miércoles, 28 de septiembre de 2011

Vietnam Blues


Desde la radio, cantaba Glen Campbell.
La melodía hablaba de un soldado que añoraba su hogar texano, mientras limpiaba su pistola. Oh, Galveston, Galveston, I'm so afraid of dying.
"Tengo tanto miedo de morir", se oía en las ondas de 1968.


Por entonces, los norteamericanos vivían en una selva, de la que nunca pudieron salir. Todavía se les aparece en sus más genuinas pesadillas.
Un conflicto que se alargó, se hizo doloroso y, ante la gangrena, sólo quedó cortar la pierna.
Fue la primera guerra que no supieron ganar. Durante años, no se podían creer aquel laberinto.


Vietnam fue también el primer conflicto bélico discutido, infame, mediático.
Antes, se había ido al frente con la boca cerrada. Vietnam fue el primer desastre de la era del bienestar; ese capricho imperialista del patio de atrás, donde el enemigo ni siquiera estaba claro.
La Guerra Fría se perdía en su propio eufemismo.


Aunque tengamos la sensación de que nos hayan ilustrado Vietnam en el cine desde siempre, lo cierto es que tardaron en abordarla de manera directa.
La primera película oficial no la retrataba. Más bien, la vendía, desde un punto de vista reaccionario.


Era la horrible "The Green Berets", dirigida y protagonizada por John Wayne, bien ajustado a su papel de gran papá blanco y convencido de que la victoria llegaría.
El plano final contemplaba un Sol que se ponía por el Este.
Se cuenta que el joven Oliver Stone vio "The Green Berets" tras servir en Vietnam, y decidió no parar hasta contar la verdad de lo que allí ocurría.


Aún así, desde la segunda mitad de la década de los sesenta, Vietnam aparece implícita, inmiscuida en el alma de las mejores películas.


Es el desencanto, la tristeza, el fracaso.


El gran cine que eclosionó en los setenta debe su madurez a la sensación de fiasco sociológico, al olor a sangre.
El sueño americano, oh, nunca tan dudoso como entonces.


Cuando acabó el conflicto, el drama comenzó a abordarse con la garantía del compromiso.
"Coming Home", una de las primeras en afrontar la derrota, retrataba la guerra en casa. Aquellos chicos de Galveston volvían hechos unos hombres heridos, en todos los sentidos.


La imborrable "El Cazador", de Michael Cimino, apretó el acelerador, con su sentido discurso sobre quién era la clase social que había recibido la peor parte.


Media generación se vio en ese devastador espejo que ofrecía Christopher Walken. Simplemente, la rotura absoluta.


"Adoro el olor a napalm por las mañanas. Huele a victoria", decía el personaje de Robert Duvall en "Apocalypse Now".


La colosal y colosalista película de Coppola estableció cómo se iba a contar Vietnam desde entonces.
Era la pesadilla en toda regla, donde lo más oculto del ser humano había hecho acto de presencia y campado a sus anchas.


Después del silencio, se impuso la búsqueda de la gran película sobre el Nam.
Era tarea pendiente para muchos directores, que ofrecieron su particular visión.


Kubrick la vio loca de atar; De Palma, con conflicto psicosexual; Levinson, suavemente melancólica.


Oliver Stone se otorgó el derecho de la memoria. Era el único cineasta que había estado allí.
Su trilogía - "Platoon", "Nacido el 4 de Julio", "Heaven & Earth" - contó las tres fases del conflicto: la guerra, el regreso a casa y la reconciliación intercultural.
Como siempre en Stone, de una manera protestona, paranoica y emocionante.


Vietnam quedó como la "mala guerra", en contraposición a la "buena", la Segunda Guerra Mundial.
En 1945, acabaron con los nazis. En 1975, nadie se enteró bien de qué cojones pasó.


Gusta pensar que si el resultado es glorioso, la animalada valió la pena.
Si hubo lamento como saldo final, se prefiere recordar como un episodio de oscuridad indecible, un cuento triste de la cultura popular.


Nadie duda de la sinceridad y efectividad de los creadores cinematográficos en retratar el Horror, tal y como resonó.
Pero no hay mejor lavado de imagen para el Imperio que una triste y aterradora película sobre Vietnam.


Es adelantarse a decir "¡Yo también sufrí!". Una especie de expiación universal, a través de celuloide y buena intención.


El "¡Yo también sufrí!" se transforma sutilmente en el "¡Yo fui el más que sufrí!".
Al fin y al cabo, es una película. Preocupa Charlie Sheen, no el extra asiático que cae rodando montaña abajo.


Cuestión de punto de vista. Dramatizar, protagonizar, dar pena, aplazar responsabilidades. Lo que hacen los mejores reyes.

1 comentario:

Aseret dijo...

La versión gringa de "Los ricos también lloran"...