lunes, 7 de marzo de 2011

Retrofilia


Nos vestimos con lo que ha pasado de moda, soñamos con las historias que conmovían a nuestros abuelos y le atribuimos valores perdidos al ayer.
En un mundo que profesa desconocer la originalidad, robar cosas del tiempo atrás se revela habitual.


Preferir el pasado puede ser una muestra de nostalgia, una moda puntual o un exabrupto estético.
Hoy la retrofilia impera en muchos gustos del público cinematográfico y televisivo.
El estilo vintage también se apropia de la música, la moda y el diseño gráfico.


La generación se siente seducida por todo flashback, especialmente si se desata culturalmente y muestra los esterotipos depositados sobre las épocas. Es decir, los sesenta llenos de flores y los ochenta trufados de hombreras.
También existen películas ambientadas en tiempos imprecisos, casi fantásticos, pero atesorando lo vintage como faro y guía estilístico.


Sólo basta echar un vistazo a las imágenes que nos traen próximos estrenos como "Captain America: The First Avenger" o "X-Men: First Class", que se regodean en lo desfasado y lo hacen cool.


El ojo termina por concederle el don de la hermosura a la imagen antigua y, por ello, "The King's Speech" parece más bonita que "The Social Network".


Bajo las maneras retro, no sólo se recupera lo realmente memorable, sino todo lo que resulte decididamente extravagante.


Como gesto posmoderno, la retrofilia vindica lo ridículo e inconfesable de cada época, y le otorga un valor irónico.
Lo que entonces era pésimo termina por resultar seductor.


Pero, ¿de dónde nace la retrofilia? ¿Por qué se ha vuelto a poner más de moda que nunca?
Sucede cuando el pasado se concibe como la manera idónea para contar los descontentos del presente, el cual se antoja vacío e inexpresivo.


No es la primera vez que sucede.
En la década de los setenta, la retrofilia se adueñó de los mejores intereses creativos.
Así, muchas de las películas más importantes de Hollywood durante esos años miraban a tiempos pretéritos.


El retro setentero permitió "El Padrino", "American Graffiti", "Luna de Papel", "El Gran Gatsby", "Chinatown", "Cabaret", entre otras muchas.
Todos eran relatos que ilustraban las sombras de las épocas gloriosas y los esplendores de los momentos tristes.


Su calidad crepuscular fue lo que las hizo trascendentes.
Y el desencanto que transmitían iba acorde con los tiempos; la crisis energética, el escándalo Watergate, el triunfo del materialismo.


De vuelta a la crisis, se ha regresado, paradójicamente, a la retrofilia.
Se encuentra nueva comodidad en contar los pecados de unos ayeres suntuosos y atrezzadísimos.


Las series más disfrutadas del 2010 están ambientadas en el año de maricastaña: "Mad Men", "Downton Abbey", "Boardwalk Empire".
Buscan asuntos que hoy nos preocupan: la llegada de tiempos de cambio, las corruptelas del capitalismo, la alienación de los individuos, la vivencia de la homosexualidad, la integración de las minorías, el papel de las mujeres.


Pero las películas y series que se comprometen con la Historia y desmitifican las épocas sólo componen una manera de mirar el pasado.
Existe otra, mucho más discutida, que usa el ayer como la mejor excusa para el popurrí.


Es una estrategia posmoderna, y nace de la posibilidad actual de conocer productos audiovisuales de distintas épocas con sólo un clic.
Hablamos de las películas y series que lo combinan todo, cual playlist.
Es asumir que Jonathan Rhys-Meyers es Enrique VIII, relatar el Versalles de "María Antonieta" con música de Air o convertir el París del cambio de siglo en "Moulin Rouge!".


Otras veces, es un revival interesadamente parcial, como hace "Mamma Mia!": recobra el repertorio de ABBA, pero no cuenta los setenta.
Usar el pasado para una fiesta de disfraces es visto por muchos como una muestra de degeneración de estilos, un manierismo de cuarta división.


Pero la anacronía voluntaria no deja de ser tan sincera como sintomática; es una exageración pedida a propósito por todo retrófilo que se precie.


Al fin y al cabo, entre la voluntad testimonial y la excitación carnavalesca, es donde se encuentra la atracción por el pasado. Contarlo o recontarlo, he ahí la cuestión.
En cualquier caso, es más recomendable dejar en evidencia el pasado que glorificarlo como irrepetible.


Quedarse anclado en ayeres presuntamente mejores sólo devuelve el rancio olor del alcanfor y únicamente produce la vulgaridad del sample.
Si gusta tanto la Historia, debería pensarse en la manera de pasar a ella.

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