miércoles, 19 de enero de 2011

Una Tarde con Leopold y Loeb


En esta velada de hastío, cometamos el crimen perfecto.
Así pensaron Nathan Leopold y Richard Loeb, los chicos que mataron just for the thrill of it.
Su caso es un clásico de la psicopatía, y vive entre lo más escandaloso de la historia criminal norteamericana.


Chicago, 1924.
En una época donde Nietzsche se ponía de moda en la alta sociedad, Leopold y Loeb se creían súper hombres.
Vivían en un lujoso barrio de Chicago, eran judíos y, según cuenta la leyenda, homosexuales.
Ninguno de los dos había cumplido los veinte años.


Eran niños prodigio, sabían hablar varios idiomas y ya acudían a la Universidad.
Su interés por el crimen comenzó con pequeñas escaramuzas y robos, hasta culminar en el asesinato.
Lo planearon durante varios meses, meditaron sobre la víctima ideal y señalaron finalmente al elegido: Bobby Franks, un niño de catorce años, vecino de ambos y familiar lejano de Loeb.


Lo hicieron entrar en un coche alquilado. Le golpearon con un cincel y lo asfixiaron hasta la muerte con un calcetín.
Los asesinos se dirigieron al bosque, donde desnudaron el cadáver y lo rociaron con ácido clorhídrico.
Leopold y Loeb cenaron perritos calientes. Y, por la noche, tiraron el cuerpo de Bobby en los alrededores de una presa.


Mientras enviaban una falsa nota de rescate a la familia de la víctima, el terrible dúo destrozaba pruebas; la ropa salpicada de sangre, la soga que utilizaron para mover el cuerpo, la máquina de escribir donde habían tipeado la nota.
Terminaron la jornada jugando tranquilamente a las cartas.


Pero no existe el crimen perfecto.
Los investigadores encontraron unas gafas junto al cadáver de Bobby. El mecanismo especial de las lentes fue la pista decisiva.
Unas gafas tan particulares sólo habían sido compradas por tres personas en Chicago. Una de ellas, Nathan Leopold.


Ante el descubrimiento, Leopold y Loeb contaron una historia para explicar la presencia de las gafas en la presa. La patraña fue desmadejada por los detectives en un segundo.
Como dos tiburones desesperados, se inculparon el uno al otro.


En los interrogatorios, confesaban, para conmoción de la opinión pública, el motivo del asesinato. Cometer un crimen perfecto, just for the thrill of it.
La inteligencia psicópata de Leopold confundió a los psiquiatras judiciales, que señalaron a Loeb como el asesino material.
Sin embargo, las evidencias terminaron por inculpar a Leopold como el cerebro de la operación y el definitivo ejecutor.


La pena de muerte se cernía sobre el dúo.
Su acaudalada familia permitió que no fuera así. En una inspirada defensa, el abogado Clarence Darrow habló de los efectos vampirizantes de cierta educación universitaria y de crímenes inherentes en organismos.
Darrow calificó a sus defendidos como "máquinas rotas".


Leopold y Loeb se salvaron de la horca. En cualquier caso, en la condena pesó más el hecho de que eran muy jóvenes antes que la defensa de su aguerrido abogado.
Los niñatos asesinos se enfrentaban a la cadena perpetua.


En 1936, Loeb moría a manos de un compañero de celda. Se dijo que éste lo había hecho en defensa propia, para protegerse de un ataque sexual de Loeb. El lado homosexual de la historia reaparecía.
Parece que, en todo caso, el dinero que recibía Loeb de sus parientes fue el motivo de la disputa.


En 1958, Leopold salió de prisión. Habían pasado 33 años.
Se mudó a Puerto Rico, se casó con una viuda, trabajó en un laboratorio de rayos X y prometió escribir un libro sobre su vida en la cárcel.
Nunca lo hizo, y moría a los 66 años.


Una historia como ésta no sólo saltó a los intereses de la prensa, sino que se coció a fuego vivo en la imaginería colectiva, que lo acabó convirtiendo en mito popular.
La obra teatral "La Soga" fue la primera ficción basaba en el caso, y Alfred Hitchcock la dirigiría para el cine.
Funcionaba como la simulación de un asesinato upper-class, que se viste de impecable y se topa con una pista inesperada en el último momento.


Otra escenificación del caso de Leopold y Loeb se llamó "Compulsión", dirigida por Richard Fleischer, centrada en el apasionante juicio y el alegato final del abogado defensor en contra de la pena de muerte.


Más recientemente, "Swoon" insistía en la vertiente queer del caso.
Y "Funny Games", de Michael Haneke, se erigía como la respuesta posmoderna, que ilustraba el entusiasmo por los trucos mediáticos de la violencia.


El caso Leopold y Loeb nos cuenta a dos caballeretes, aquejados del síndrome de la propia importancia, que encuentran una manera de controlar la vida a través de la teatralización.


Se decían aburridos, creíanse perfectos y, al final, fueron atrapados como cualquiera. En su caso, por unas gafas de élite, justicia poética donde las haya.
¿Súperhombres? ¿Qué tal súpercapullos?

5 comentarios:

Athena dijo...

La realidad supera a la ficción. Qué deleznable es a veces el ser humano y, por desgracia, lo estoy comprobando esos últimos días. Nos llamamos seres humanos y hacemos cosas que ni el animal más animal hace.

Anónimo dijo...

No conocia esta. Me atraen los relatos de los killers.

CARLA BRUNI dijo...

Muy Interesante su Blog, solo he podido echarle un vistazo, pero me agrada. Saludos desde las Islas Canarias, me cojo este post y pongo su enlace, si no quiere me lo dice. Gracias.

Josito Montez dijo...

Gracias, Carla. Puedes enlazarlo, siempre que cites que lo escribí yo.
Saludos!

Anónimo dijo...

Solamente quiero corregir un dato: Nathan Leopold escribió el libro prometido; su nombre es el de la condena que le dieron: PRISION PERPETUA Y 99 AÑOS MAS. Lo leí cuando era muy joven y nunca lo pude volver a encontrar. Saludos