martes, 1 de marzo de 2011

No Place Like TV


La última semana, se publicaba la noticia de que mi querido Patrick Wilson es el último hombre de Hollywood seducido por la pequeña pantalla.
Patrick se prepara para ser doctor en la CBS; se añade así la nutrídisima lista de actores que transitan entre pantallas, buscando en la televisión lo que quizá no encuentren en grandes carteles y ruidosos estrenos.


Pero esa transición desacomplejada es nueva.
Se ve más óptima en años recientes, coincidente con el fenómeno de las series de calidad, impulsadas por la HBO y generalizadas en todos los estratos de la producción de ficción televisiva.


Hasta hace muy poco, quedarse en la televisión o tener que caer en ella era trauma magno para la vanidad de cualquier actor.


La televisión podía significar varias cosas en la carrera de un intérprete.
Puede concebirse como una primera plataforma, y así ha sido para nombres como Demi Moore, Bruce Willis, Jessica Biel, Jennifer Aniston o George Clooney.


Pero muchos se han tenido que conformar con esa oficina de empleo que representan las series.
Buenos y malos actores han vivido en la televisión, porque se les reconocía sin el carisma o la suerte suficiente para conquistar Hollywood.


Existe una larga lista de actores que han sido reyes sólo en Catodia, donde podrían nombrarse a Cybill Shepherd, Farrah Fawcett, Rob Morrow o Julianna Margulies.
Muchos abandonaron personajes queridos y series de éxito para aventurarse en un terreno que se reveló impío.


No hay reglas para que el salto sea próspero o no. Quizá sólo un insospechado it, un punto de carisma, una avalancha de suerte.
Grandísimos seres catódicos como Marcia Cross, Christopher Meloni o Maura Tierney tienen más talento que Angelina Jolie, sin ir más lejos.
Pero jamás atraerán tanta atención internacional sobre sí mismos y cualquier posible desventura cinematográfica que emprendan.


Desde sus inicios, la televisión ha sido también vista como el final, como el veredicto de un fracaso o el cementerio para el elefante.
Cuando acababan los tiempos para cierto estilo de actores, se hacía la hora de moverlos a terrenos más modestos.


Así cayeron Doris Day, Donna Reed o Dick Van Dyke.
Otros aseguraron aceptar series exclusivamente por una cuestión monetaria. La muy seria Barbara Bel Geddes explicó así su incorporación a "Dallas".


Quizá el caso de Candice Bergen fue el primero que expresó que no había que tener miedo de la televisión, sino todo lo contrario.


Ser "Murphy Brown" fue lo mejor que le pudo pasar a la Bergen. Obtenía un papel para una mujer de buena edad, sembraba una popularidad inédita y recibía la aclamación de la crítica.


Ahora la televisión no es sólo buena para los actores, sino incluso más favorecedora.
Así piensan Glenn Close, Mary-Louise Parker, Steve Buscemi o Laura Linney, que se han hecho con el protagonismo de series y han encontrado la mejor manera de establecerse y perpetuarse.


En otras ocasiones, se da un regreso triunfal en toda regla. Es el caso de Sally Field, icono de la televisión de los sesenta, luego respetable y oscarizada actriz de cine.
La irregular carrera de la Field ha quedado solventada con un oportuno retorno a su terreno.


Otro actor que vuelve es Jeremy Irons, cuya fama se inició en la BBC, gracias a "Retorno a Brideshead".
Treinta años después, contraataca la pequeña pantalla, protagonizando la inminente "Los Borgia".


A golpe de miniserie o película especial, la HBO ha sido hogar de Meryl Streep, Al Pacino o Susan Sarandon.


Diane Keaton también ha empezado a coquetear con proyectos de esta HBO, justo cuando la cadnea se viste de lujo para recibir a Kate Winslet, esperadísima "Mildred Pierce".


Todavía pervive una radical división, más mental que material.
Muchos actores que componen la A-list hollywoodiense siguen mirando la televisión con soberbia, y la consideran una cosa muy pequeña y lejana para siquiera tocar su estrellato.
Pero la llegada de Patrick Wilson evidencia que lo que antes era un demérito en Hollywood, hoy resulta hasta chic.


En la televisión, hasta se puede armar el número, al más puro estilo Hollywood Babylon. Y el mayor representante ha sido otro caído a la televisión y favorecido por ella.


Charlie Sheen la arma en Las Vegas y fuera de ella. Entra y sale de rehabilitación. Insulta a sus productores y se quiere zafar de "Dos Hombres y Medio".
Nada menos que la sitcom más vista en los últimos años, por la que Charlie recibe una injusta millonada por episodio.


La CBS le ha echado el cierre a la serie tras las declaraciones de Sheen de la última semana y se cierne el misterio sobre la supervivencia de "Dos Hombres y Medio".
Esta noche, se emitirá una entrevista con el actor en la ABC, donde arremete contra la cadena de su serie y anuncia demanda por la cancelación.


Charlie Sheen se revela como la muestra de que hasta los escándalos y la excitación morbosa del espectáculo encuentran su nuevo sitio en la pequeña pantalla.
Quien no sintonice con ella, pierde mucho y gana poco.

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