sábado, 9 de febrero de 2008

Química


Es la clave de nuestros amores y odios. Llamamos química a las mejores relaciones, aquellas nacidas de un chispazo y dispuestas a durar. Para bien o para mal. La química es tortuosa, y sabe que su vigencia está relacionada con su carisma y su dificultad de realización.
Está presente tanto en los sentimientos positivos como los negativos. El pathos es la llave. ¿O acaso no tenemos una indudable química con nuestros mejores enemigos?
En la ficción, queremos que los personajes se magneticen entre sí; es la manera infalible de contar y hacer creíbles las historias de amistad, rivalidad, amor y desamor.
El Hollywood clásico tenía la fórmula para las aleaciones. Cuidaban hasta el borde cristalino de sus mejores cócteles.
Todas las parejas protagonistas gustaban del brillante chispazo, proveniente del laboratorio. Una manera de ilustrar su postulado de que el amor debía ser heterosexual y monógamo.
El ejemplo ideal son William Powell y Myrna Loy; es decir, Nick y Nora Charles, la cumbre del matrimonio chic y detectivesco.


Mientras, el western gustaba de que la magnetización fuese masculina. La amistad honorable y el revólver compartido también sabían del chispazo. Cada vez más homoerótico, hasta el advenimiento de los chicos de "Brokeback Mountain".
Ante tanta química depurada, no es extraño que saliesen voces cínicas o directamente protestonas.
Ahí está el manierista Sirk, subvirtiendo con malicia la aleación clásica, presentando la imposible química entre Rock Hudson y Jane Wyman.


En "Johnny Guitar", el fuego no está entre Joan Crawford y su sedado héroe, Sterling Hayden. La auténtica fuerza la consigue Joan enfrentada a su oponente, Mercedes McCambridge.
Y lo extravagante se hace el rey con la historia de amor entre la viejecita adorable y el niño friki de "Harold & Maude".

La química sigue siendo esencial. Se dice que los creadores de "Six Feet Under" vieron el cielo abierto la primera vez que Peter Krause y Rachel Griffiths se encontraron.


Las reglas de la atracción son esquivas. Y, tal vez, encontrar la horma de nuestro zapato ocurra sólo una vez en la vida.

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