lunes, 13 de septiembre de 2010

Una Velada en el Infierno


¿Es demasiado intensa la nueva película de Danny Boyle?
Eso parece, a juzgar por la necesidad de ambulancias en dos teatros del Festival de Telluride, donde se exhibía "127 Hours".
La película recoge la historia real de Aron Ralston, intrépido escalador, que quedó atrapado en un cañón hacia el año 2003.
Una roca se despeñaba y clapaba fatalmente su brazo.


Después de cinco días, sin posibilidad de ayuda y completamente solo, Ralston tomó una drástica decisión para poder sobrevivir y salir de allí; lo que se podría llamar "cortar por lo sano".
"127 Hours", protagonizada por James Franco, parece contar con demasiada efectividad el agobiante calvario de Aron Ralston.


Al menos, así se deduce de su pre-exhibición en el citado festival.
En medio de uno de los pases de la película, un señor tuvo que salir en camilla de la sala. En otro, una mujer fue atendida por los paramédicos, al sufrir un ataque de ansiedad.


Estas pre-exhibiciones, todo un clásico en la historia de Hollywood, son una especie de toma de contacto con los espectadores, antes del estreno oficial de la película.
A menudo, se proyectan en pequeños festivales y ciudades poco populosas; muchas de las reacciones de ese primer público han sido decisivas en el montaje final de algunos títulos.
Valga el ejemplo de cuando se cambió el principio de "El Crepúsculo de los Dioses", ante las risas que desató el prólogo originalmente rodado.


Para "127 Hours", el pre-screening no ha podido ser más polémico y más prometedor al mismo tiempo.
¿Realmente nos queda algo de sensibilidad hacia la violencia cinematográfica? ¿No lo habíamos visto todo?


"127 Hours" es el último capítulo en la historia de las más encendidas reacciones de la audiencia ante las películas.


Desde las ratas que lanzaban los alemanes en las proyecciones de "La Regla del Juego" hasta los síncopes que provocó la aguja hipodérmica de Uma Thurman en "Pulp Fiction", el público ha tirado huevos contra la pantalla, ha salido indignado de los cines y ha hablado de películas perversas, nocivas, ajusticiables y absolutamente aberrantes.


El mismo Stanley Kubrick supo que tenía un problema cuando su propia madre le regañó públicamente por haber confeccionado "La Naranja Mecánica".
Y los vestíbulos de muchos cines fueron lecho de vómitos para los que no podían digerir "El Exorcista".


Ésta última es un fenómeno elocuente. Una posesión infernal, a todo lujo y explicitud, se convertía en el título más visto del año.
Fue la prueba contundente de que el público es tan masoquista como Vanessa Duriès. Y, en el fondo, siempre busca emociones fuertes, del grado y carácter que sean.


Pero, ¿hasta qué punto pedimos ese sufrimiento?
Sinceramente, yo prefiriría no haber visto nunca la brillante escalada de horrores que propone "Réquiem por un Sueño"; mi peor experiencia cinematográfica, sin ninguna duda.


A todo ello, podríamos añadir la obsesión por la descripción gráfica y emocional de la violencia de las ficciones anglosajonas, probablemente acrecentada por los eventos del cambio de siglo.


Los personajes antiheroicos y negativos, los descalabros, la agresividad y todas las facetas del dolor humano se han adueñado por completo de la temática y la estética de las películas y series más aclamadas de los últimos tiempos.


El film de Danny Boyle es sólo un plato más, dentro de un menú audiovisual que gusta de enseñarnos cerebros reventados, literal y figuradamente.
Más allá de Zapruder, en definitiva.


Podría decirse que hemos aprendido.
El público de hoy no es el que vivió en los primeros tiempos del cinematógrafo; aquel público asustadizo y sugestionable, que huía en dirección contraria, seguro de que lo que ocurría en la pantalla, iba a comprometerlo en la vida real.


Pero el cine es tan hipnótico de facto, que sigue conquistando los sentidos.
Da igual que ya sepamos que todo es un juego de hilos y no importa que hayamos visto mil making-of.


Los grandes contadores de historias siguen manejándonos como títeres con las más básicas artimañas. Y cuando una película jode, jode bien.
Como diría Hitchcock, el público es como un piano. Y parece que todavía quedan algunas teclas por tocar.

1 comentario:

@vishoballier dijo...

No puedo estar más de acuerdo con lo de Requiem!... yo estaba bebiendo y fumando... y fue como si sigo viendo esto nunca más podré hacerlo...jeje