquetas ajenas.
Julianne Moore declaraba su devoción a Heather Graham, tras su festín farlopero en la cama de "Boogie Nights".


Pero uno de los mejores retratos de la adicción a la cocaína de los últimos tiempos fue la Melora Walters de "Magnolia", que esnifaba perico en soledad, con la música demasiado alta y las lágrimas, demasiado gruesas.

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