miércoles, 26 de enero de 2011

La Sombra de Anastasia


Entretuvo las intrigas de gran parte del siglo XX.
La historia quitaba el sueño a monárquicos y románticos, que se preguntaban, con el corazón en un puño, si Anastasia Nicolaevna podía estar viva.


El mito de la supervivencia de la hija del zar Nicolás II vivía en la imaginación, mientras Rusia se convertía en la Unión Soviética y se hacía hermética frente al resto del mundo.
La localización de la tumba del zar y su familia se decía secreto de Estado, bajo mandato bolchevique, y lo sucedido durante la ejecución quedó como un interrogante.


Dos años después de la victoria bolchevique, aparecía la más famosa de las impostoras. No fue la única, pero sí la que logró granjearse más atención internacional.
Se la llamaba Anna Anderson y era trasladada a un psiquiátrico berlinés, tras intentar suicidarse. No quería revelar su auténtica identidad.
Al poco tiempo, contaba a todos que era la Gran Duquesa Anastasia, la única superviviente de la matanza de los Romanov.


Los exiliados restos de la familia imperial y sus conocidos rechazaron de lleno la historia de Anna, a la que señalaron enseguida como un fraude.
La investigación privada que iniciara el hermano de la zarina evidenciaba la impostura.
Anna Anderson era, en realidad, Franziska Schanzkowska, una mujer polaca que, en otros tiempos, trabajaba en una fábrica y ya presentaba problemas mentales.


Sin embargo, muchos apoyaron la versión de Anna.
Se cernía una duda razonable. Especialmente, cuando se filtraba lo que había sucedido realmente durante el fusilamiento de Nicolás II y su familia; una masacre tan horrenda como chapucera, que pudo permitir la huida de Anastasia.
Anna Anderson lo sazonó melodramáticamente, asegurando que un compasivo guardia la dejó escapar.
Además, iniciaba una reclamación judicial, que duraría más de cuarenta años.


Anna Anderson se hacía lo más parecido a una celebridad oportunista, tal cual la entendemos ahora. Con una actitud mitómana, inventaba una historia que partía de media verdad, y, con ello, sembraba una incógnita indemostrable.
En 1970, la justicia declaraba que Anna no era la Gran Duquesa Anastasia Nicolaevna, alegando que había sido incapaz de presentar las pruebas suficientes.


El interrogante siempre restó. Pensar que Anastasia estaba viva era rememorar un pasado perdido, sobre todo para los nostálgicos de viejos mundos.
Las ficciones al respecto no se hicieron esperar.


La más conocida fue cosa de Hollywood e, irónicamente, también rescataba a una mujer y la devolvía al trono.
En ese caso, Ingrid Bergman, que ganaba el Oscar y el billete de vuelta al cine norteamericano, con su interpretación de la tosiente y principesca amnésica.
Esta "Anastasia" de 1956 ha sido vista durante mucho tiempo como la verdad del caso por muchos espectadores sugestionables.


Es pura ficción, de principio a fin, pero su poder de convicción expresa la ventaja y el descrédito del cine: es muy fácil hacer creer que Anna Anderson era una heroína.


En los ochenta, el ADN y el descubrimiento de los restos de toda la familia imperial despejó las dudas. Efectivamente, Anna Anderson era una polaca desequilibrada y Anastasia había muerto en 1918.


Pero, ¿de dónde partía el mito Anastasia? ¿Qué sucedió durante la ejecución de Nicolás II, su familia y sus sirvientes? Simplemente, el Horror.
La policía secreta bolchevique pidió a los imperiales cautivos que se vistieran de inmediato. La familia pensó que les iban a hacer una fotografía.


Cuando estaban colocados en una silenciosa estancia, se informó al zar que aquello se trataba de una sumaria ejecución. Inmediatamente, comenzaron los disparos.
Los ejecutores no se explicaban lo que estaban ocurriendo. Las balas no hacían daño a los duques.
En una masacre que se extendía más de lo soportable, los tiradores, terriblemente borrachos y aturdidos, perseguían por toda la habitación a los supervivientes.


Las joyas de la familia, que los niños escondían bajo sus ropas, habían actuado de escudo ante la primera tanda de tiros.
Zares, zarines y duquesas fueron terminados a base de disparos en la cabeza y bayonetazos.


De ahí nació la leyenda. Anastasia o cualquiera pudo sobrevivir entre semejante confusión.
Pero, en realidad, no hubo posibilidad de fuga ni la sangre derramada tenía color azul.
Era la Revolución, la guerra y todos murieron. Fue ese el horrible final de la más decadente Corte de la Historia.


Esa es la única verdad. Otras suposiciones sólo pueden ser valoradas en los términos de una pura y barata novela rosa.

2 comentarios:

Athena dijo...

Qué final, Dios mío...

Anónimo dijo...

LAS MEJORES HISTORIAS SON DE LA VIDA REAL