miércoles, 29 de septiembre de 2010

Sobre "Laura"


Según los mejores clásicos, la principal motivación para todo asesinato tiene que ser el amor.
A la fuerza, su investigación se producirá en el escenario preciso, lleno de glamour, cigarrillos y gente que camina con la misma elegancia con la que viste.
Así lo demanda la intriga noir, así lo cumple "Laura".


En "Laura", se aprietan las tornas, se intensifica el romanticismo, se destila la realidad de la muerte.
El detective que investiga el asesinato de Laura Hunt se obsesiona con la bella occisa.
"Debería tener cuidado, McPherson, o acabará en un pabellón del psiquiátrico. Dudo que jamás hayan tenido un paciente que estuviese enamorado de un cadáver".


"Laura" insiste en un tema recurrente de la ficción de los años cuarenta, que relacionaba la muerte con el amor eterno.
En una época asediada por una cruel guerra mundial, era mórbidamente reconfortante el siguiente mensaje: el amor trasciende la propia vida y los muertos nunca terminan de irse.


"Laura" parte de obsesión necrófila para transformarse en obsesión total, por mor de su descabellada intriga.
Laura no está muerta, y esa es la prueba más evidente para el detective McPherson.


Dormido con la música puesta, tras beber whisky barato y mirar demasiado el retrato de Laura, el detective despierta y se encuentra con la verdad.
Laura aparece en el umbral, viva. Y asegura que no sabe qué ha pasado.


Alguien quiso matarla y la confundió con otra. Ésta abrió la puerta y recibió un escopetazo en plena cara.
Laura ha pasado de ser el cadáver a convertirse en la principal sospechosa de un misterio, que se enreda y se vive en los escenarios de la alta sociedad.


"Para ser una chica tan inteligente y encantadora, se ha rodeado usted de un buen puñado de bastardos".


Su envidiosa tía o su arribista prometido podrían ser los criminales. O su mecenas, quien diseñó a Laura como una mujer exitosa y la ama sin tocarla.
Hablamos de Waldo Lydecker, el columnista de la corrosión exquisita y la réplica afilada.


Los sospechosos mienten al detective McPherson.
En cambio, a Laura sienten la necesidad de decirle lo que piensan sobre ella.


Todos quieren a Laura, todos la odian.
Los frustrados personajes que la rodean derraman sobre ella su snobismo y su fracaso íntimo.
Y la envidia disfrazada de amor, con la escopeta escondida en el lugar indicado, vuelve a tocar a su puerta por última vez.


Una película como "Laura" no se estudia, ni se piensa, ni se calca, a pesar de que ha sido imitada en centenar de ocasiones.
"Laura" es una película para respirar.


Todo en ella embauca, miente y confunde, como el más acerado muestrario de lo chic, como la perfecta definición de lo glamouroso.
Seduce su estética y seduce la profundidad de su mensaje: el amor puede conducir a la brutalidad y también puede significar la última rendición.


Los actores conforman buena parte del atractivo inmarchitable de "Laura", y todos se hicieron estrellas gracias a ella.


Nunca han parado los elogios hacia Gene Tierney, Clifton Webb y Vincent Price, pero hoy quisiera distinguir al guapísimo Dana Andrews.
Su aparición como el sensual detective McPherson bien podría haberle hecho merecedor del título del Maromo del Año, si este blog se escribiese en 1944.


"Laura" es una película favorita de toda la vida, y cada visión supone un reencuentro y un nuevo hallazgo.
Rara ocasión fílmica ésta, que uno desea nunca termine.


Goodbye, Laura. Goodbye, my love.

1 comentario:

Justo dijo...

Qué buena película.. gracias por recordármela, hace siglos que la vi, pero querría meterle mano de nuevo...

¡Dana Andrews maromo del año, sí!