miércoles, 12 de octubre de 2011

El Baile de Ginger Rogers


"Estás hecha para bailar", le decía su madre, "desde antes de nacer, podía sentir tu tapping."
Así creció Ginger Rogers, la que se convertiría en actriz emblemática del cine de los años treinta y cuarenta.


Ginger pudo ser más que aquella ideal pareja de Fred Astaire y, enseguida, se consagró como una intérprete tan versátil como notable.


Detrás, siempre estuvo su madre, Lela.
La vida de Ginger pudo ser muy distinta, pero Lela sólo vivía para el teatro, escribía libretos y soñaba con glorias.
Entre bambalinas, su hija siguió bailando.


Años después, Ginger ya tenía un contrato cinematográfico. Sólo faltaba el gran momento.
En "La Calle 42", aún no era la chica de la película, pero llamó la atención de Busby Berkeley.


"Vampiresas 1933" comenzaba con ella. We're in the money, cantaba, vestida de moneda, frente a un país que se moría de hambre.


Ginger tampoco era la protagonista de "Volando Hacia Río". Allí, bailaba un número musical con Fred Astaire, el consumado bailarín, otra estrella en ciernes.


Bastó ese número para que las cosas cambiasen. El dúo cautivaba al público y conquistaba el corazón de la RKO.


Al año siguiente, eran las estrellas absolutas de "La Alegre Divorciada".
Fred y Ginger, los danzantes del cine, que revolucionaban el musical, parecían volar y no paraban de sonreír al mismo tiempo.


Hicieron ganar dinero a espuertas durante años, protagonizando nueve musicales para la RKO.
Todos seguían el mismo patrón: la comedia de equívocos, donde dos tórtolos se caen mal al principio, y no pueden resistir a besarse al final.


Ante todo, el espectador esperaba que Fred tomase a Ginger con la suavidad de quien encuentra una preciada pluma.
Ambos movían el esqueleto por escenarios art-decó, a ritmo de músicas maravillosas, dentro del alma de los mejores universos inventados.


Ella gozaba de la belleza que él nunca tuvo.
Y para bailar al virtuoso paso de Fred, Ginger se dejó llevar desde el primer momento. Arqueaba la espalda como nadie lo había hecho jamás y, al final, se hizo la mejor.


Dicen que la relación entre los dos fue tensa. En realidad, siempre tuvieron buenas palabras el uno para el otro.


"Ginger fue mi única pareja de baile que jamás lloró". Nunca fueron amigos, pero restó cordialidad profesional.
Y él no encontraría a otra como ella.


Se volvieron a ver en muchas ocasiones. Incluso ya viejos, presentando premio en una ceremonia de los Oscars, donde recibieron un ensordecedor aplauso.


Retar a duelo interpretativo a la mismísima Katharine Hepburn fue la primera victoria de Ginger sin Fred.


En "Damas del Teatro" (Stage Door), la Rogers demostraba que era especialmente fina para la screwball comedy, tan dinámica, habladora y cool.
Y, por primera vez, además hacía llorar.


Durante los años siguientes, Ginger Rogers combinó comedias y melodramas. A veces, la película combinaba por sí sola el dolor y la risa.


Y ella devolvía la mirada, con sus ojos tristes.


En "Kitty Foyle", interpretó a una pobre chica embaucada, que deviene en trágica madre soltera.
Con semejante argumento, la Academia lo tuvo claro, y en 1941, Ginger Rogers ganó el Oscar.
Fue la prueba definitiva de que había superado a Astaire.


Sin embargo, a Lela jamás la superó.
Su madre cuidaba y acechaba, presente en negociaciones contractuales y vigilando los pasos de su talentosa hija.
Ginger siempre le hizo caso.


Madre e hija eran fervorosas practicantes de la Ciencia Cristiana y notorias reaccionarias.
Integraron cierto grupo hollywoodiense a favor de la preservación de los valores norteamericanos. En realidad, un bonito aquelarre para delatar comunistas en la época de la caza de brujas.


A Lela Rogers se la ve al final de una película de su hija, "El Mayor y la menor".
Y a ambas se las puede visitar en el cementerio. Sus nichos están bien juntos.


En cualquier caso, Ginger valió más que sus creencias y opiniones.
Se hizo especialmente conocida por sus luchas salariales, inconforme con la distinción sexista imperante.


Su propia figura es el ejemplo de la trascendencia; de ser chica bailarina a señora de la pantalla, con determinación y laboriosidad.


En 1949, "The Barkleys of Broadway" la reunía con Fred Astaire, doce años después, y por última vez en la pantalla.
Suponía también el principio del fin para el estrellato de Ginger.


Salvo sus relevantes papeles en "Monkey Business" y "Tight Spot", la década de los cincuenta se hizo momento para dejar paso.


Ginger Rogers se casó seis veces, nunca dejó de estar activa y su última aparición fue en la serie "Hotel".
Moría en 1995.


Detrás, quedaron buenos recuerdos, bonitas películas y una galería de peinados forties que dejan boquiabierto.


Como estrella, Ginger se mostró honesta, a veces exquisita; como buena clásica, siempre prevaleció la necesidad de que el público pasara el mejor momento de sus vidas.


Cuenta la leyenda que fue hermoso bailar con ella.

1 comentario:

Alejandro Lagarda dijo...

Genial, lo que no supone novedad alguna por estos lares.

Creo que es uno de los rostros más bellos del Hollywood clásico. Para bien o para mal, los maravillosos bailes con el Astaire han eclipsado la posibilidad de valora a Ginger como actriz más allá de los pasos de baile.

Icono, en definitiva