domingo, 7 de diciembre de 2008

Hedy


"Cualquier chica puede ser glamourosa. Sólo tienes que estarte quieta y parecer estúpida". Esas eran las palabras de Hedy Lamarr, fruto de un evidente análisis de sí misma.
Cuando se estaba quieta y parecía estúpida, la aclamaron como la mujer más bella que había agraciado jamás la pantalla de cine.


Louis B. Mayer rebautizó a la austríaca de la que todo el mundo hablaba.
La película checa "Éxtasis" estaba prohibida en Estados Unidos, pero el escándalo tuvo el alcance suficiente para que Hedy llegara a Hollywood en olor de multitudes.


No sólo le cambiaron el nombre, sino que rediseñaron su imagen y la embarcaron en las apoteósicas producciones Metro, tan lejos de aquel "Éxtasis", donde se desnudaba y simulaba un orgasmo.


La película que puede definir a la Hedy estatua es "Ziegfeld Girl", donde compartía protagonismo con Judy Garland y Lana Turner.
La Lamarr no mueve un músculo de la cara en todo el metraje de ese abigarrado musimelodrama.
Así la querían en Hollywood; un bonito adorno en el paraíso del lujo y el plástico.


Su emotiva chica de Nueva York de "Cenizas de Amor" (H. M. Pulham, Esq) es la excepción que confirma la regla. Es la única película donde se aprecia que Hedy podía ser actriz.


Lo clásico no se reñía con el disparate y Hedy se aventuró con garbo.
Los críticos se rieron de ella al verla como la lasciva índigena Tondelayo de "White Cargo".
Sin embargo, el colmo de lo insensato fue su más famoso e inmortal personaje: la Dalila de Cecil B. De Mille.


Hedy jamás estuvo tan deslumbrante como en semejante empeño filisteo, paseando su amor loco por el Sansón de Victor Mature en decorados de cartón piedra y con la sensibilidad camp desbordando la pantalla.
La victoria de Hedy fue otorgarle una insólita emoción a esa antiheroína biblíca, una mujer malvada que, de repente, siente que algo va mal: está fatalmente enamorada.
Pese al éxito de "Sansón y Dalila", la carrera de la Lamarr no levantó cabeza en los años cincuenta, desterrada por otras bellezas y nuevas modas.


En 1957, terminó su carrera cinematográfica y se dedicó de lleno al terreno de la investigación. Los inventos de la Lamarr fueron precursores de la comunicación wireless y le dieron mayor prestigio que su carrera hollywoodiense.
En 1966, Hedy volvía a los titulares cuando la acusaron de robar en una tienda; Andy Warhol jugó con el chiste en su cortometraje "Hedy, the Shoplifter".
Al año siguiente, Hedy Lamarr escribía su autobiografía con voluntad de finiquito y se retiraba para siempre de los focos y de la atención de los medios.

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