lunes, 19 de septiembre de 2011

Trucos Sin Magia


Hollywood siempre ha confiado en sus estrenos de fin de semana; esos títulos que se llevan el viernes, pero mueren el lunes.
En los últimos tiempos, es más que una preferencia. Ahora es la manera en que funcionan las cosas en la cartelera.


Superproducciones que se ordenan una detrás de la otra, todas aspirando a conquistar su fin de semana, rentabilizarse rápidamente y caer en el olvido, dejando paso a las siguientes.


"X-Men: First Class", "Thor", "Captain America: The First Avenger" o "Green Lantern" son muestra de que el capitalismo salvaje del cine norteamericano ha evolucionado a un capitalismo a la desesperada.
"The Help", comedia de amistad interracial, ha sido la única que ha podido romper con holgura la tónica blockbuster durante este verano.


En medio del juego, ha entrado la ambiciosa "Super 8", que ofrecía una película comercial y, a la vez, pretendía enraizarse en los espectadores más allá de su fin de semana.


Es un ejercicio de nostalgia, autoproclamado y decidido, fruto de la más o menos inevitable colaboración entre JJ Abrams y Steven Spielberg.


Así, "Super 8" nutre su argumento y estética de la primera época del cine spielbergiano, donde la mirada de los niños era protagonista de entregas de ciencia ficción o aventuras.


Quizá por sus pretensiones, "Super 8" ha sido aplaudida por muchos, incluso antes de verla. Otros van más allá y aseguran que es la película del año.


En mi modesta, pero siempre aguerrida, opinión, "Super 8" se alinea entre lo más decepcionante de la temporada, diagnóstico de muchas cosas.
Entre otras, lo profundamente discutible que es el señor JJ Abrams.


"Super 8" es una colección de clichés reconocibles, que se sirven de premisas dudosamente intrigantes.
La escasa pericia del guión arruina las intenciones desde el primer momento.


Hay tres tramas en "Super 8" y parecen tres películas distintas.
Un melodrama de dos familias enfrentadas, un retrato de unos niños cinéfilos y una aventura con monstruo extraterrestre.
El desfase entre las tres es notorio. Ninguna sirve para la otra, se pisan, se confunden.


Por ejemplo, se llega a pensar que la muerte de la madre está relacionada con el monstruo.
O, de manera más flagrante, se presenta la cámara de Súper 8 como si fuera decisiva para el entretejido sobrenatural de la intriga, cuando su importancia será puramente instrumental.


A este respecto, ¿por qué la película se llama "Super 8"?
Para lo realmente vivido en el clímax, podría titularse "Corre, corre, que viene el monstruo". Al fin y al cabo, es hacia donde va la función y es donde concluye.
La cámara de los niños apenas sirve para ambientar el asunto vintage.


Esa maldita necesidad de que las cosas sean una sorpresa se adueña de "Super 8". Se retrasa muchísimo la aparición del monstruo como si fuera a contarse el mayor misterio de la humanidad.
Y, cuando llega, ¿por qué esa bestia y no otra? ¿Por qué en ese pueblo?
Todos son preguntas con JJ Abrams, un caballero que hace las cosas porque sí. Just for the fun of it.


No me sabe explicar ese monstruo, del modo que nunca supo despejar las incógnitas de "Lost".
En "Super 8", hace exactamente lo mismo que perpetró "Lost" en su episodio final. Se va por la calle del medio. Es decir, el sentimentalismo.


En el caso de "Lost" podía funcionar, porque había buenos personajes en la operación. Aquí sólo provoca insipidez y la inequívoca sensación de una película mal cocinada.


Otra pregunta. ¿Por qué se ambienta en 1979?
No hay nada en "Super 8", más allá de los objetos, que nos cuente su necesidad de regresar al pasado.
Otras evocaciones bien queridas nos hablan de épocas parecidas a la nuestra, con crisis existenciales, despertares a la realidad y negras previsiones de futuro. Son retratos que viajan al ayer para contarnos a nosotros.


Pero ese no es el caso de "Super 8", que simplemente se ambienta en los setenta por puro y vil fetichismo, para así regodearse en objetos viejos y canciones de la ELO.
Podía haber estado ambientada en 1980, en 2011 o en el siglo II antes de Cristo, y nada esencial cambiaría.


Quizá lo peor que ha podido hacer "Super 8" como obra ha sido, paradójicamente, lo mejor que ha desplegado como estrategia comercial. Es decir, compararse con títulos muy recordados por la audiencia.
En concreto, "Los Goonies" y "E.T., El Extraterrestre".


Ambas películas ya eran posmodernas: copiaban a otras, con la excusa del homenaje, y estaban diseñadas para los grandes públicos.
Pero, tanto "Los Goonies" como "E.T." fueron hábilmente confeccionadas, con inolvidables personajes y vigencias indiscutibles, más allá de sus fines de semana de estreno.


En ellas, nos subíamos a las bicicletas de sus protagonistas, de los que podríamos recitar sus nombres y meternos en peleas ante quien ose calumniarlos.
Los niños de "Super 8", que sólo discuten y corren, son meros elementos de decorado.


Que el cine está en horas bajas es evidente. Los proyectos no se reflexionan y los guiones están a medio terminar. Con ese punto de partida, ahí los resultados.


En "Super 8", aparece Kyle Chandler, que anoche ganó el Emmy al mejor actor por la serie "Friday Night Lights".
Basta comparar los diálogos y situaciones que protagoniza en ambas para vislumbrar el abismal contraste entre lo que se propone en los cines y lo que se está viviendo en la pequeña pantalla.


Que a un niño se le muera la madre no garantiza que me prenda de su historia. Que una película se vista de nostálgica no significa que le quede bien el traje de época. Que los personajes corran mucho no es aval de trepidancias.


En definitiva, "Super 8" es la prueba de que comprar un libro de trucos jamás aseguró la magia.

2 comentarios:

Athena dijo...

Qué bien explicado, Josito. Lo mejor de "Super 8" es, sin duda, la película rodada por los chavales y que ponen al final. Lo demás, milnovecientosná, mucho ruido y pocas nueces.

Josito Montez dijo...

Milnovecientosná, jajaja.