miércoles, 16 de marzo de 2011

Al Estilo Douglas Sirk


Maestro del melodrama, cineasta clave de los década de los cincuenta, epítome de la sublimación del artificio, Douglas Sirk es un director de culto, cuya valoración postrera se asocia estrechamente con la posmodernidad.


La carrera de este germano-danés es larga y ecléctica.
Huido de los nazis, Sirk se asentaba en Estados Unidos a mediados de los años treinta, se cambiaba el nombre y pronto se hacía impersonal director de Hollywood.


Su reputación como cineasta se centra en las películas que realizó para la Universal a lo largo de la década de los cincuenta.
Dentro de ellas, los más famosos y paradigmáticos títulos serían "Obsesión", "Sólo el Cielo lo Sabe", "Escrito sobre el Viento" e "Imitación a la Vida".


Se trata de cuatro lustrosos melodramas, terriblemente populares en su día.
No fueron bien recibidos por la crítica; se los consideraba la perfecta muestra de la anacronía de Hollywood y la majadería de su público.


En una época tan caldeada, necesitada de dramas sociales y nuevos cines, aparecían aquellas viejas historias de amor, maternidad y cortinajes.
Hacían llorar a las mujeres, mientras el sensacionalismo argumental las consagraba como éxitos de taquilla.


Se las llamó banales y artificiales. Faltarían veinte años para que la cinefilia les encontrase la gracia, el estilo y la importancia.


"Obsesión" supuso la primera película donde Sirk se desató completamente, y también fue el título responsable del estrellato de Rock Hudson.


Contaba la historia de un alegre play-boy, cuya imprudencia deja viuda y ciega a una respetable señora.
La tragedia le hace buscar la redención; mientras se enamora de ella, se convertirá en el único doctor del mundo capaz de devolverle la vista.


Rock Hudson y Jane Wyman repetirían esa química imposible en "Sólo el Cielo lo Sabe", que relataba el escandaloso romance entre una mujer de mediana edad y su joven jardinero.


Hudson también sería protagonista nominal de "Escrito sobre el Viento", petrolífero retrato de los ricos y malditos, abuelito emocional de "Dinastía" y "Dallas".


Lo mejor de la función quedaba reservado a los hermanos Hadley, interpretados por Robert Stack y Dorothy Malone; él, impotente heredero de tragos largos, y ella, ninfómana rubia de gasolineras.


La última película de Douglas Sirk, la más vista y, sin duda, la mejor se llamó "Imitación a la Vida".


Lana Turner y Juanita Moore interpretan a dos amigas que, a lo largo de los años, comparten las tristezas y frustraciones de la maternidad.
"Imitación a la Vida" se centra con rapidez en la racialmente confusa Sarah Jane, chica de tez blanca y madre negra, condenada a entrar por la puerta de atrás.
La rebelión de la mulata empieza pronto y acabará mal.


Críticos europeos y jóvenes directores manifestarían su admiración por estos títulos hacia finales de los setenta, expresando que el hombre detrás de la cámara demostraba una inteligencia muy superior a lo que estaba contando.
Godard habló del frenesí del Cinemascope; Fassbinder definió "Imitación a la Vida" como esa "genial y loca película sobre la vida, la muerte y América".


Tarantino, Almodóvar, Kar-wai, Waters y Haynes son algunos de los muchos directores que han mostrado su admiración hacia los melodramas de Douglas Sirk, de un modo u otro.


Dentro del status quo de los cincuenta norteamericanos, Sirk había sido un gran irónico, hasta incluso un secreto subversivo.
Contaba la represión sexual con sentido del disparate y la segregación racial a través de sombras chinescas.
Y sólo basta comparar sus películas con otras producciones similares de la época, para demostrar la distinción estilística de Sirk.


Aparte del interés cinematográfico que se le quieran atribuir a los títulos sirkianos, los admiradores no sólo nos hemos dejado seducir por las formas y las sombras, sino por sus enardecidos argumentos y el puro exceso que transmiten.


A Sirk se puede acudir por cinefilia visionaria, pero también por caza del camp y mistificación del trash.
Seduce lo argumentalmente decadente, servido con una estética alucinada, donde los personajes son expresivos manojos de nervios, de ojos acristalados y labios pastel.
Precisamente por ese motivo, las películas de Douglas Sirk no pueden gustar a todo el mundo.


Se podrá contar el estilo sirkiano en estudios sesudos, que descifren intenciones y revelen puestas en escenas.
Pero los auténticos sentidores de este cine deberíamos celebrar también el carisma popular de las historias, lo emocionantes que resultaron y lo fascinantes que siguen siendo.


Es decir, nos encanta llorar con "Imitación a la Vida", no hay nada más pasmante que Dorothy Malone bailando el mambo en "Escrito sobre el Viento" ni momento más sobrecogedor que Jane Wyman mirando su solitario reflejo en el televisor de "Sólo el Cielo lo Sabe".


Los sentimientos amanerados, las cuitas femeninas y los colores crema nunca han sido motivo de aplauso por la crítica ni serán apreciados jamás por la gente que se considera seria.
Pero, para nosotros, cualquier placer inconfesable siempre ha sido el más valioso.

3 comentarios:

ñer dijo...

Hey Josito, nunca se te ha ocurrido que el personaje de Sarah Jane refleja a un gay o lesbiana oculto?

Josito Montez dijo...

O un transexual, ya que estamos.

Marcelo dijo...

Acabo de ver "Solo el cielo sabe" y me gustó aunque tiene un final muy forzado.Sirk era bueno aunque forzaba los finales felices.En ese sentido prefiero más el cine de Nicolas Ray.Saludos.