viernes, 1 de octubre de 2010

Vestirse de Mujer


Se luce la curva y no se marca paquete. Se siente el satén y no hay pantalón vaquero que valga.
La cara se entrega a la cosmética y a la pintura, mientras el cuerpo se atiborra de perlas, de foulard y hasta de bata de cola.
¿Quién puede resistirse?


Muchos hombres han sucumbido a la tentación del fetiche definitivo.
En un momento concreto o de manera ritual, deciden vestirse como una mujer. Y, lo más importante, parecer y sentirse como una.


La humanidad ha convertido la diferencia biológica de hombres y mujeres en motivo de separación cultural.
Las asignaciones del género a lo largo de la Historia varían, pero sus leyes nunca escritas han asociado el físico de cada sexo con los comportamientos que deberían seguir y los que deberían evitar.


El travestismo, en todos sus grados y facetas, supone una interrupción necesaria en ese mundo de roles y tabúes.
Ha existido desde siempre. En cierta ocasión, leí que había drag-queens hasta en la Antigua Mesopotamia.


Normalmente, la idea de travestismo se restringe exclusivamente a la vivencia más camp de la homosexualidad o a los deseos de transexualidad.
Pero sólo basta acudir a cualquier tierra con tradición carnavalera, para observar cómo la mayor parte de los hombres aprovechan la ocasión para ponerse faldas y volverse locas.


Al otro lado, se encuentra la clásica figura del travesti, que imita a divas, cuenta chistes, hace playbacks y entretiene a los más variopintos públicos.
Desde los más sórdidos cafetuchos hasta la MTV, los travestis pueden ser menú indispensable en ambientes gays y no tan gays.
Porque han sido reinas hasta en campamentos militares durante tiempos de guerra.


Si son superlativas, se les llama drag-queens.
Cuando un travesti se ha convertido en una drag-queen, ya no es una réplica de otra mujer; ahora tiene personalidad y nombre propios.


Los hombres que se disfrazan de mujer con regularidad suelen suscitar risas, y llamar travesti a una mujer tiende a ser un calificativo de lo más peyorativo.
Además, el camino vital de muchos transformistas ha estado marcado trágicamente por la prostitución y la marginalidad.


Pero el emocionante papel de los travelos en épocas de oscuridad y persecución está fuera de toda duda.
La aparición de estas reinas de la noche en escenarios desfavorables siempre fue llave de tantísimas revoluciones sexuales.
Y muchas son unas seductoras natas.


En el cine de Hollywood, los actores han tenido miedo a vestirse de mujer. Y, si lo han hecho, ha sido para provocar risas en el público.
Obedece a la siguiente premisa estético-cultural.
Cuando una señorita se viste con ropas de hombre, al estilo de Marlene Dietrich, Julie Andrews o Diane Keaton, está bellísima.


Cuando un hombre se pone falda y peluca, la gente lo encuentra marica, grotesco y digno de carcajada, bajo la concepción de que la feminización es siempre negativa.
En un recurso homófobo de los thrillers más cargados, el pavoroso asesino puede ser perfectamente una rubia con pene.


Bah, bah y más bah, ponte la peluca ya y dale al play.
Que los dioses tutelen por siempre a las faldas, a las reinas y a los disfraces, antídotos ideales contra el tedio y la hipocresía de las sociedades y de los tiempos.


Y, como no hay travesti más linda y divertida que Tony Curtis en "Some Like It Hot", mañana le rendimos homenaje, con un post muy especial sobre la carrera y la vida de este hombre de sonrisas y puro cine, que ha fallecido el pasado miércoles.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://3.bp.blogspot.com/_ewGZXYTOirg/S-IX-ZkFiGI/AAAAAAAAANc/gxj1tFEJ6no/s1600/madame-sata.jpg

@Donvishoballier dijo...

Ayer vi una pelicula llamada Cheila, una casa pa' maíta. Donde el actor-actriz es en realidad travesti. Yo no lo podía creer, en un momento pensé que habían "masculinizado ciertos rasgos", pero estaba demasiado guapa.
Este post en particular, me ha gustado mucho porque es casi un estudio de género..jejeje.