martes, 8 de marzo de 2011

Calling 911


Quizá no haya diálogo más repetido en la pequeña pantalla que ese trepidante "¡Alto! ¡Policía!".
Porque contar la poli siempre ha sido tan buena idea para iniciar una serie como narrar la labor de los médicos.


En series policiacas y médicas confluyen muchos intereses televisivos. Ambas son profesiones especialmente comprometedoras, ponen en contacto con lo más extremo de la vida y se derivan múltiples problemas en torno a sus límites.
De resultas, una espectacularidad que parte de lo doméstico.


Los policías televisivos son esos héroes imperfectos, que avanzan sin temor por las calles, pistolón en mano, mirando a todos lados y derribando puertas de una sola patada.


Desde siempre, las series policiacas han sido favorecedora portada de la propia profesión.
Han suscitado muchas vocaciones entre la audiencia y, además, sus clichés han quedado adheridos a la cultura popular.


Por ejemplo, en Estados Unidos, una manera coloquial de llamar a la policía es five-0, nombre que viene de la setentera "Hawaii Five-0".


Las convenciones de las series policiacas pasan por la descripción de su ética laboral, donde los tipos duros deben contenerse ante los cabrones que arrestan y las atrocidades que investigan.


Un policía experimentado inicia en los rigores del trabajo a un novato. Al final del día, todos aprenden algo de un sufrimiento que se narra en escalada.
Al día siguiente, vuelven a trabajar. La única excusa para no fichar es haber sufrido una crisis nerviosa, estar muerto o quedar atrapado en otro universo.


Si una serie policiaca es buena y oportuna, puede granjearse un público fiel, mayormente masculino, que asegure su supervivencia en antena.


Es el caso de la legendaria "Hill Street Blues", acercamiento melancólico a la policía callejera, que fue emitida y amada durante los años ochenta.


Las intrigas whodunit también han quedado inmersas en las series policiacas.
Hace tiempo que la investigación de asesinatos y el desenmascarado del culpable no son coto de las historias de sagaces detectives privados.
Jessica Fletcher y Colombo, adorables pero inverosímiles, dieron paso a los agentes de "Ley y Orden".


Gran intento de seriedad dramática, coincidente con el inicio de los noventa, "Ley y Orden" y sus spin-offs introducen a detectives de distinta raza, edad, sexo y extracción social.
Éstos desmadejan intrigas criminales a pie de calle, vestidos impecablemente y moviéndose con coolness.


Los noventa también fueron el pistoletazo de salida del docu-reality "Cops", que lleva en antena más de veinte años.


La verdadera bofia trabaja en directo para el espectador, deteniendo en tiempo real a los más inenarrables delincuentes.
"Cops", un show que aúna morbo, televisión majadera y risas de pura vergüenza ajena, ha terminado por resultar un flaco favor a a la imagen de los cuerpos de seguridad.


Si hablamos de agentes estilosos, de esos que aparecen cual sombríos ángeles de investigación y justicia, ahí están los federales.


El FBI investiga los crímenes que desbordan fronteras, décadas y raciocinios. Suelen venir de otro lugar, y, por ello, se les discute.
En las series, se los ilustra reservados y especialmente eficientes, y se han revelado ideales para introducirlos en lo sobrenatural.


El replanteamiento de los géneros televisivos que han ejercido las cadenas por cable también ha competido a las series de la madera.


Los dos grandes análisis de la policía, sin maniqueísmo ni aderezo sentimental, son "The Wire" y "The Shield".
"The Wire" cuenta el cuerpo policiaco como una arista más de un sistema que no funciona. Los policías no son héroes ni villanos, simplemente trabajadores públicos.


Unos están interesados en atrapar a los malos, otros sólo quieren medrar y muchos prefieren criar culo y barriga frente a sus desordenados escritorios.


Por su parte, "The Shield" también arroja luz sobre el enfrentamiento entre grados de ética y modos de actuación.
El interés se centra en Vic Mackey, sucio detective policial, cuyo poder de coacción e influencia lo asemeja a un sopraniano mafioso.


El creador de esta última serie responde al nombre de Shawn Ryan.
Tras ofrecer siete temporadas de "The Shield" para la cadena F/X, Ryan ahora asalta la televisión generalista con el estreno más interesante de lo que llevamos de año.


Se trata de "The Chicago Code", nuevo refinamiento del pathos policial, aderezado con observancia social y vertebrado en torno a una trama de corrupción política.


Protagonizada por una Jennifer Beals nunca tan potente y un descubrimiento de actor llamado Jason Clarke, "The Chicago Code" se ha hecho deber seriéfilo desde su primer episodio.


Los datos de audiencia son buenos, pero no espectaculares, así que debemos cruzar los dedos.
Esta nueva entrega de lo policial merece derribar la puerta hacia una trayectoria tan generosa como su calidad.

1 comentario:

Athena dijo...

Me gustaba Furillo, pero la serie me recordaba que era domingo por la noche y al día siguiente había cole... qué bajón.

Por otra parte, nunca estuvo Fox Mulder más guapo que cuando vestía su camisa azul FBI.