miércoles, 8 de septiembre de 2010

Kennedy en Dallas


El 22 de noviembre de 1963, el presidente John Fitzgerald Kennedy moría asesinado a tiros en pleno desfile por las calles de Dallas.
Fue un crimen in motion.


Asediado por la lluvia de tiros, el coche presidencial no se detiene, mientras el público asistente se congela de terror.
Jacqueline se encarama sobre la parte trasera, intentando escapar de la emboscada, mientras un guardaespaldas le hace rápidas indicaciones para que volviera al asiento.
En cuestión de segundos, el vehículo desaparece de la vista para siempre.


La espectacularidad del crimen no fue recogida por las cámaras de televisión.
El público se enteraría de la noticia por los informativos, y las imágenes del suceso fueron cedidas posteriormente por videoaficionados.


Lo que sí pudieron ver en directo los espectadores de 1963 fue la muerte del presunto culpable, Lee Harvey Oswald, a su salida del interrogatorio policial.
Jack Ruby disparaba entonces a Oswald, obstaculizando la celebración de un juicio y aplazando así unas explicaciones coherentes que nunca llegaron.


El apoteósico funeral alivió el luto y confirmó a tres estrellas: Jacqueline, Robert y John-John.
La audiencia se emocionó ante la presencia de la dignísima viuda, del hermano heredero y, sobre todo, del hijo que saludó marcialmente el féretro de su padre.


Los Kennedy, ambiciosa familia de origen irlandés, alcanzaban entonces el exacto punto que los ha definido siempre.
Son gloriosos cuando les llega la tragedia; se hacen inmortales cuando la muerte los visita.


El mito JFK ha sido uno de los relatos más contados por los norteamericanos, que han definido el suceso como la médula espinal de su Historia reciente.
Se dice que todos lo lloraron, que muchos perdieron la inocencia All-American y que los auténticos sesenta empezaron el día que Paul Simon escribió "The Sound of Silence", motivado por la desolación funeraria.


Pero se ha contado poco que algunos lo predijeron, muchos lo celebraron y casi todos lo olvidaron pronto.
La posterior investigación gubernamental, ejercida a través de la Comisión Warren, dio más oscuridad que luz y cerró el caso.


Para la sociedad, la muerte de John Kennedy se asumió como la inevitable consecuencia de vivir en el país del western, donde los conflictos se terminan cuando se descerraja con la escopeta.


Al fin y al cabo, el asesinato presidencial era la duplicación casi exacta de otro, ocurrido cien años atrás.
En el teatro, para que todos lo vieran, John Wilkes Booth se deslizó hacia el palco de Abraham Lincoln y, con una buena tanda de tiros, acabó con el reformista en 1865.


Entonces, el asesino también fue asesinado, y nunca hubo juicio. La fácil explicación también reinó sobre la cruda verdad.


Encerrada en la caja fuerte del edificio neoyorquino de la revista Life, se guardó durante años la grabación del videoaficionado Abraham Zapruder.


Recoge el asesinato desde el mejor ángulo posible, y ha sido considerada la prueba fidedigna de que hubo más de un tirador en Dallas.
La película de Zapruder es una snuff-movie en toda regla, donde se aprecia cómo el último disparo revienta atrozmente la cabeza de John.


Las hipótesis conspiratorias sobre el asesinato nunca ha dejado de sucederse.
A principios de los noventa, encontraron el adecuado lecho fílmico en "JFK", la mejor película de Oliver Stone para quien esto escribe.


"JFK" defiende con convicción la teoría de un golpe de Estado meticulosamente preparado, donde Oswald era sólo un peón en un complicado juego de ajedrez, desplegado por los enemigos políticos del presidente.


Sutilmente, John Kennedy queda definido como la víctima principal de un choque de trenes: el poder ilimitado y fascista de las altas esferas y la rampante incultura política de la sociedad norteamericana.


"JFK" hizo más por el caso de Kennedy que cualquier acción real.
Oliver Stone transmitió las ganas de discusión al público, y recordó que el hecho era cuenta pendiente de toda una generación, que había preferido llorarlo antes que explicarlo.


El impacto de la película evidencia que, en las más flagrantes ocasiones, la justicia real no se encuentra en los tribunales, sino en la elaboración de ficciones, que sirven como ajustes de cuentas y lacrimógenas evocaciones.


Quizá porque, desde su primera visión, Kennedy en Dallas fue imagen seductora y puro cine, su misterio sólo ha podido entenderse en esos mismos términos.
A día de hoy, sigue siendo una secuencia atrapada en la leyenda de su propia incógnita, dentro del más paradigmático cold case de la Historia.

3 comentarios:

Joaquinitopez dijo...

Personalmente todo lo relativo a esa familia y a cuanto les rodea me repele. No hay nada claro en nada de cuanto tocaron y tocan.
Un abrazo

frog45 dijo...

Cuando Kennedy murió, yo recién contaba con unos 2 años. Pero mis abuelos lo admiraban mucho. Muchos norteamericanos de la vieja generación todavía están esperando respuesta a todas las preguntas. Te felicito por la síntesis fotográfica que tienes en el sitio y los comentarios atinados. Efectivamente. JFK fue el punto de inflexión de la sociedad norteamericana. Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

jfkenedy fue un eroe ke poniendo en peligro su bida dio mensajes en una conferencia antes de morir i despues le mataron .el fue un hombre de paz i el pentagono estaba mui furioso. algun dia no lejano se dara a la luz lo ke nos keria decir i kienes son nuestros dueños a los ke servimos