viernes, 11 de febrero de 2011

Amor Propio y Vanidad


Dicen que la dignidad no se pierde. Hasta quien decide venderla, hasta quien la cree arrebatada, puede confiar en que volverá a crecer, como el pelo o las uñas.
Así se escribe la supervivencia: cuando no queda nada, siempre resta algo.
Y tenerse a uno mismo se revela como el resorte indicado para escapar de los lugares más oscuros.


A un nivel cotidiano, el amor propio es común estrategia psicológica para valorarse.
Potenciar la autoestima es una tarea ardua. Porque, socialmente, se vive más pendiente de la alabanza de otros que de construir la seguridad individual.
Hay que mirarse en el espejo, verse favorecido y tararear aquella canción de Christina Aguilera, la misma que dice que eres bello no importa lo que digan.


Sin embargo, ya sabemos que el ser humano va de un extremo a otro.
De no quererse nada, pasa a amarse demasiado, a concederse excesiva importancia y a transformarse en una buena pieza de narcisista.
Amor propio se malentiende y degenera en egocentrismo, proceso de autoencantamiento para camuflar una estima nula.


Hay un caso celebrity que es paradigma de esa perversión del amor propio: Barbra Streisand.
Los primeros años de la vida de Barbra no fueron nada benévolos, pero alguien le dijo que era bella y maravillosa, justo cuando más lo necesitaba.


Ella no sólo se lo creyó, sino que se enamoró de sí misma de un modo avasallante.
No en vano, en su primera película, se miraba en el espejo y pronunciaba aquella inmortal frase: Hi, gorgeous...
La Streisand no sólo se encanta, sino que su vanidad se retroalimenta de la admiración de sus fans.


Porque los que profesan adorarse se revelan como unos auténticos vampiros del amor.
Nunca se sacian, ni con su reflejo ni con su cacareada grandeza ni con la devoción de propios y extraños.


El pundonor, que es esencial y muy recomendable, suele confundirse con el orgullo, que violenta y aísla.
Para protegerse y defenderse, los orgullosos construyen una hermética muralla china, donde nadie osa aventurarse.


Vivimos en la sociedad del orgullo.
Nadie se muestra vulnerable a la hora de la verdad, especialmente en el asunto de las relaciones sentimentales.
Boca cerrada, nariz enfilada y mohín de autosuficiencia, porque yo lo valgo y jamás me rendiré.


Cuando la autovaloración se hace enfermiza y se deshace de su auténtico cometido, cualquiera puede volverse un sociópata, que conciba la purificación del espíritu como una cruzada de violencia contra otros.


Todo el proceso de autocortejo se hace una trampa fatal. Porque amar supone cegarse ante los defectos.
Uno puede ser muy valioso, pero también comete errores, tiene fealdades y arrastra limitaciones.


Quizá por ese motivo, siempre queda ese poso de inseguridad y temor, que demuestran los vanidosos al final del día. De algún modo, sienten que no son perfectos, ni lo serán jamás.
Quererse tanto o quererse lo justo, he ahí la cuestión.

2 comentarios:

Athena dijo...

Lo de Barbra es grandioso. A mí me pirra "El amor tiene dos caras", sobre todo cuando el buenorro de Jeff Bridges le suelta que la quiere "aunque sea guapa". Con un par. Que tía.

Josito Montez dijo...

En esa película, estaba especialmente extrema, sí.