viernes, 22 de abril de 2011

En Busca de la Gran Historia


Ayer fui a buscar la gran historia.
Cansado de series, Hollywood y otros plásticos, necesité, más que nunca, hallar el fuelle indicado y fraguar las páginas que el mundo espera.


Momias de otros tiempos, cuentos de injusticia, melodramas de muerte, aventuras en el trópico, amores terminales. ¿De qué quería escribir exactamente?
Sinfonías tontas, crónicas de Historia, folletines de llorar, verdades ficcionadas, mentiras afligidas. ¿Cuál era el mejor modo de hacerlo?


¿Dónde está la gran historia?, pregunté por caminos y aldeas.
Fue como nombrar al conde Drácula. Muchos dijeron que no existe, otros me recomendaron que corriera en dirección contraria.


El precio de encontrar la gran historia parecía demasiado alto para mi modestia.
En cualquier caso, seguí adelante; por ese motivo, había salido de casa y los buenos escritores aprovechan hasta el tiempo peor perdido.
Me interné en la misteriosísima cueva, que me llevó a donde duermen los que cuentan y contaron.


Un campo de amapolas despuntaba en medio del valle, y el sueño se prefería opiáceo.
Anoche soñé con los escritores.


Saben de la lluvia y buscan terremotos de ideas. Los escritores nunca se sacian, y prefieren cambiar sueño por vigilia creativa.
La musa es como el amor. Aparece cuando estás ocupado o cuando no estás vestido para recibirla.


Autores tan decisivos como Hammett o Salinger se despertaron un día y se dieron cuenta que no tenían nada más que contar.
O, en cualquier caso, ya no sabían el modo de hacerlo. Es una sequía que no se hidrata con scotch, sólo con mañanas delante de la máquina.


La musa no aparece a las tres de la madrugada, sólo surge cuando llevas dos horas escribiendo.
Porque la escritura es un gimnasio; sale mejor si se tiene fondo y se procura disciplina.


Escribir no es ningún placer.
Normalmente, los seres humanos se inician en la creación para escapar de sí mismos y la mediocridad circundante. Contar su imaginación les parece la panacea de su felicidad.
Ilusos. Cuando se ponen delante del blanco, empieza la más inesperada de las torturas.


Encontrar la gran historia es contarse, revelarse, ponerse en evidencia, bajarse los pantalones y dejarse follar el culo.
Un florido suplicio, donde las palabras y las ideas se ríen por las esquinas, mientras escapan, inasibles.


Nunca se consigue lo requerido. ¿Acaso no escribíamos para huir?
Al final, es la expiación, la ordalía de la literatura. Una profesión de contorsionistas, donde el dolor es síntoma de estar haciéndolo bien.


Así le decía el Profesor Bauer a Jo en "Mujercitas": "No escribas ni una sola palabra que no hayas sentido antes".
Qué bonito suena, pero qué horrible es.


Además de la condición sufrida de la creación artística, buscar la gran historia se enfrenta directamente con una realidad apremiante: hay que vivir primero.


Al final, las cosas que nos suceden son más importantes que las historias que escribimos. Y éstas tienen que quedar aplazadas.


Ayer fui a buscar la gran historia y no la encontré.
Mañana lo intentaré otra vez.

1 comentario:

Atticus Grey dijo...

...Porque después de todo, mañana será otro día...