sábado, 13 de marzo de 2010

"Mad Men"


Se la reconoce por ser la más aclamada ficción televisiva de los últimos años.
Deslumbrante muestrario de tristezas, "Mad Men" es una serie tan sobrecogedora como luminosa.


Hablamos de un drama complejo, de personajes contradictorios, y tan meticulosamente concebido y escrito, que no se aprecia ni un solo paso en falso.


Y eso es muy difícil que suceda en una serie de televisión.


"Mad Men", creada por Matthew Weiner, extrae también la espina de la Historia reciente norteamericana, apostando por una mirada desmitificadora.


Aquellos maravillosos años sesenta no parece tan ideales en el mundo de "Mad Men", una atmósfera de belleza material, pero espinada por el machismo, el clasismo, la hipocresía y las decepciones.


El bienestar y el confort viven asediados por los temores de la era atómica y otras amenazas de catástrofe.
El argumento suele así acompañarse - y contraponerse - a acontecimientos tan populares como el suicidio de Marilyn, el asunto de Bahía Cochinos o el asesinato de JFK.


Pero "Mad Men" también refleja esa misma era en que empiezan a descubrirse nuevas cosas y aceptarse realidades.
Porque ya se sabe que la pérdida de la inocencia es también la primera instancia de la madurez.


La agencia de publicidad Sterling Cooper es el escenario principal de la serie, a donde llega la ingenua Peggy Olson para ocupar un puesto de secretaria en el primer episodio.


Es pronto iniciada en la dura posición de las mujeres en la empresa a través de los consejos de su mentora, la imponente Joan Holloway.


La joya de Sterling Cooper se llama Don Draper; supone el cerebro detrás de los más prodigiosos slogans y efectivas campañas publicitarias, y es visto por los demás como la personificación del éxito.


Pero nada es lo que parece. Peggy es ambiciosa, Joan es vulnerable y Don es infeliz.
La mente de Don es un intricado de secretos, enraizados en un pasado dudoso, que median su incapacidad de comunicarse.


Observa su vida como un escaparate, donde no puede insertarse emocionalmente, y opta por caer por el precipicio de la melancolía.


Don recurre a la doble vida, la que lleva en Nueva York, saltando de cama en cama, y su papel de cabeza de familia.


El otro escenario de "Mad Men" es la vivienda de los Draper, alejada de la ciudad, donde aparece Betty, la bella y desilusionada esposa de Don.


Betty no es más que una chiquilla con dos hijos, una cocina y un paquete de cigarrillos.
Apresada en su papel de ama de casa, afronta su día a día con la misma mezcla de hastío y cinismo que caracteriza a su marido.


Pronto la mente de Betty empieza a bullir; sus deseos, definitivamente más adelantados que los de Don, empiezan a materializarse.


El laconismo y la sutileza de "Mad Men" pueden dejar un tanto desconcertados a muchos teleadictos, acostumbrados al impacto directo de las series convencionales.


Sin embargo, "Mad Men" atesora tantas sorpresas, emociones y momentos entrañables como cualquier otra.


Y el estilazo que se gasta posee, sin duda, la entidad de lo mesmérico.


En sus tres años de andadura, ha ganado el Emmy y el Globo de Oro en las tres ocasiones respectivas.
Es consciente de que siempre ha sido más niña mimada de premios que favorita del público.


Pero el culto por "Mad Men" se intensifica y su categoría de clásico ya es un hecho.

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