viernes, 24 de septiembre de 2010

'Rags to Riches'


Si se desea con la suficiente fuerza, esta noche miraremos al cielo y caerán todos los céntimos que faltan para llegar a fin de mes.
Porque lo promete el mundo, porque está escrito en los guiones de Bollywood y de Hollywood; el día menos pensado, pasaremos de los harapos a la riqueza.


No es ninguna casualidad que las mayores industrias del entretenimiento hayan nacido de la miseria de su público.
Siempre hubo peniques para ver un musical de Busby Berkeley, y todavía es baratísimo entrar en una sala de cine hindú.
El público en crisis no sólo persigue una historia que lo diserte de la realidad; busca su vida contada de otra manera.


Los amores interclasistas y los ascensos económico-profesionales son las armas con las que se construye una buena saga rags to riches.
Expresan las ganas que tiene el personal de montarse en el duro. Si hay que sufrir, que sea agarrados a un collar de perlas o apoyados en una columna jónica.


Durante la Depresión, se publicaron novelones al respecto, protagonizados por voluntariosas mujeres que, a fuerza de sacrificio y lágrimas, pasaron de ser unas muertas de hambre a abrigarse con marta y mitón.


Sucedía en historias como "Lo que el Viento se Llevó" o "Imitación a la Vida", donde sus heroínas se enriquecían, a base de temperamento, de perseverancia y, de una manera sólo insinuada, también de prostitución.


La emoción que suscitan películas como "Slumdog Millionaire" o los concursos de promesas musicales habla de la pervivencia de los meteóricos triunfos como estrategia para entretener a las audiencias.
Se entremezcla también con una obsesión tan contemporánea como la fama, que asocia el reconocimiento público con la trascendencia vital.


El público encuentra placer en la celebridad y la riqueza ajenas, pero desarrolla sobre ellas una compleja reacción.
Por un lado, admira todo lo que suponga brillo y esplendor; por otro, se ríe cuando los famosos quedan en ridículo y fracasan.
En secreto, desearía destrozar esas mansiones y correrse encima de las ruinas.


Quizá para paliar esta envidia visceral del público, muchas de las historias rags to riches no terminan celebrando la opulencia.
Se visten de cuentos morales y tienden a concluir que el dinero no otorga la felicidad.


Nos cuentan que, en medio de su ascenso, los protagonistas olvidaron cierta noción de sí mismos. Quizá algo de dignidad, muchos espacios de libertad e ingentes grados de amor por los suyos y por los otros.
Se dan cuenta y se lamentan, mirando cómo todas las cosas bonitas que han conseguido no les han servido para nada.


Las sagas rags to riches suponen, por tanto, un camino de ida y vuelta para el espectador.
Llevan a la riqueza deseada, la cuentan y acaban expresando que la verdad de la vida se encuentra en lo pequeño y lo cotidiano.
El espectador sale de la película con dos sensaciones aparentemente opuestas; por un lado, el sabor del lujo y, por otro, la convicción de que su felicidad depende exclusivamente de sí mismo.


Y ese muerto de hambre de la vida real volverá calladito a casa, se dormirá obediente y soñará con los céntimos que faltan.
Esos que, tarde o temprano, empezarán a caer del cielo.

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