martes, 3 de abril de 2012

Loving TV


A estas alturas del episodio, he de confesarte que soy un adicto a las series de televisión.
Sé que lo intuías, pero hoy lo declaro y asumo que tengo un problema.


No puedo vivir sin ellas. Me hacen sentir mejor. Me alegran el día.
Durante estos últimos años, les he dedicado tanto tiempo y he visto tantas, que me ganaría dos miradas de reprobación: una, de mi madre y otra, de la tuya.


Como los mejores adictos, no siento verdadero remordimiento ni deseo de cambiar.
Sería como negarme la felicidad por cumplir con la decencia. Bah, veamos otro episodio antes de dormir, ¿verdad?


Yo nací con la televisión encendida y he visto series norteamericanas toda mi vida.
¿Recuerdas una que se llamaba "Sigue Soñando" (Dream On)?


Era una de las primerísimas de la HBO, y su personaje protagonista, Martin Tupper, también nació y se crió con la tele puesta.
Cada vez que le ocurría algo en su vida adulta, rememoraba una escena de su memoria, vista en la pequeña pantalla.


Yo veía "Dream On" cuando era púber y, por entonces, deseaba follar tanto como Martin Tupper.
Hoy, cada vez que se me presenta una situación sexual, recuerdo alguna escena picante de "Dream On", de manera inconsciente.
Sin duda, estoy más allá de Martin Tupper.


Somos criaturas de televisión y consumimos sus series, acostumbrados a sus esquemas de previsión tanto como preparados para sus sorpresas.
Las norteamericanas son nuestras preferidas.
Lógico. Son las que tienen más dinero. Supone mejores diseños de producción, mayor espacio para el riesgo y altas previsiones de durabilidad.


Ha habido series buenísimas desde los inicios de la televisión, que no te engañen. Lo que son hoy es lo que fueron siempre.
Bien es cierto que antes era más complicado engullirlas a dos carrillos como hacemos ahora.


Pero sus imágenes, sus tramas y sus ocurrencias han poseído el mismo efecto obsesionante, diríase depredador, en espectadores como nosotros desde el primer día.


Desde los avatares de una sala de Urgencias hasta los formidables viajes en el tiempo, las series de ayer y hoy saben mucho de la hipnosis.


Para atraparnos y no soltarnos, buscan provocar emociones, ya sea por las trepidantes calles de la gran ciudad o en la intimidad de la sala de interrogatorios, ahí donde se precisa contarlo todo sobre nosotros.
Nuestros miedos y nuestros anhelos. Nuestros días de gloria y nuestros momentos de oscuridad.


Alto, policía. Está vivo. Te quiero. Nunca te olvidaré.
Cuando llega el momento decisivo, se vive con más intensidad en las series. Porque lo llevamos esperando meses, años, episodios, temporadas.


Por fin, el beso. Oh, no, la muerte.


Las series más refinadas, las realizadas para las cadenas por cable, no tienen más presión que ser creativas y profundas.
Ante todo, resultan películas largas, suntuosas, sin un solo paso en falso, difícilmente criticables.


Pero, ¿y qué me dices de las series de toda la vida?
Las de muchos episodios, emitidas en primetime y para todos los públicos. Las que tienen toda la responsabilidad del mundo.


Las que viven apegadas a fórmulas, géneros y risas enlatadas. Las que se subyugan al rocambole de los ejecutivos, los anunciantes, las audiencias, los caprichos de los actores y los otros avatares de la producción catódica.
La gran victoria de la televisión es cuando éstas triunfan y son buenas.


Cuando el espectador se encuentra mirando a través de los ojos de los personajes y los siente a la altura del espinazo, ahí es donde reside el alma de las grandes series.
Ese es el preciso momento en que dejan de ser productos y se convierten en historias para el mundo.


Si el tiempo lo quiere, probablemente no las olvidaremos.
Al menos, recordaremos vívidamente esa sensación de estar en casa cuando las vimos.


Su filosofía puede recordarte lo que es importante en tu existencia; su dramatismo de alto voltaje puede cambiarte la vida.


Las series son el estado de ánimo de los sugestionables, de los desprejuiciados, de los que quieren saber qué pasará a continuación.
De los amantes de la vida más genuina, también protagonizada por personajes que vienen, van, se quedan, se mueren.


Dicen que la televisión nos aísla. ¡Mentira! Hoy y ahora, nos integra.
Tú y yo seguimos las mismas series, nos las recomendamos con pasión, las comentamos y discutimos al día siguiente, esperando estar de acuerdo.


Y, por supuesto, procuramos no revelar sus sorpresas a quien no haya visto el último episodio.


La cuestión es no perder nunca el asombro, ni en las series ni en la vida.


Somos la sociedad constelada de los seriéfilos, la secta de los que persiguen las historias más vibrantes y los personajes mejor empapados de humanidad.


Modo y manera de sentirse menos solo. Y, sobre todo, de seguir soñando.

6 comentarios:

Josito Montez dijo...

Pie de foto:

1. ER
2. Rescue Me
3. True Blood
4. Nip/Tuck
5,6,7. Dream On
8. Murder, She Wrote
9. Dexter
10. Melrose Place
11. Twin Peaks
12. Cold Case
13. The Big Bang Theory
14. Breaking Bad
15. Boardwalk Empire
16. The Good Wife
17. Fringe
18. Futurama
19. Northern Exposure
20. Six Feet Under
21. The Wire
22. Will & Grace
23. Lost
24. Battlestar Galactica
25. The Golden Girls

Athena dijo...

Yo también soy Martin Tupper.

sil4300 dijo...

Maravillosa entrada! Yo también soy una feliz adicta, todas las noches veo un capítulo de más, y cada temporada me engancho a más series de las que puedo ver. Pero bueno qué se le va a hacer, hoy encontramos en la tele desde el mejor cine hasta los mejores guilty pleasure, así que ha disfrutar...

Justo dijo...

¡Qué buenísima selección!

Pero el ser mayor que tú tenía que aportarme algunas ventajas, jeje: el haber tenido el privilegio de iniciarme, de pequeño, con Perdidos en el espacio o Tierra de gigantes.

A pesar de eso, yo sí creo que las series de ahora son mejores, mucho más complejas y con un mayor relativismo moral. No echo de menos la época de El fugitivo, Bonanza, Los ángeles de Charlie o Colombo: me parecían bastante encorsetadas. En mi opinión, la edad de oro de las series se está viviendo ahora mismo.

¡Un abrazo!

Josito Montez dijo...

Mil gracias a todos, mis Martin Tuppers.

Justo, eso de "edad de oro" es una etiqueta que se ha usado con demasiada facilidad y demasiadas veces en muchas buenas rachas de la producción de series.
Y siempre se miran las cuatro que triunfan y se obvian las treinta que no lo hacen.

Y, como dije en un post anterior, esa buena racha de la pasada década lleva terminada dos años.

El post donde lo desarrollo es este: http://jositomontez.blogspot.com.es/2012/03/la-desesperacion-y-la-superserie.html


Besos.

Pati Difusa dijo...

(Snif)