viernes, 17 de septiembre de 2010

Bailemos


Es la más comprensible reacción a la música desde que se inventó el mundo.
Ya sea con un tímido toque de zapato o con el más desmadrado mueve mueve, el ser humano quiere y debe entregarse al baile.


En su vertiente clásica y sublime, se le llama danza, expresión de la más alta sensibilidad artística a través del movimiento.


Pero, para bailar, no se requiere ni ser artista ni nacer sublime. Para bailar, sólo se necesita encontrar el ritmo adecuado.


El baile puede ser regido y normalizado por la tradición; incluso, habla de culturas y de mundos propios.
Las danzas folclóricas se enseñan y se aprenden. Son ritos de movimiento, que encuentran su eclosión en las fechas señaladas y en los momentos oportunos.


Pero el baile en sí mismo no conoce más regla que la súbita expresión corporal y la ruptura del cotidiano proceder.
Todo el día caminamos rectos, hasta que suena la canción que nos pone. Las caderas empiezan a cimbrearse, y la compostura se puede ir muy bien a la mierda.


Cada cual se mueve a su manera, y el baile depende de la época, del país, del género o incluso de la orientación sexual.
Bien sabía Billy Elliot lo que pensaría su padre y los demás hombres, cuando vieran que prefería danzar al ritmo de la música que estromparse por mor del deporte.


Porque en las sociedades machistas, los hombres no bailan. Y si no queda otro remedio, deben hacerlo de manera contenida y torpe, donde la mujer sabe llevar y ser llevada, al mismo tiempo.
Como cualquier normativa sexista, es tan absurda como relativa. Y el cine está lleno de imágenes de chicos tan bailones como seductores.


El baile elegido también indica posición en el escalafón.
Así, los ricos sabían bailar el vals, y sus coreografías estaban motivadas por el protocolo y la relación social.


Mientras, los chicos de la calle conocían los secretos del break-dancing, y sus movimientos rompían la rutina con descaro y expresión individualista.


Bailar también es cuestión de épocas.
En los setenta, los colorines llenaban la pista e irrumpían las melodías románticas del sonido disco.
En los noventa, la música de la discoteca se asemejaba a la que produce una maquinaria, ofreciendo un sonido duro, cuyo ritmo repetido quería acompasar los latidos del corazón de los danzantes.


El baile es motivo de júbilo, de fiesta y de desinhibición, pero también indica esclavitud; es decir, poner a mover a otro, para deleite propio.


La cumbre se vivió en los maratones de la Depresión, ilustrados vívidamente en "They Shoot Horses, Don't They?".
Allí, un grupo de miserables bailaban en estadios deportivos durante días. El que más aguantase, ganaba el millonario premio que ofrecía el concurso.


El baile también es propicio para el acercamiento, el roce y el despertar. ¿Con qué canción te enamoraste, Baby?


Pudo ser cuando se atenuaron las luces y sonó el "Close To You"; para bailar pegados, mirarse a los ojos y prometerse la vida entera.
Pero también se encuentra asunto en el mueve mueve de los bailes prohibidos y sucios, donde el restriegue mutuo es especialmente notorio.
Estos ritmos son prueba de que el baile concierne al sexo, y viceversa.


Tango, sevillanas o reguetón, querremos seguir bailando para siempre.


Como le sucedió a la heroína de "Las Zapatillas Rojas", la existencia ha acabado por convertirse en una danza eterna.


Porque, al fin y al cabo, todo lo que buscamos en la vida es un compañero de baile.

2 comentarios:

Groupiedej dijo...

¡¡Hagamos un baile de mierda!!

@VISHOBALLIER dijo...

Concuerdo contigo, todos buscamos un compañero de baile, y yo quiero uno para un regueton... su buen perreo intenso..jaja