miércoles, 15 de junio de 2011

La Tragedia Positiva


La leyenda cuenta que un joven de Manchester fue el primero.
Había servido en la Marina, tenía veinticinco años y llegó a una enfermería con horribles manchas y pidiendo ayuda.
Aparentemente, nunca había estado en África.


Murió, y su diagnóstico quedó como un enigma médico, tal vez una extraña tuberculosis.
Corría el año 1959. En el cine, triunfaba "Pillow Talk", con Doris Day y Rock Hudson.


Casi treinta años después, Rock Hudson moría del mismo síndrome que aquel ignoto enfermo de Manchester.
Sucedía cuando el virus se había convertido en la definitiva pandemia de la Humanidad.


Circulaba a través de fluidos, se movía entre la oscuridad de la ciudad, se beneficiaba del encuentro anónimo y procuraba un destino fatal.


En 1981, el Centro de Control de Epidemias recibía la noticia de que una serie de hombres homosexuales de San Francisco sufrían una extraña neumonía, que devastaba rápidamente su sistema inmunitario.
El presunto 'paciente cero' era un azafato canadiense, que confirmaría haber tenido sexo con 2500 hombres norteamericanos.


Durante varios años, el VIH se vivió como un secreto y, por ello, se hacía casi una leyenda urbana.
Lo llamaban el 'cáncer marica', nadie sabía gran cosa sobre su contagio y, para prevenirse, muchos preferían ni tocar a los infectados.


Se decía que Rock Hudson sufría cáncer de hígado para explicar su alarmante deterioro físico.
Su último papel era cortesía de "Dinastía". En cierta escena, besaba en los labios a Linda Evans.


Tras rodar ese beso, los regidores agarraron rápidamente a Linda y la llevaron a su camerino, donde le lavaron la boca a conciencia.
Joan Collins no entendía nada. Su peluquero le susurró al oído: "Rock tiene SIDA". Y la Collins dijo: "¿Qué es el SIDA?".


La infección se propagó al ritmo de la hipocresía, y el reaganismo no quería ni oír la palabra.


Pero el asunto se desbordó, se hizo internacional, y el SIDA llenó titulares, campañas y opiniones.
Su expansión marcó la década de los ochenta, apagando luces y preocupando dormitorios.


La lista de celebridades aquejadas se trufaba, mientras la infección circulaba veloz por esquinas de prostitución y dosis de heroína.
El VIH siempre fue callejero y se decía adorador de los placeres secretos. Campaba en las mucosas de las estaciones de paso, las saunas y los burdeles.


Saltaba en las camas sin profilaxis, nutría su veneno en la leche materna y se desbordaba feroz en los sangrados más inadvertidos.


La reacción conservadora la consideró el premio merecido para los pecadores.
Alan Moore sostiene que la idea de un campo de concentración estaba en los primeros planes gubernamentales.


Hasta la diva gay Donna Summer se puso especialmente burra cuando dijo que la enfermedad era el castigo divino a tanto desmelene.
Ante esas declaraciones, el potencial público de la Summer le retiró la palabra durante años.


Si el SIDA pudo acabar para siempre con la causa gay, en realidad fue su momento decisivo.


Los homosexuales más poderosos comprendieron la necesidad de apoyar económicamente los experimentos médicos.
Y, además, imperaba la urgencia del outing, la valentía y la desnudez.
El mismo Rock Hudson no moriría sin decir la verdad.


Se cimentaba el lobby gay, casi inadvertidamente, entre cadáveres, calumnias y negras previsiones de futuro.
Al final, la tragedia devolvería luz, dignidad y muchas historias que contar y llorar.


Contenida y entendida, hoy la sociedad privilegiada puede tratar la infección y asegurar un buen nivel de vida durante mucho tiempo.


Tras el horror, contraer VIH sigue siendo una buena putada, pero ya no es la mayor de todas.
No sucede lo mismo en el Tercer Mundo, donde tumba a países enteros, sin posibilidad de control.


El estallido del SIDA hizo del sexo una eterna cuestión de látex y responsabilidad.
Y, mientras, calibró los grados de pánico y el alcance de la crueldad social, dilucidando una verdad: la desinformación y la ignorancia siempre han sido la auténtica e incurable epidemia.

5 comentarios:

Ramón dijo...

Me ha conmovido tu entrada josito ^^

Si he de quedarme con un momento del cine al respecto, una pelicula llamada "L'homme que j'aime" me dejó bastante bien. Muy recomendable.

Por cierto, ¿de qué es la primera imagen? Me gustó mucho, y me quiere sonar de algo...

Saludos^^

Joaquinitopez dijo...

Espeluznante por lo esperpéntica y cercana. Magnífica.
Un abrazo

Josito Montez dijo...

Me alegro de que os haya gustado, amigos.

Ramón, la primera foto es de un episodio de "Cold Case".
Se llama 'It's Raining Men', séptimo capítulo de la segunda temporada.

Anónimo dijo...

Me gusto tu entrada.
Es terrible lo del SIDA y por lo que me cuentan mis padres hubo una especie de pánico en los 80's y principios de los 90's. Además de que antes pensaban que los homosexuales solo tenían esta enfermedad lo que provoco discriminación hacia estos y que los heterosexuales no tomaran precauciones.
"la desinformación y la ignorancia siempre han sido la auténtica e incurable epidemia." cierto pero en estos tiempos también hay gente que conoce de la enfermedad y los preservativo pero no les importa porque toman la actitud de "A mi no me va a pasar" o "eso es de promiscuos".

ñer dijo...

Magnífico artículo