viernes, 18 de febrero de 2011

Malas Palabras


Son socorridas en momentos de estrés y se prefieren como el mejor condimento verbal durante los estallidos de violencia.
Aunque cuestionadas y censuradas, las malas palabras suponen un fascinante universo del lenguaje, que se muestra retroalimentable y jocosamente creativo.


Los insultos y las palabrotas más habituales aluden al sexo, a los genitales, a la escatología, a los animales y a la prostitución.
Por las cosas a las que nombran y el modo en que lo hacen, queda claro que están trufados de sociología machista.


El arsenal de los improperios se revela cruel con las mujeres, con los homosexuales, con las etnias desfavorecidas y con todos los que se conciben como distintos o raros.
Cuando se repiten como viciosas maneras de atacar a los demás, los insultos se vuelven vejación, provocando heridas psicológicas en los destinatarios.


Una buena manera de defenderse ha sido encontrarle el humor al insulto y asumirlo con orgullo.
Porque ser maricón mola, tener el pelo pumuki puede traerte a un jueves maromial y las que follan mucho serán putas, pero lo bien que se lo pasan.


Ciertas palabrotas tienen un efecto más liberador que opresor.
Un "coño" o un "me cago en la puta" relaja a todo hijo de vecino en instantes de rabia o fastidio.


¿Y quién no ha pronunciado un "joder" cual suspiro cuando se lo está pasando bien en la cama?
En el sexo, se impone el dirty talk para animar el morbo del asunto e incrementar los niveles de obscenidad.
Así, lo cerdos que somos en esos empeños se recuerda a base de insultos veniales.


Con la palabrota, entra en escena la vulgaridad y, de manera tradicional, el empleo constante de tacos se ha asociado con la bajeza, tanto social como personal.


Cuando una persona usa muchos tacos, es considerada una ordinaria; especialmente si lo hace en lugares improcedentes o si sucede entre personas de distinta edad.
El colmo de la ordinariez es una madre diciéndole a su hijo en público: "ya verás cuando lleguemos a casa, cabrón".


Por el contrario, quien no los dice nunca y se asusta al oírlos suele quedar como un cursi y un panoli, del estilo de Ned Flanders en "Los Simpson" o Ruth Fisher en "Six Feet Under".


En la televisión y el cine, el lenguaje grueso conlleva, en muchas ocasiones, el uso de rotuladores de estricta censura.
La Catodia norteamericana sustituye el fuck por el hell, y dispone de todo un arsenal de pitos para ocultar auditivamente lo que se está diciendo.


Cuando los protagonistas son unos malhablados de pronóstico, no queda duda: la serie viene de la televisión por cable.
El taco se concibe como cortesía de lo macarra, y bien lo saben Quentin Tarantino, los raperos o cualquiera con ganas de escandalizar al personal.


La educación se ha definido siempre por una exquisita utilización del lenguaje. Sin embargo, los tacos no desaparecerán jamás.
En realidad, porque la exquisitez sólo sirve para momentos contados en la vida, y ya se sabe: hijo de puta, hay que decirlo más.


Las palabrotas y los insultos cuentan conflictos de la convivencia humana, y se viven como un acto de comunicación que vincula a dos personas de una manera inmediata.
Porque no hay nada que despierte más la atención del otro que cagarse en su patria o en su santísima madre.


La palabra fea podría considerarse la mejor muestra de que la agresividad en este mundo es inevitable y, a veces, incluso necesaria.

5 comentarios:

Athena dijo...

Acertadísimo, querido Josito, como siempre. Lo malo de ser mujer es que el decir tacos te deja como lo peor... y yo los digo y mucho. Fue entrar en el instituto y pegárseme todo lo malo, ja, ja. Reconozco que no me gusta oír a una chica decir burradas, pero es que no se puede evitar, ¿verdad? "Cáspita" o "rayos" no es algo que tengamos muy naturalizado aquí.

Y me parto con "El sargento de hierro" y Terrance y Phillip, qué le vamos a hacer.

Ramón dijo...

Muy de acuerdo Athena. Tengo un amigo que dice "jopetas" el muy remilgado, y le tengo que corregir con un "joder".

A mi me gusta la gente que es despierta en ese sentido, si lo saben enfocar, claro. En el momento preciso, da igual como de bestia sea. Pero es cuestión de medida.

sangreybesos dijo...

Yo tenía un jefe que decía '¡Lechuguinas!' en vez de '¡Cojones!', uno de los casos de transfiguración verbal más raros que he visto.

Athena dijo...

Y yo un profe que pretendía que dijéramos "¡Cáspita!" cuando te dabas un golpe con el pico de la mesa en todo el pubis. Pa ciscarse en sus muelas, vamos.

Adriana Menendez dijo...

buenísimo, josito.
por estos lados, el escritor fontanarrosa, en el congreso de la lengua que se hizo en la ciudad de rosario en el 2004, habló al respecto, acá va una parte de esa charla. yo me río cada vez que la escucho, espero te guste
http://www.youtube.com/watch?v=J_KpLnsq9A8&feature=related