miércoles, 23 de febrero de 2011

Mondo Hippie


Se confiaba en las flores, asqueaba el bombardeo y, desde la radio, sonaba la prueba de que The Beatles habían probado el LSD.
Grandes ciudades y campus universitarios se hacían los lugares donde explotar, pero la atmósfera también se respiraba íntimamente en las ebullentes habitaciones de los adolescentes.
¿Era un cambio real o sólo la mera necesidad de la propia transformación?


La década de los sesenta quedó definida por el movimiento hippie, contestación a la sociedad convencional, a la cultura materialista y al imperialismo norteamericano.
Las bajas de la desastrosa guerra de Vietnam se hacían la inequívoca trastienda de la protesta juvenil.


Visto en retrospectiva, el movimiento más famoso de la segunda mitad del siglo XX puede entenderse, sobre todo, como un fuerte conflicto generacional.
Se vivía una reivindicación de psicodélicos modos y osadas maneras, frente a represiones e ideales que apestaban a naftalina.


La estrategia fue contestar e intentar destruir la sociedad desde sus cimientos. Paradoja donde las haya: las primeras criaturas del bienestar eran las que aspiraban a desintegrarlo.


La filosofía hippie se fundamentó en la conjunción de dos movimientos anteriores.
En primer lugar, la Wandervogel alemana, movimiento naturalista de principios del siglo, cuyos restos emigrados residían por entonces en la Costa Oeste estadounidense.
Y, por otro lado, la ola beatnik, respuesta de artistas e intelectuales ante la hipocresía social que caracterizó la América de Eisenhower.


Los ideales del hippismo quedaron resumidos en paz, amor, armonía, libertad y comunidad.
Y su estética se contaminaba del estilo tribal, con la proliferación del pelo largo y los atavíos de corte indígena.


Las promesas liberadoras del hippismo sedujeron a toda una generación, y la hicieron la más romántica e idealista que se recuerda.
Eran los que colocaban flores en las bayonetas y, sobre todo, corrían. Corrían mucho.


Semejante carrera hacia el futuro se topó con la reacción conservadora y, finalmente, con la verdad de que todo había sido un experimento de laboratorio.
Tal vez, no era el momento de cambiar el mundo.


Las mayores críticas se cebaron con el consumo de drogas y los estallidos de violencia, ambos entendidos como causa y efecto.
La vertiente radical del movimiento infundió temor e indecisión hasta en sus propios componentes.
Lo hippie olía a peligro, insistían los medios.


Las muertes de Janis Joplin, Jimi Hendrix y Jim Morrison fueron exhibidas como la prueba incontestable del exceso, mientras Charles Manson era consagrado como el gran pecado hippie ante la opinión pública.
En el cine, ahí estaba Harry el Sucio terminando con el enloquecido Scorpio, joven asesino por culpa del delirio lisérgico.


A lo largo de los setenta, el furor hippie moría suavemente.
La cultura convencional asumió sus tics y sus vestimentas y, por tanto, lo hizo moda.
Como resultado, la inmediata irrupción de nuevos estilos urbanos terminaba por sustituirlo en las simpatías de la juventud. Aparecían el violento punk y el extravagante disco.


Además, el hippismo había sido para muchos sólo una cuestión hormonal. Cuando se cansaron de la comuna, hicieron las maletas y buscaron la manera de ganar dinero.


Desde siempre, el hippie ha sido motivo de parodia.
Suele ser reflejado como un exacerbado ecologista, atontolinado por el porro y con pocas intenciones de ducharse con frecuencia.


Pero más lo más discutible del movimiento no es su ingenuidad, sino su tendencia al discursismo.
Sobre todo, cuando se deshace de sus más sinceras convicciones y se convierte en esnobismo de herbolario.


El mayor éxito del hippismo sesentero consistió en poner la cuestión del sexo sobre la mesa.
Entendía el cuerpo como un disparadero de impulsos naturales, antes que una galvanizante corruptela del alma.
Ese concepto se introdujo hasta en las mentes más conservadoras.


Si bien sus preguntas morales y políticas nunca fueron respondidas, sus modos de actuación guardan una peculiar vigencia y suponen un legado que permanece dormido cual volcán.


Hasta en la sociedad más abúlica y conformista, se sabe que la protesta común es la única arma de la que disponemos.
No resultará siempre eficaz, pero arma es.

2 comentarios:

Franca Danza dijo...

me encanto el blog!
pasare mas seguido.
saludos

Laura Reyes dijo...

Go siglo XXI ... regresando a los 70´S ((: