Si hago memoria, podría decir que he querido a las mujeres de la escena toda mi vida.
Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi infancia corresponde a una escena de cierta película de Marlene Dietrich.
La vi en televisión, claro. En blanco y negro, Marlene recibía un beso de Gary Cooper.
Lo recuerdo, porque me puse rojo. Era el descubrimiento del amor y la insinuación del sexo, juntos y por primera vez, para un niño tan impresionable como yo.
La vi en televisión, claro. En blanco y negro, Marlene recibía un beso de Gary Cooper.
Lo recuerdo, porque me puse rojo. Era el descubrimiento del amor y la insinuación del sexo, juntos y por primera vez, para un niño tan impresionable como yo.
Con las actrices, me acerqué al cine. Con las divas de la música, suspiré por no saber cantar.
Ellas cuentan su historia al mundo como nadie lo ha hecho jamás. Sus sentimientos, sus realidades, sus mentiras.
Ellas cuentan su historia al mundo como nadie lo ha hecho jamás. Sus sentimientos, sus realidades, sus mentiras.
Son las mujeres más grandes que la vida, esas que me narran lo que han abandonado y lo que esperan recuperar.
Son mujeres como las demás. Sólo lo dicen más alto, desde grandes escenarios, bajo luminosos focos, que las muestran más bellas, más imponentes, diríase que mejores.
Son mujeres como las demás. Sólo lo dicen más alto, desde grandes escenarios, bajo luminosos focos, que las muestran más bellas, más imponentes, diríase que mejores.
En otro tiempo, les dedicaba mis oraciones paganas. Ahora siguen siendo la mejor opción para ver una película o para oír una canción.
Donde haya una artista, allí estarán mis oídos, mis ojos, mi emoción. Y también el recuerdo de mi primer rubor ante el amor y el sexo.
Para ser una gran actriz, una diva, no hay receta. Las hay que no saben ni deletrear su nombre; otras, han sido mucho más que muñecas.
Como siempre, seducir a los públicos tiene que ver con el estilo, con ese destello de distinción, real o presunta, perseguido por muchas, conseguido por unas pocas.
Con las divas clásicas, se cuentan los secretos de nuestras madres y nuestras abuelas.
Lo que nunca quisieron contarnos: sus amores imposibles, sus pequeños deseos, sus privados pecados.
Lo que nunca quisieron contarnos: sus amores imposibles, sus pequeños deseos, sus privados pecados.
Representan el icono de la señora antigua. La madre, la bomba sexual, la frágil damisela; los tres papeles, los tres yugos.
Lo bueno empieza cuando una mujer los rompe todos y nos cuenta el poder de luchar y la grandeza de la renuncia.
Más emocionante cuando algo valioso se aprende por el camino.
Lo bueno empieza cuando una mujer los rompe todos y nos cuenta el poder de luchar y la grandeza de la renuncia.
Más emocionante cuando algo valioso se aprende por el camino.
Divinas y terrenas, fabulosas e inquietas, cabezotas y polifacéticas, cantantes y contestatarias; todas Evas al desnudo, de ovarios de acero, en el sendero que va desde la santa hasta la puta, con imprescindible parada en la romántica empedernida.
Más fascinante si se viste de ambigüedad, más apasionante si se la conoce testaruda.
Parece inconcebible que, ancestralmente, se les prohibiera participar en los escenarios y los roles femeninos fueran interpretados por hombres.
Qué disparate. Si hay una obviedad en este mundo, esa sería que nadie cuenta mejor a una mujer que ella misma.
Sin pretenderlo, sólo con su simple aparición, vestida o desnuda, tanto para bien como para mal.
Sin pretenderlo, sólo con su simple aparición, vestida o desnuda, tanto para bien como para mal.
Las perseguimos en películas, celebramos sus premios, aplaudimos cuando se superan a sí mismas, pero también escuchamos con atención sus momentos de oscuridad.
Como quien oye un cuento de terror atentamente, con la boca abierta, sin perderse una coma.
Como quien oye un cuento de terror atentamente, con la boca abierta, sin perderse una coma.
Y, así, se relatan sus escándalos, sus ruinas, sus brotes de locura, sus conflictos con los hombres y con sus familiares.
Ante estas hembras de altura, hasta las desgracias parecen mejores.
Ante estas hembras de altura, hasta las desgracias parecen mejores.
¿Por qué nos gustan estas mujeres, las divas, todas esas caras y cuerpos femeninos que caminan por las imágenes, que susurran en las ondas, que nos miran con ojos emocionales?
Porque son la victoria de la personalidad, el último triunfo de lo que estaba escondido y hoy puede reafirmarse frente al mundo.
Por eso, las amamos. Porque cumplen nuestro mayor deseo: ser queridos justamente por lo que somos.
Por eso, las amamos. Porque cumplen nuestro mayor deseo: ser queridos justamente por lo que somos.
Sin mayor rubor que valga.
2 comentarios:
Pie de foto:
1. Greta Garbo y Marlene Dietrich
2. Bette Davis
3. Vivien Leigh
4. Julie Andrews
5. Jane Fonda
6. Linda Ronstadt
7. Marilyn Monroe
8. Vanessa Redgrave
9. Kate Winslet
10. Susan Hayward
11. Anna Magnani
12. Elizabeth Taylor
13. Barbra Streisand
14. Meryl Streep
15. Judy Garland
16. Joan Crawford
17. Karen Carpenter
18. Audrey Hepburn
19. Katharine Hepburn
20. Maria Montez
¡Plas, plas, plas y requeteplás!
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