miércoles, 6 de octubre de 2010

Disco Inferno


Empezó como reacción, se convirtió en moda, conquistó el sonido de toda una era y quedó adherido para siempre a la cultura de más de una minoría.
Ya lo predecía "El Fantasma del Paraíso".
Antes de que acabe la música, nacerá la nueva música, en templos de la juventud, loca por bailar. El sintetizador será el arma; el romanticismo pop y la súper fusión, el resultado final.


En los setenta, el rock y el punk criticaban el baile, las melodías plásticas y el sha-la-la de los sonidos comerciales. Es decir, los Carpenters eran favorita diana de todos los dardos.
Ciertos grupos nocturnos de Nueva York y Filadelfia quisieron dar su particular opinión sobre la polémica.
Se producía, sin pretenderla, la primera reivindicación del placer culpable.


Eran negros, latinos, homosexuales, mujeres y almas sensibles con ganas de marcha, que llenaban la noche de glamour, fusión musical y cultura de la pista.
Se les reconocía por los colores, las prendas estrafalarias y la potenciación de la imaginación estética a través de la misma cultura pop.


El resultado fue el furor por lo disco, que reinaba y culminaba en los vinilos más vendidos.
Tuvo una película emblema, donde John Travolta quería bailar y ser el mejor en el "Saturday Night Fever".


Los Bee Gees, los Village People, las grandes divas negras y la respuesta europea (Boney M., ABBA, Baccara) eran los reyes indiscutibles de todo lo que concernía a la descendente bola de colorines.


Como la música que interpretaban, la apariencia de los divos del disco era una pura mezcolanza, una parodia de lo clásico, una apología total del disfraz.


Al ritmo de la música, al compás del pantalón de campana y en dirección a todos los peinados afro; la música disco era la banda sonora de un inferno maravilloso, donde el último baile era lo más parecido a la muerte.
Al menos, hasta el siguiente viernes.


El disco acabó por consagrar la noche como el momento ideal para muchas cosas.
Como apareamiento ideal, sus canciones hablan de ganas de polvo, bajo la coartada del flechazo.


Precisamente, polvo había de todos los tipos en en las discotecas de los setenta. El sexo libre y la cocaína definían el peligroso y seductor ambiente.
El sanctasantórum de la fiebre disco era el Studio 54, club neoyorquino de altos vuelos, y el lugar donde Bianca Jagger y Liza Minnelli se sentían como en su casa.


La música disco nunca dejó de suscitar críticas. Se le llamó elitista, sentimentaloide y derivativa.
Cuando Bowie incorporó sonidos disco a algunos de sus temas, muchos dijeron que se había vendido irremisiblemente.


En sus tiempos crepusculares, películas como "Cruising" o "Looking for Mr. Goodbar" mostraron el lado más oscuro de la noche disco.
Quedaba definida como la metáfora de la presunta liberación sexual de los setenta, confundida con puterío indiscriminatorio, y para la que muchas mentes y cuerpos no estaban preparados.


Con la época, terminó el disco. A principios de los ochenta, pasó rápidamente de moda, fue anulado por productores musicales y se transmutó en la dance music.
Además, los excesos de sus protagonistas no cayeron en saco roto, y el panorama del nightclub cambiaba para siempre.


A lo largo de la década de los noventa, el disco alcanzó su vindicación.
Sucedió al mismo tiempo que el público gay se transparentaba y pisaba con fuerza el escenario comercial.
Se aseguró que la música disco era cuestión patrimonial de la cultura homosexual, y muchas de sus canciones más inefables podrían considerarse himnos.


Se produjo la inevitable reedición del catálogo, y hoy el sonido disco es divina opción que incluir como sample en cualquier mueve mueve que se precie.


El disco es apoteósico, kitsch, decadente, fabuloso. Y, sobre todo, terriblemente divertido.
Gitchi gitchi ya ya, mocca chocolata ya ya...

1 comentario:

Justo dijo...

Qué entrada más bonita.

Tuve el privilegio de que esa época coincidiera con mi adolescencia... fue algo tremendamente popular, todo lo asociado con la música disco, aunque se tachara de hortera; y generó grandes pasiones.. con el tiempo se ha reconocido lo importante que fue, tanto a nivel de sonido -por ejemplo Giorgio Moroder, el productor de Donna Summer, se sitúa ya al nivel de Kraftwerk en la importancia de su legado para la música electrónica- como de estilo.