viernes, 3 de octubre de 2008

Huracán


Si ves una vaca volando, fuera el escepticismo y empieza a correr. Porque el huracán ha hecho acto de presencia. No prestes atención a la previsión del tiempo; el clima ha venido a igualar tu alma. En breves instantes, todo se desgarrará para siempre.


Los animales huyen, conscientes de que ese peligro consiste en verle la cara a Lucifer.
El viento se desprende de su camisa de fuerza y se vuelve loco, girando sobre sí mismo. Arrasa Nueva Orleans, desde los cimientos, como un castigo divino ejercido sobre la emblemática ciudad del pecado. El tornado sobrevuela el Caribe y hace la vida más pobre a los que ya lo eran.


No hay fuerza mayor en el mundo. La tierra quiere responder con un suspiro profundo, mientras el huracán afeita su corteza con la potencia de un lanza sables.
La lluvia, el fuego y las olas kilométricas acompañan al huracán. El desastre es absoluto; los cuerpos viles flotan en las riadas o permanecen estampados contra los tejados.


No busques a Dorothy; se ha ido más allá del arco iris y se ha llevado la casa como la mejor arma contra las brujas despistadas de la tierra de Oz.


El gato Tabby yace fulminado por un rayo en medio del campo devastado. Para los niños Bas-Thornton, el huracán sobre la isla fue sólo el principio de una odisea cruel e iniciática.

Muchos dicen que un fenómeno tan catastrófico permite reorganizar la vida y la tierra, entender qué es lo importante y qué lo superfluo y agradecer las oportunidades de seguir coleando que ofrece Dios.


Pero, para cualquier superviviente, el huracán se le ha metido en los huesos. Con una leve brisa que ose rozar su cara, volverá, sin piedad, el recuerdo del día en que todo voló por los aires.

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