miércoles, 27 de abril de 2011

Balas sobre Chicago


Hoy es un cliché de todo retrato de lo criminal.
Al Capone representa el gángster histérico, que usa su cigarro puro y su infinito sadismo como apéndice y contrapunto de su pequeñez física y moral.


Es esa misma imagen del italoamericano violentado, que planea asesinatos mientras engulle un plato de pasta.


El cine convirtió a Capone en aquel gran villano que se reía de placer mientras descerrajaba con la Thomson.


Contar la historia real de Al Capone es narrar su leyenda.
Bajo el amparo de Johnny Torrio, el 'Scarface' voló de Brooklyn hasta Chicago, desde chófer de mafioso hasta soberano indisputado de las calles.


Cuando se estrenaron "Little Caesar" y "Scarface", las primeras películas que lo retrataban bajo licencia, Capone ya era sinónimo del Mal.


Pero nunca se ha retratado correctamente el principio de la saga caponesca, cuando era un personaje aplaudido por muchos y obviado por otros tantos.


Con la Ley Seca, Capone se consideró, durante muchos años, como un mal menor e inevitable.
Su reinado en Chicago no sólo se debió a la violencia ejercida de las más variopintas maneras, sino también a las estrategias populacheras.
Al Capone y sus esbirros decían vender protección, y pedían vista gorda a cambio.


En su gran momento, Capone consiguió que su favorito para la alcaldía ganase las elecciones.
Y, cuando éste lo irritó en público, el gángster no tuvo complejos en golpear a su señoría en plenas escaleras del Ayuntamiento.


En poco tiempo, Al Capone se había elevado como el rey de la ciudad, a través de los sobornos, el contrabando de alcohol y la prostitución.
Se cuenta que Capone entrevistaba personalmente a las candidatas de sus burdeles; la naturaleza de estas "entrevistas" no necesita mayor explicación.


Y llegó la Matanza del Día de San Valentín, considerado el suceso mafioso más espectacular de la Historia.
1929, un garaje, siete cadáveres, siete balazos.


Nadie sería juzgado jamás por el caso, pero, en retrospectiva, esa boutade de sangre y disparos fue el mayor error de cálculo de Capone.
El asco generalizado ante la matanza desterró cualquier simpatía hacia el autoproclamado Robin Hood de la gran ciudad.


"Doy a la gente lo que quiere. Lo mío es un servicio público", decía hasta ese momento.
Acabar con la banda rival acrecentó su poder, pero lo hizo infame y colocó su nombre en la prioridad de las investigaciones federales.


Durante su carrera criminal, Al Capone había escapado de la justicia con un garbo insólito.
Al principio, por suerte; luego, como muestra de su influencia en todas las esferas públicas de Chicago.
De resultas, casi una broma. Dos años después de la Matanza de San Valentín, Capone era encarcelado por evasión de impuestos, el único delito que la justicia pudo probar.


Desde allí, siguió controlando el cotarro, y se revelaba como una alargada sombra sobre los eventos que ocurrían fuera.
Terminó aislado en la legendaria prisión de Alcatraz.
Allí perdió todo contacto con el exterior, y la abolición de la Ley Seca supuso el final definitivo de su emporio.


En Miami Beach, pasaría sus últimos años, incapaz de recuperar lo que había arrebatado.
La sífilis, contraída en su juventud, le cobraba una factura devastadora a su cerebro.
Cierto doctor llegó a diagnosticar que Capone tenía la capacidad mental de un niño de 12 años, allá por 1946.
Al año siguiente, entre delirios y paranoias persecutorias, murió. A su alrededor, el silencio.


Una perversión de la democracia, un accidente insorteable de toda ciudad populosa, una colección de crímenes impunes, ¿quién es Al Capone?


Su historia demuestra que, a veces, basta con poseer un descomunal sentido de la oportunidad.
Sólo así se entiende cómo un hombre insignificante pudo llegar tan alto.

1 comentario:

Noé dijo...

En este momento México, por desgracia, abunda en tipos tales. Y no se ve para cuando termine. Saludos!!