sábado, 10 de mayo de 2008

Ser una Diva


Elegir un nombre. Ese será el primer paso para convertirte en la criatura más divina que ha subyugado la pantalla desde que el tiempo existe.
El nombre puede ser vulgar, al uso, un diminutivo. Joan, Jean, Liz, Lana, Judy, Mary, Kim.
En su combinación con el apellido, empiezan los fuegos artificiales. Crawford, Harlow, Taylor, Turner, Garland, Astor, Novak.
Nombres que evocan empresas de asociados, rascacielos iluminados, fábricas de cristal, líneas de cosméticos y marcas americanas 100%. Porque, si no lo sabías, estás a punto de convertirte en una marca. Esa será tu identidad legendaria.


La sonoridad es la clave para que todos recuerden tu título artístico. Como decía Jean Cocteau a propósito de Marlene Dietrich, "su nombre empieza como una caricia y acaba como un latigazo".
Porque todos pueden poseer a Rita, pero Hayworth siempre estará fuera del alcance.


Cuando te han corregido esos pequeños defectos en pómulos y nariz y cuando el director de fotografía se ha enamorado de ti, tu rostro endiosado ocupa los sueños de los mitómanos.
Ellos son la base de tu deidad atribuida. Porque te ven distinta a todo lo acostumbrado.
Provocas energía, aceleras los corazones. Cuando tú amas en la pantalla, quieren sentir como tú. Cuando lloras, ellos se emocionan al unísono. Cuando ríes, se ponen cachondos. Cuando haces maldades, te eligen como madre y musa.
Tu mirada perdida es la brújula para tanta alma solitaria.


Tu leyenda no se basa en algodones. Siempre habrá un resquicio para la contradicción, para la infamia, lo que sólo incrementará tu estatus de ser único.
Pasado político dudoso, favores sexuales retribuidos, sustancias controladas, descendencia desagradecida, estancias prolongadas en centros de rehabilitación del espíritu. Esa serás tú. Porque, reina del melodrama, tu mejor película será tu propia vida.
¿Acaso existe un momento más divino que Karen Carpenter desmayándose en pleno concierto?

Extravagante, caprichosa, egoísta. A cada año que pase, parecerás más caricatura de ti misma. No hay mejor imitadora que la propia creadora.

En el funeral, donde asistirán muchos y faltarán otros tantos, sobrarán las palabras. La momia de la diva no descansará jamás en el catafalco. Porque los dioses están condenados a vivir para siempre.

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