miércoles, 27 de octubre de 2010

Grados del Glamour


Se le reconoce como la signatura del estilo antiguo, el preclaro revestimiento del cine clásico.
Hoy, el glamour es una idea estética, que remite a otro tiempo. Y, por tanto, es proclive al homenaje, a la nostalgia y a la copia.


Se suele confundir con la elegancia, con la cursilería, con la riqueza o, incluso, con la simple fama. Pero el glamour, en sentido estricto, significa hipnosis.


No hay que ir muy lejos. Los vampiros de "True Blood" usan el verbo to glamour, cuando se refieren a sus poderes hipnóticos.


Ya desde los orígenes, se tuvo claro que debía potenciarse el elemento mesmérico de ese invento llamado cine.
Una sala oscura, una pantalla y un espectador sugestionable. ¿Cómo mantener esa afortunada relación?
Lujo, distinción, misterio, sensualidad, exotismo; esas fueron las herramientas con las que se esculpieron las criaturas del glamour.


Su vida auténtica nunca importó demasiado, a diferencia de lo que sucede con las celebridades actuales.
Por entonces, se imponían las narraciones fabulosas, las biografías inventadas y los nombres falsos.
Desde la distancia, un rostro que aunara carisma, sensibilidad y enigma podía ser magnético, hipnótico, glamouroso.


Los cigarrillos componían parte de la atmósfera, que rodeaba los iluminadísimos rostros. Era una estética extraña, que acababa por distorsionar la imagen.
Las formas se difuminaban y el escenario se hacía secundario. Porque lo remarcable eran los ojos, titilando, confiados al primer plano, derechos al corazón del espectador.


La reacción del público ante el glamour fílmico fue generalmente positiva. El luto por Valentino fue paradigma de que las ideas de la industria al respecto estaban funcionando.


La imitación fue inevitable, y copiar el estilo glamouroso se convertía en opción cotidiana; una manera de escapar de la realidad, un modo de distinguirse del resto, una forma de seducción.


El glamour es falso, como cualquier embrujo. Y cuando fue puesto en solfa, perdió grados de encanto.
Las operaciones de glamourización del Hollywood de antaño eran apoteósicas y, como cualquier laboratorio, desechaba material para la basura.


Ese material para la basura quedó retratado en historias como "Sunset Blvd.", "¿Qué Fue de Baby Jane?" o "Grey Gardens", virulentos ataques contra la apología hollywoodiense de la vanidad, o el precio de poner una cara delante del espejo.


Con el tiempo, el cine naturalizó sus escenarios y adoptó necesarias estrategias de credibilidad, lejos de los palacios de cristal que ilustraban las películas del ayer.


Las estrellas bajaban a la realidad, cometían errores, fracasaban, nos contaban su vida en entrevistas o eran protagonistas de biografías deliciosamente no autorizadas.
Hollywood perdió candor y sumó morbo.


Pero, tal vez, nunca se ha desglamourizado. En realidad, sólo ha transitado a una hipnosis distinta para otra generación.
Un glamour nuevo para un público diferente.


Al fin y al cabo, quedarse con la boca abierta y el corazón en un puño, gracias a la contemplación de mundos inventados, sigue teniendo la indiscutible vigencia de la pura y simple ficción.

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