miércoles, 30 de marzo de 2011

La Noventez


Fue el gran presagio. La última década del siglo XX se prefiguraba como un agitadísimo batido de homenajes al pasado, aparatos electrónicos y éxitos de taquilla.
Sí, la posmodernidad había subido al trono. Y proclamaba que la originalidad era imposible.


La noventez no sólo palidecía frente a la descacharrante ochentez, sino ante cualquier otra década de la centuria.
Detestarla ha sido inevitable. Comprenderla es tarea pendiente.


Hoy ya lo sabemos. Los noventa no son muy distintos a lo que ha venido a continuación.
Hemos seguido recuperando, copiando e imitando, a razón de catálogos exhaustivos, discos versátiles y milagrosas bases de datos.


Los noventa fueron el comienzo de esa compulsiva excavación.
Se disfrazaron de pretendida elegancia, se creyeron el futuro y cambiaron el dorado ochentero por el blanco minimalista.


Muchos odian los noventa por inexpresivos. En cualquier caso, fueron tan eclécticos como el tiempo.


Las modas no se detenían, sino se solapaban unas a otras.
Resumir la cantidad de películas, productos y tendencias de los noventa es imposible.
Supone contar el trecho que va desde "Twin Peaks" hasta "Titanic", pasando por "Baywatch", Jennifer Aniston y el grunge.


Fue una década de revistas y portadas.
Una sociedad, ya contada desde el consumismo, se descubría aquejada de una seria fascinación por todos los niveles de la fama y la celebridad.


La cinefilia se puso de moda. En realidad, era mitomanía, sed de foco, ganas de alteración simultánea de los sentidos.


La tecnología doméstica, la lenta conexión a Internet y el sonido de la telefonía móvil.
Everybody's dancing in the moonlight
. Ain't no mountain high enough. Triunfos de la canción vieja, que la publicidad hacía parecer nueva.
De vuelta al catálogo, a base de mensajes, beepers y estruendos de transatlántico.


En la MTV, se recontaban las fórmulas. Una y otra vez, una y otra vez. Divas enfrentadas, refundiciones, remixes, pum pum.
Alteración, alteración. Las drogas de moda eran químicas y hacían latir los corazones.


La guerra era cosa de los telediarios, que abrían sus ediciones con imágenes de masacre balcánica o africana, ilustradas con fotografía sofisticada y servidas con tensión spielbergiana.
Beep, beep.


La sonrisa de Julia Roberts define la noventez.
Parece que se lo está pasando terriblemente bien, aunque no sabe exactamente quién es, ni lo que pretende hacer a continuación.


El emblema de ese Occidente trionfante, que te conectó al mundo para desconectarte de ti mismo.
¿Se vindicará algún día la década de los noventa? Ya hay intentos, con la valorización camp de sus más desorbitantes frutos.


De nuevo, petrificados de miedo, mirando atrás. Tantas ganas de camp, tanto corazón haciendo pum pum.
Apaga el ordenador y sal a la calle, noventero.

4 comentarios:

Groupiedej dijo...

Es una década de decadencia propia del final de un siglo y de la espera del nuevo milenio.
Ya te he dicho alguna vez que la prefiero a los ochenta. Pero porque uno es tremendista, básicamente (y siempre me gustaron mucho más los grises que el colorín y el brillo).

TeReSa dijo...

Siento que los 90 pasaron muy rápido y todo eran tan reemplazable que olvidé de qué se trató la película. Gran inicio para el nuevo milenio desechable.

Saluudos...

Ramón dijo...

No todo fue tan decadente. Ahí murieron las hombreras. Deberiamos estar agradecidos...

Me quedo con la cara de Julia. Y no puedo evitar preguntarme ... ¿cuantos plátanos le caben a esa mujer en la boca? Me recuerda a Lea Michele.

@Donvishoballier dijo...

jajajaja Concuerdo con que le debemos agradecer la muerte de las hombreras y con la pregunta de ¿cuantos plátanos le caben en la boca a Julia?..
A mi, en lo personal, me encantan los noventas...