viernes, 20 de noviembre de 2009

El Falo y Yo


Mira lo que tengo. Es un dispositivo de placer, un mito social y la prueba indiscutible de que soy un hombre.
Siempre que veo u oigo algo estimulante, siento cosquilleo, luego picor, más tarde ardor y, finalmente, un aumento considerable del tamaño.


Como vivo en una sociedad machista, me di cuenta muy pronto de que el falo es el rey del sexo. A él se le dedican todos los mimos.
Su funcionamiento determina la viabilidad de una pareja; su estado de descanso tras la batalla coital pone término a la contienda sexual.


Tener picha se convirtió para mí en una responsabilidad cultural. Todos esperaban tanto de ella y, por eso, era un don que debía preservar de las agresiones.
Ante una mujer con tijeras, lo apropiado era echarse a gritar.
Decía Freud que existía la "envidia del pene", y Lorena Bobbitt le dio la razón, cuchillo jamonero en mano.


Una vez, eché cuenta de la cinta métrica y me medí el asunto.
Redondeé por lo alto, esperanzado de entrar en el selecto club de los priápicos.
Porque dicen que una polla grande es como una buena película; deja boquiabierto y resulta memorable.


Se rumorea que hay pistas para saber cuando un hombre tiene un buen instrumento, desde la pronunciación de la nariz hasta el tamaño de las manos.


Se cuenta que, cuanto más grandes son las pistolas que lleva y más descomunal es el coche que conduce, más pequeñito es el aparato que la Naturaleza le dio.


En cualquier caso, la experiencia dicta que lo recomendable es dejar el hallazgo a la sorpresa.


Cuando era adolescente, miraba mi pene con curiosidad y lo machacaba con ahínco.
Pero el prepucio era demasiado estrecho, así que tuvo que intervenir el doctor.


Si hubiese nacido judío, hubiese tenido una polla yanqui desde muy tierna edad, sin exceso de piel y con el sombrero siempre por fuera.


De hecho, existen muchas culturas humanas donde la circuncisión es rito de paso.
Pero lo mío fue sólo cuestión de anestesia local.
Se cuenta que la operación de fimosis es sencilla e indolora. Eso lo dirán las mujeres o algún castrado.
¿Hay mayor pesadilla que una cirugía en el rabo?


El rey de mis genitales gusta de introducirse en los orificios, especialmente si son estrechos, húmedos y de tibia temperatura.
No sólo porque da gustito, sino porque he nacido para conquistar el mundo a base de sablazos.


Soy un hombre y, por tanto, pienso con el pene. Eso me ha dictado este mundo falocrático y yo he demostrado la lección bien aprendida.


De nada sirvió que me hablaran de amor o de razón. Porque mi tesoro, mi virtud, mi honor y mi orgullo se guarda en mis pantalones.
Oh, qué decididamente instrumental es la macho-existencia.

1 comentario:

Camilo dijo...

Ayer me estuvieron hablando de las similitudes entre el falo y el clítoris y comprobé que no hay nada más antimorbo que te expliquen científicamente los calentones. Abogo por el desconocimiento genital.