viernes, 10 de junio de 2011

La Nariz de Pinocho


Es el arado del crimen, la enemiga íntima de la verdad, ese espejo deformante donde el mundo se refleja con asiduidad.
Contar una mentira es muy fácil. Engañar a los demás, todo un arte.


Se dice que los mejores mentirosos son los psicópatas, capaces de convencer al más escéptico.
Pueden librarse del test de un psicólogo, y el polígrafo no detectará ninguna irregularidad mientras se sucede el interrogatorio.


Con la mentira, nace la ficción.
Es la escena dramática la que mejor nos cuenta la base de un buen engaño: debe partir de cierta realidad.


El pesimismo termina por negar la posibilidad de la verdad humana.
No hay objetividad, porque las realidades están mediadas por el ojo y juicio de cada cual.
La gente jamás dudará de lo que recogen sus equívocos sentidos y procesan sus culturales mentes.


La Historia del mundo es una buena colección de falsedades.
Las ciencias sociales se desviven por diferenciar lo que fue real y lo que se contó como leyenda.
En las civilizaciones pasadas, esa distinción racional ni se conocía. No importaba tanto lo que se había vivido, como las sensaciones que dejaba y las deudas que implicaba.


Que nadie mate al trovador, por favor.
Un asunto como la guerra sólo podía ser comprendido y digerido a base de improbables hazañas y mitos caballerescos.


Las canciones, los cuentos, los poemarios, las vidas de santos, los pasajes bíblicos y las epopeyas propiciaban más emoción que reflexión.
Las historias podían ser falsas, pero su entretejido desprendía simple sinceridad sentimental.


Las mentiras apaciguan las masas, mientras sirven para ejercer sucias políticas de rapiña.
Los mandamases son los grandes Pinochos del mundo, esos que hace mucho tiempo que aplastaron a Pepito Grillo.


Cuando se descubren los embustes, atronan las preguntas y los gritos en el cielo.
Un mentiroso a ojos de todos puede darse por descalabrado para siempre.


Se nos educó para decir siempre la verdad y exigirla.
Nadie nos debería tomar el pelo, y la culturización propia protege de las trampas que nos tienden los demás.


Pero también se nos habló de la existencia de la mentirijilla piadosa, la políticamente correcta, esa que sirve para salir del paso y se siente necesaria.


Nadie cree que existan vacas voladoras, ni que hubiese armas de destrucción masiva en Iraq.
Pero todos conservan la esperanza en un mundo mejor, sueñan con vivir romances perdurables y piensan que su existencia significa algo.
Todo mentiras.


Somos seres de ilusión, mirando sombras en la caverna, frases espléndidamente construidas y eclipses totales de corazón.
La mentira se siente bonita en muchas ocasiones. Por el contrario, la verdad suele ser una puta muy sufrida.


Nos mentimos a nosotros mismos para darnos ánimos. Mentimos a los otros para ahorrar problemas.
Para protegernos, para seguir viviendo.
Como decía cierta emocionante canción: "Y si quieren saber de tu pasado, es preciso decir una mentira".


¿Y la hora de la verdad? Quizá, mañana.

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