viernes, 25 de marzo de 2011

Lo Último Que Se Pierde


Construye el mundo, idealiza las vidas y permite seguir adelante.
Como el alma o nuestra importancia, la esperanza es una mentira.
Para poder vivir, se debe creer que mañana saldrá el sol, aunque nadie pueda garantizarlo.


Se construye desde que éramos niños. "No sufras, ya viene el médico, mañana estarás mejor".
La esperanza se confía al tiempo, porque es un pronóstico de mejoría, una muestra de optimismo existencial.
Se suspira en los deseos vitales, se sueña en las estrellas fugaces y se duerme, acurrucada la esperanza, pensando en días mejores, lugares nunca conocidos y cosas que quedan por hacer.


Dicen que la esperanza es lo último que se pierde.
Nos educaron en el final feliz, y en él confiamos hasta cuando nos encontramos en el más terrible de los lodos.
Esperamos que vengan a salvarnos. El príncipe, Peter Bishop, el Séptimo de Caballería o el dedo de Dios.
Si es cierto que vamos a morir, entra la resignación. Pero, con ella, aparece otra secreta esperanza: la de que haya algo más que oscuridad y silencio al otro lado.


Hasta los más pesimistas y dolientes, conservan un poso de esperanza. Conectan poco con él, pero lo atesoran, a veces sin darse cuenta.
Porque un ser vivo sin un resquicio de fe, se suicida en el acto. Ni lo piensa. Adiós, mundo.


El médico es el que tiene el veredicto final de todas tus esperanzas.
Es quien lee el sobre, periódicamente, y quien te recuerda si puedes seguir corriendo o debes detenerte forzosamente.
Puedes pedirle que no te dé falsas esperanzas, pero, en realidad, las deseas.
¿Verdad o mentira? ¿Dónde termina la esperanza y empieza la fantasía? ¿Acaso es lo mismo?


Dale una oportunidad a la esperanza, suplican los eslóganes en tiempos de escasez y desorientación.
En la esperanza, se alientan los pueblos de la Tierra. Germinarán las semillas, creceremos mejores y, cuando termine la guerra, seremos más fuertes.


La decepción, lo irresuelto y lo imperdonable propician las largas noches de nuestra vida esperanzada.
Son los finales tristes, los que sólo se entienden cuando somos mayores. Pero duelen tanto como si aún fuésemos niños.
Es sólo la noche. Hasta los más insignificantes animales, esperan el amanecer, que llora y limpia.


No hay mayor esperanza, ni más sincera ni más universal, que el deseo de volver a casa.
Los que confunden caminos, los que tardan, los que desaparecieron, los que se fueron para buscarse a sí mismos; todos luchan por regresar, todos confían en volver a ver esa luz conocida.


Acaban las batallas, se deshacen los hechizos y se derrama la esperanza, más generosa que nunca.
La casa seguirá en pie, pensamos, mientras seguimos avanzando en el camino de regreso.
No aprendimos otra manera de vivir. No sufras, ya viene el médico, mañana estarás mejor.

4 comentarios:

María Florencia dijo...

Muy bonito y sentido. Poesía y verdad.

Buen finde! :)

TeReSa dijo...

Hermoso.

Gracias por compartirlo.

@Donvishoballier dijo...

creo que hoy estoy muy receptivo. No lo debería haber leído hoy, porque no puedo apreciar la belleza del texto, sino lo que me hace sentir.

Josito Montez dijo...

Mil gracias a todos.
Bienvenida, Teresa!.