lunes, 13 de diciembre de 2010

Para Todos Los Públicos


"Blue Valentine" es una de las películas independientes más esperadas del momento.
Su paso por festivales ha sido benévolo, y ya señalan los expertos que sus actores protagonistas, Ryan Gosling y Michelle Williams, son perfectos candidatos para las próximas nominaciones al Oscar.


Sin embargo, un revés aparecía en el horizonte de "Blue Valentine" cuando recibía la temida calificación NC-17.


NC-17 no permite la visión de la película a los menores de 17 años; en Estados Unidos, supone la ruina. Los circuitos de exhibición se cierran en banda, y la mayoría se niega a reproducir la película en sus salas.
Todo nace, por supuesto, de la Motion Picture Association of America (MPAA), cuyo sistema de clasificación lleva vigente desde finales de los sesenta, con ligeras modificaciones.


Partía originalmente del viejo código Hays, todo un instrumento de poder, censura y propaganda, que subyugó al cine de Hollywood durante décadas.
Para Hays, cualquier tabú, cualquier desnudo, cualquier insulto, cualquier veleidad pecaminosa, debía pasar por un implacable corrector negro.


En los sesenta, Jack Valenti ideaba un nuevo modelo, más abierto, que se sigue imponiendo hoy en la clasificación de las películas.


Se mostraba más laxo en temas como el desnudo o los insultos, debido a la necesidad de catalogar adecuadamente títulos provenientes de grandes estudios con el voltaje de "Blow-Up" o "¿Quién Teme a Virginia Woolf".
Si las calificaciones de Valenti supusieron un paso adelante, también han propiciado grandes toneladas de absurdo, ese mismo que va inherente a cualquier acción censora.


En los primeros tiempos, la calificación más extrema se llamaba X, y la recibieron títulos como "Cowboy de Medianoche".
Esa morbosa X se convertía pronto en sinónimo de pornografía, y ésta la ha utilizado irónicamente como su reclamo y etiqueta desde los setenta.


En 1990, la MPAA cambiaba la X por la NC-17.
Se expresa así que la película tiene un alto contenido adulto, pero no es pornográfica.
"Henry & June" fue el primer título en recibirla, y entre los más famosos films así catalogados se alinean "Showgirls", "Soñadores" o "Deseo/Peligro".


El temor de los creadores y productores a obtener la calificación más sentenciosa ha llevado a remontajes y versiones aligeradas.
Así, "Réquiem por un Sueño" recibió una NC-17 como una catedral, especialmente por la pavorosa escena de Jennifer Connelly en los momentos finales.
El director Darren Aronofsky no quiso quitar nada de la película, pero se impuso un remontaje alternativo, difundido con la clasificación R.


En general, las políticas de la MPAA varían, se encuentran con contradicciones y viven en más o menos armonía con asociaciones de padres, grupos religiosos y circuitos de exhibición, que llegan a elaborar sus propias listas.


Normalmente, se aduce a la protección de la infancia como sublime excusa, pero, ante todo, es un instrumento de control y un diagnóstico de represiones adultas.
Además, para la violencia, hay una manga cada vez más ancha, pero para el sexo, sigue reinando la mojigatería.


Es lo que le ha sucedido a "Blue Valentine".
Cuenta la historia de la desintegración crónica de una pareja. En la escena más polémica, ambos protagonizan un polvo de los chungos, estilo "que sí, pero que no".
Ha sido la explicitud y la credibilidad de esta secuencia sexual lo que ha puesto de los nervios a los responsables del sistema de calificación de la MPAA.
La misma MPAA que no se puso tan alterada cuando vio la porno-tortura de "Hostel", a la que dio una simple R con mucha tranquilidad.


La productora de "Blue Valentine" no se ha querido callar y ha reclamado duramente, con el apoyo de los siempre poderosos hermanos Weinstein.
La semana pasada, la apelación prosperaba para "Blue Valentine", que puede seguir respirando íntegramente y se estrenará con la calificación R.


Afortunadamente, estas consideraciones no tienen ningún valor fuera de suelo estadounidense y nosotros hemos podido disfrutar siempre de las versiones completas de las películas.


Pero no dejar de ser triste que muchos espectadores y señores de opinión sean tolerantes con la crueldad, con el daño colateral o con la destrucción, y se pongan nerviosos ante una follada de lo más humana o ante un "me cago en la puta" bien dicho.
Y, sobre todo, en el tiempo en que sus hijos pueden descubrirlo todo con un sólo clic.


En realidad, la censura no ha protegido jamás a los hijos de nadie. Sólo a esa sociedad que se muere de miedo cuando se la pone delante de sus propias verdades.

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