viernes, 26 de febrero de 2010

Posmodernos y Poschorras


Llamamos posmodernos a la casi integridad de los productos audiovisuales que se hacen ahora.
En líneas generales, lo posmoderno viene a etiquetar la derivación.
La imposibilidad de ser original conduce a la repetición, a la copia, al homenaje/plagio y a la revisitación.


Así, este modelo supondría el tercero en discordia dentro de un esquema normativo: cine clásico, cine moderno y cine posmoderno.
Por citar tres películas claramente posmodernas, ahí están "La Naranja Mecánica", de Stanley Kubrick, "Moulin Rouge", de Baz Luhrmann o "Mullholland Dr.", de David Lynch.


Los cineastas actuales revisitan y toman prestado.
El apogeo de la imitación ha sido, sin duda, Brian de Palma, que calca los clímax hitchcockianos y los introduce en una nueva escenografía.


Normalmente, estos señores han sido cinéfilos antes que cineastas, y se nota su devoción hacia elementos dramáticos, clichés hollywoodienses y sensaciones fílmicas previamente vistas.


Almódovar es posmoderno hasta decir basta.
Tarantino también lo es, y su última película, "Malditos Bastardos" es una obra maestra de la posmodernidad.


No sólo retunea el cine, sino también la Historia y las expectativas del espectador en torno a lo que ya le han contado quince mil veces.


Se suele decir que el posmodernismo es una victoria del estilo sobre la sustancia. Pero eso no es cierto.


Las mejores obras de la posmodernidad no sólo seducen por el carisma de sus imágenes o por sus audacias narrativas, sino también por su carga dramática.
Quizá no tengan los guiones de hierro del cine clásico, ni la profundidad introspectiva del cine moderno.
Pero los personajes, las grandes historias de amor y los buenos diálogos jamás han pasado de moda.


Un buen ejemplo sería "El Castillo Ambulante", de Hayao Miyazaki, donde la acción se detiene en un instante y aparece un paisaje bellísimo ante los ojos de la protagonista, acompañado por una música sobrecogedora.


El "síndrome de Stendhal" que produce la imagen no sólo se debe al impecable envoltorio, sino a que lo miramos a través de los ojos de Sophie, un personaje inolvidable.


Algo parecido sucede en el momento de la muerte de Godric dentro de la muy posmoderna serie "True Blood".


Por tanto, habría que distinguir. Una cosa es la posmodernidad, que es benigna, y otra, la poschorrada, que definimos hoy en este artículo.
Hollywood no tiene ideas, pero eso no es ninguna novedad: jamás las ha tenido.
Lo nuevo es que se ha vuelto increíblemente vago.


Sus carteleras están trufadas de películas desesperadamente vacías, donde sus protagonistas deambulan sin discurso por imágenes sin estilo.
Es un cine sin hondura, que seduce por elemental y convence por inofensivo.


James Cameron, artífice de buenos espectáculos posmodernos como "Terminator", ha elaborado una película poschorra.
No me voy a meter ni con el hipócrita discurso de "Avatar", ni siquiera con su guión; en cualquier caso y en comparación, "Titanic" parece una novela de Scott Fitzgerald.


La emprendo con su falta de gusto, con su estética verdiviolácea, propia de una rave en el monte, y con su infinita holgazanería para contar bien lo que ya nos han contado.


El 3-D ha sido la estrategia perfecta para envolver al espectador, ya que "Avatar" no tiene nada bueno ni válido ni emocionante que ofrecer.
Pero a mí no me ha envuelto ni con gafas de colorines. A mí que me devuelva el dinero.

2 comentarios:

Camilo dijo...

Benedetti decía que lo posmoderno es vivir de espaldas al compromiso. Yo, que no soy Benedetti, diría que lo posmoderno es ser comprometido con el culo. Esa es la parte posmoderna (o poschorra) de Avatar pero a mí la película me gustó como entretenimiento palomitero.

Pati Difusa dijo...

tú bien lo has dicho, josito. hasta titanic es mejor que avatar, y eso es lo deprimente. puestos a elegir, si una de las películas de cameron tenía que llevarse un óscar, se lo dábamos a Terminator II.

lo único que amé de avatar fue a michelle rodríguez y su lésbico personaje.