domingo, 29 de noviembre de 2009

Rita


La leyenda de Hollywood se construyó con personalidades como Rita Hayworth.
No era una gran actriz, ni tenía demasiado talento, pero, en pantalla, resultaba sencillamente formidable.


¿Qué tenía Rita? Quizá la oportuna máscara de una estrella, impresa sobre una niña de nombre real Margarita Cansino.
En la Meca del Cine, la pulieron y la lanzaron como una mujer imponente, de sedoso cabello, ideal hembra de los años cuarenta.


El mito comenzó en "Gilda", melodrama noir ambientado en un alucinado casino de perdición, metáfora de la guerra que se vivía fuera.
Rita/Gilda conocía el pecado y, a ritmo de "Put the blame on Mame", se quitaba los guantes y entraba de lleno en los anales del erotismo cinematográfico.


Producto de la Columbia, que aspiraba convertirla en estrella del musical al lado de Fred Astaire y Gene Kelly, Rita trascendió cualquier etiqueta.


Ni actriz ni bailarina ni cantante; fue mucho más que eso. La Hayworth, mujer fatal, Afrodita del celuloide.


Orson Welles se casó con ella, y su turbulento matrimonio dejó una película como testigo.
En "La Dama de Shanghai", el gran Orson la tiñó de rubio y la torturó, hasta que ella no pudo soportar tanta genialidad.


Rita fue infeliz. Siempre dijo que los hombres se enamoraban de Gilda y, a la mañana siguiente, descubrían decepcionados que habían dormido con una mujer de verdad, sencilla, doméstica y tímida.
Su matrimonio con el príncipe Aly Khan fue la estocada definitiva en ese sentido.


Sus intentos de que la tomasen en serio, obsesión de tantos sex-symbols, encontraron buenas oportunidades, pero la enfermedad comenzó a devorarla desde los cuarenta y dos años.
El diagnóstico definitivo tardó demasiado tiempo. ¿Quién sabía lo que era el Alzheimer por entonces?


Rita no encontró mejor medicina para la senilidad que el alcoholismo.


La publicidad lo anunciaba: "No hubo otra mujer como Gilda".
Detrás, se escondía la verdadera Rita, tan secreta que nadie tuvo la oportunidad de conocerla jamás.

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