miércoles, 21 de abril de 2010

1969


El Apollo 11 llegó a Selene durante el verano. La cara de queso recibía así la primera pisada de Neil Armstrong.
Pese a todo, había una gran diferencia entre los miedos del Australopithecus y las hazañas de la sociedad moderna. Estados Unidos ganaba la carrera del progreso.


Pero la Luna también decía otra cosa. El ser humano no iba a llegar mucho más allá, porque había costado demasiado arribar a esa señora pálida.
Ya se podía conformar.


El ser humano era demasiado pequeño ante la inmensidad inquietante del espacio. Se iba a tener que quedar encerrado en el planeta Tierra.
Conquistar la galaxia quedó para la ciencia ficción y para las evocaciones poéticas sobre astronautas perdidos en los años luz. Ground control to Major Tom...


El tiempo era 1969.
Y, en la Tierra, se vivía uno de los años clave del siglo, donde los acontecimientos se solapaban unos con otros, donde el esplendor de la época se veía inmediatamente contrapuesto con las sombras que lo condenaron.


Fue el año de Woodstock, pero también llegó Nixon. Alcanzaron la Luna, pero mataron a Sharon Tate.
Se publicó "Abbey Road", pero John, Paul, George y Ringo miraban a otro lado, a sus nuevas esposas, a sus distintas músicas.


Quizá porque, cuando se alcanza ese nivel de genialidad, no queda mucho más que decir.
Su concierto improvisado en la azotea de Apple Records fue interrumpido por la policía. Fue la última vez que los Beatles actuaron juntos en directo.
Detestar a Yoko era inevitable.


La contracultura ya no era cosa ni de lúmpenes ni de cuatro pirados.
Ahora era un espectáculo, un fenómeno de masas, la identidad donde la juventud se veía vestida.


Aparecía expresada la contradicción de la sociedad del bienestar. Nadie estaba realmente bien, y la desobedencia vendía.


Drogarse, desnudarse, follar con todos y todas y añorar la Naturaleza perdida. Eso es lo que quedó del hippismo, deshecho de sus aspiraciones políticas, culturales y espirituales.


El asesinato de aquella chica a manos de los Ángeles del Infierno en un concierto de los Rolling fue la estocada del movimiento.
Entre la violencia, se pisaron las flores y nació el punk.


Cansada, había triunfado y fracasado, había vuelto y se había marchado.
Judy Garland encontró su último capítulo, entre la sobredosis de barbitúricos y la indigestión crónica de un talento inabordable.


La consternación por la muerte de semejante estrella iluminó Greenwich Village, y nació Stonewall, episodio de protestas de la comunidad gay neoyorquina.
Supuso el primer paso en la lucha por los derechos civiles de los homosexuales.


Se publicaba la novela "El Padrino", donde Mario Puzo escribía sobre familias, agujeros de bala y caballos que salvaban carreras.


Golda Meir se convertía en la primera mujer Primer Ministro de Israel, y el asesino Zodiac volvía loco a la prensa con sus mil enigmas nunca resueltos.


España no tenía tantos colores.
El Generalísimo de la Tierra, el Mar, el Aire y Todos los Ascos buscaba congraciarse con el exterior de una vez por todas, nombrando al suave Juan Carlos de Borbón como su seguro sucesor.


Mientras, el ministro de Información de Franco hacía el ridículo en Europa, pidiendo favores a cambio de la victoria de la cantante Salomé en Eurovisión.
El poder pedía ley marcial para las rugientes Universidades. ¡A mí la generación!


En Vietnam, los chicos soñaban con volver, bajo aquel "Galveston" de Glen Campbell, que sonaba desde la radio.
Acariciaba las mentes asustadas de aquellos que acarrean sobre sus vidas las responsabilidades de otros.
Volunteers of America!



En la pista inmisericordiosa de "They Shoot Horses, Don't They?", aparecía una de las primeras recreaciones del pasado que expresaba sensaciones del presente.


Los concursantes de una maratón de baile de la Depresión bailaban como malditos por un premio final. El que más aguante bailando, se lo lleva.


Pasaban los días y se sucedían las noches; exhaustos, llenos de sudor, de rabia, de pobreza. Seguid bailando, aunque el juego esté amañado.


El mismo año en que explotó todo, se acabó.
La revolución aclamada había sido una buena jarana de la juventud y sólo quedó el largo camino a casa.
Get back, get back, get back to where you onced belong.


Butch Cassidy y el Sundance Kid lo tenían claro. Nos van a matar, salgamos a por ellos, ya no importa.


Al fin y al cabo, le hemos robado tiempo al tiempo. Y hemos llegado más allá de lo que nunca hubiéramos imaginado.

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