martes, 26 de febrero de 2008

Louella De Ville


Hubo una época que todos temían a Louella Parsons en Hollywood. Fue la periodista de cotilleo más importante de la era dorada de los estudios y, por ello, formaba parte del show. De ese show que se beneficia de la crónica negra y de la infamia para perpetuar su interés.

Louella podía arruinar reputaciones con un solo comentario, ya fuera a través de la radio o de la prensa. Y entonces, eso significaba la muerte artística. Los dardos que la Parsons dedicó a la indomable Frances Farmer fueron significativos en ese sentido.


Porque la celebridad que deseara buena prensa, tenía que sublevarse al "poderío Louella". Se convirtió pronto en el árbitro social y moral del show business. Lo sabía todo siempre y antes que nadie.

Su reinado en el chismorreo se vio perturbado en 1937, con la aparición de la que fue su gran rival, Hedda Hopper.


Hedda, que había sido actriz y había contado entonces con la aprobación de Louella, se convertía de la noche a la mañana en su némesis. Igual de bruja que la Parsons, los famosos de Hollywood se dividían entre los adictos a Louella y los partidarios de Hedda.
Los años sesenta supusieron el final del aquelarre parsoniano. Su influencia había bajado considerables enteros y Louella se retiró.

Pero, ¿por qué durante tanto tiempo Louella Parsons tuvo tanta importancia? ¿Por qué se convirtió su favor mediático en imprescindible para triunfar? ¿Por qué llegaba a todos?

Guionista de películas mudas y articulista durante los años veinte, su ambición atrajo la atención del magnate William Randolph Hearst (la evidente inspiración de Orson Welles para su "Ciudadano Kane"). Durante años, Hearst aseguró la pervivencia de los cotilleos de Louella en su poderosa red de prensa y radio a lo largo del país.


Mientras todos los periodistas atacaban con saña a la actriz Marion Davies, novia y protegida de Hearst, Louella pedía que le diesen una oportunidad a la "pobre" muchacha.

La voz de su amo. Y según Kenneth Anger, una buena boca cerrada para lo que le interesaba. El gran secreto que se quedó en la lengua de la terrible Parsons fue el asesinato de Thomas Ince a bordo del barco Oneida. Viajaban en él Hearst, Marion Davies, Chaplin y la misma Louella.

Lo que allí se sucedió se quiso ocultar, por lo que nunca quedó aclarado. En cualquier caso, Hearst fue el primero que puso precio al silencio de Louella Parsons.

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