miércoles, 22 de septiembre de 2010

La Ochentez


Armani, la electrónica y la cocaína. Las chicas nuevas de la oficina y el cometa Halley. Michael Jackson y Madonna. Spandau Ballet y greed is good.
Sí, todos admiran los ochenta, motivo de revisión y seguro denotador de una dulcísima vergüenza ajena.


Es la apariencia estrafalaria que hoy devuelve la ochentez, con su apología del volumen y del exceso, lo que la hecho adorable y depositaria de mitificación.
Pero, en realidad, los ochenta tuvieron poco de ejemplares, y se constituyeron pronto como pleclaro síntoma de la decadencia de los tiempos.


Su inicio supuso un heartbreak para muchos. Se acababa la revolución prometida, triunfaba el materialismo.
En la sitcom "Family Ties", se parodiaba el brutal cambio de tono y de intención: Michael J. Fox era niño reaganiano, pese a ser fruto de padres hippies.


La aparición del SIDA obligó a refrenar los impulsos, a espaciar los polvos y a recuperar la culpa en las camas. La liberación sexual de los setenta se topaba así con un muro infranqueable.
A la acción contestó la reacción. Todas las preguntas ideológicas y políticas planteadas en los años anteriores no obtuvieron respuesta.


Ganaron el consumo, la televisión y los productos que no valían para gran cosa: el yo-yo, el cubo de Rubbik, las pulseritas, las chapas.


Todo se hizo susceptible de compra; desde los tirantes de Gordon Gekko hasta esa victoriosa Barbie, la mujer ideal para la nadería, que se daba la vuelta y su melena cardada ni se movía en los anuncios navideños.


Defender el consumo tuvo una consecuencia: todo el mundo sufría de complejo de rico.
La década resulta tan kitsch, porque era terriblemente pretenciosa.


El consumo mass-media se expandía. Su gran arma fue la caja tonta, que encontró su perfecta alianza en la radio, para pronto derrocarla.


Destinadas a los más jóvenes, a los que no se les puede negar nada, nacieron la MTV, las superstars musicales y las pausas publicitarias de más de cinco minutos.


El cine de Hollywood volvió a ser la estupidez de siempre, pero con más popcorn, por dentro y por fuera.


Casi veinte años después, Portia de Rossi clamaba en "Arrested Development": "Vivimos en el siglo XXI, ¡deberíamos vestir como en los ochenta!".
Desde el presente, la ochentez es evocada con nostalgia; especialmente, por los que la recuerdan poco o por los que confunden los años ochenta con los primeros noventa.
O por los que sí la vivieron y se han quedado con lo mejor.


Que una tercera época admire a la primera, sólo para negar la segunda, no es nada nuevo en la Historia cultural.
La ochentez se ve más válida, porque el Pac-Man hace esbozar una sonrisa y, por cercanía, Ally McBeal aburre.
Aunque parezca raro, todo puede cambiar. Y la moda se agota, del mismo modo que lo hacen las admiraciones históricas y las mitificaciones.


Ponerse unas hombreras tan largas como una trinchera fue, un día, garantía de éxito. Hoy es motivo de risa.
Mañana, quizá sólo provoque indiferencia.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado. muy bien.

como se llama el maromiales de la primera foto?

Josito Montez dijo...

Lo, faltaba más la Jem Superstar, jejeje.

Yosonico, estaba esperando que alguien lo preguntara.
Es Jon Erik Hexum, súper maromo de los ochenta. Su maromidad, su historia y su trágica muerte visitará jueves próximo.

Besos.

Rubén D. Caviedes dijo...

Qué grande. Hoy ha estado usted particularmente bien. Le felicito.

Ahora que se acercan los nuevos noventa yo pensaba tocar el tema-ochentez en breve en mi blog pero mire, una cosa le digo; me ha hecho usted pensar. Ahora no sé si darle al tema tanto ahínco revival como pensaba. Quizás lo mejor sea que no. Aunque sigo pensando que donde estén los ochenta por Dios santo, qué se quiten los noventa.

@Donvishoballier dijo...

ooohhhhh... Jem and the holograms!!
Me encantaba..jjejeje

Josito Montez dijo...

Tranquilos, que ya le daré cera a la noventez un miércoles de estos.

Besos.